Los trágicos enfrentamientos entre cooperativistas mineros y policÃas muestran no sólo diferencias en los objetivos, sino una manera usual y supuestamente justificada de actuar para resolver conflictos en los que unos reivindican derechos o buscan beneficios -justos o no-, incitados a la batalla para lograr lo ansiado y, los otros, los represores, que obedecen órdenes y actúan con saña pero no convencidos de que estarÃan en el lado justo, y pagan el precio de su condición funcionaria. Aguerridos ambos, sufren muertes, heridos, presos y perseguidos.
Realmente esto es recurrente: Nuestra historia está plagada de hechos terribles: matanzas como modo de retener el poder o para capturar el gobierno. Y tan comunes fueron esas tragedias provocadas por el sectarismo, que los actores aún no están conscientes de que son instrumentos de designios polÃticos perversos o que, simplemente, cumplen con una función sin freno moral alguno. Ambos son alentados para agredir desde el poder y desde el llano. Definitivamente, por ello, "la definición de violencia debe tener en cuenta que puede existir un fuerte componente de subjetividad en la percepción que un individuo tiene del fenómeno".
Todo esto no es nuevo; pero, no por ello, se justifica lo sucedido y menos aún deja en el olvido la promesa de que en este tiempo ("proceso de cambio" lo llaman) no habrÃa ni un muerto.
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