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Domingo 28 de agosto de 2016

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Cultural El Duende

Entrevista a Raúl Zurita

28 ago 2016

Matías Serra Bradfor

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¿Alguna vez pensó en un poeta con el que le hubiera gustado conversar y qué le hubiera preguntado?

Me habría gustado conversar con Neruda. Le habría hablado sobre esa parte de su obra, después de Canto General, que es completamente retórica. Era un genio totalmente instalado en el lenguaje, y eso era parte de su grandeza y parte de un palabrerío insoportable. Son las dimensiones que manejaba las que me apasionaban. Hay poemas como "Galope muerto" y "Alturas de Macchu Picchu" que si no hubiera existido un Neruda nunca se habrían dicho.

Si tuviera que nombrar a un maestro, ¿le saldría rápido?

Decir que uno está influido por La Divina Comedia es de una presunción infinita, pero su construcción simétrica a mí me trastornó. A mí me han importado cosas mínimas, como una frase de Bob Dylan, o algo de él que traduje mal.

Da la impresión de que la realidad chilena se le impuso a usted de una manera que no le permitió ocuparse de influencias literarias.

Creo que la gran lucha que tiene un poeta joven es lo que se llama hacer una voz propia. Leía a Borges, sus "Two English Poems", y después me ponía a escribir y me salía igual. Leía "Residencia en la tierra" de Neruda y me salía igual. Todo me salía igualito a lo último que leía. Me podía engañar por media hora y después sobrevenían abismos de angustia. Hasta que escribí algo que me pareció que sí, que ahí estaba la famosa voz propia. Y me di cuenta de que no hay nada menos propio que la voz propia. Es una voz que está ocupada por todos menos por ti.

La palabra "inenarrable" aparece con frecuencia en su obra, y no sólo con relación a la historia de Chile.

Lo inenarrable ocupa el lugar de los puntos suspensivos, y estos suelen ser atroces. Quieren cargarle al lector la emoción que el texto no crea. Uno lee: "Y siguió caminandoÂ?" y no pasó nada, pero con los puntos suspensivos adquiere una dimensión a lo Ingmar Bergman, ¿me entiendes?

La mitificación de Chile que monta su poesía es fantástica en varios sentidos, y deja la clara impresión de que no hubiera podido ser el mismo poeta en otra parte.

Es imposible pensar en otras circunstancias. Qué hubiera sido si no hubiera habido golpe de Estado. Qué habría sido si hubiera sido argentino. Creo que hay algo, que no tiene que ver conmigo sino con esa entelequia que puede llamarse la poesía chilena. Tal vez con su comienzo, con Alonso de Ercilla y ese poema que decía "Chile fértil provincia� de remotas naciones respetada", y el lugar no figuraba ni en el mapa. Un tipo imaginó un país, en el lugar más remoto del mundo, donde no había nada. Siempre he creído que lo que se llama la poesía chilena son estos intentos más o menos colosales por disimular la mentira original de Ercilla. Nunca me he imaginado que la poesía chilena podía darse en la Argentina. La pampa es un fundamento sólido, y eso es para la novela, el ensayo, para un Borges, porque parte de bases sólidas, mientras que este territorio se desmembra, se parte en mil cosas, la cordillera se hunde en el Pacífico. Son sensaciones de profunda inestabilidad física.

El territorio chileno es de una fragilidad casi ontológica, que viene desde que un niño ve su mapa en la escuela. Esta franja es prácticamente un milagro de la naturaleza.

Sus líneas avanzan como con una técnica de permutaciones, de sustantivos potentes que van rotando -témpano, rompiente, acantilado, etc.- y crean una poesía que es, por decirlo así, una fuerza más de la naturaleza.

Lo que más me importa, por lo menos en lo que trato de hacer, es la fuerza, que tenga fuerza. Es lo que me importa, no digo que yo sea el modelo de eso que me importa. No me siento el modelo de las cosas que admiro. Para mí la naturaleza no está detenida, se me impone como torrentes. Y entonces he pensado: ¿dónde limita uno?, ¿llego hasta donde alcanza mi piel o hasta donde llega mi mirada?, ¿dónde termino yo y dónde comienza el paisaje?

Además de la musicalidad que va encontrando con esas palabras que martillan, también hay una insistencia en ciertos nombres, el suyo, Zurita, y Chile, Andes, Atacama... como si quisiera obligarlos a ser musicales.

Para mí tiene que haber un lugar. El que lee tiene que ver el poema y saber que está refiriéndose a algo, y ver la tensión entre eso que existe -el océano Pacífico- y el océano Pacífico que muestro. Hay algo que no soporto y es la poesía abstracta, que en el fondo apela a profundidades que no están en ninguna parte. El desierto es el desierto de Atacama. La cordillera es la cordillera de los Andes.

Cuando está trabajando en un poema, ¿le da importancia a los accidentes fortuitos, propios de la composición?

Depende qué se entienda por fortuitos. De pronto me encuentro con una canción, como la de Leonard Cohen, "Dance me to the end of love", y eso me mató, me liquidó. Esas cosas me pueden pasar y me pasan, y creo que si no me hubieran pasado no habría escrito una puta línea.

¿Le parece que sus frecuentes lecturas públicas pudieron haber modificado en usted la idea de lo que es un verso aceptable o un verso malo?

No. Yo leo solamente aquello con lo que soy capaz de colocarme en el momento en que lo estaba escribiendo. Lo que leo está fundamentalmente guiado por eso. No altero ni preparo un poema para ser leído.

¿Presiente que alguien embelesado ante la potencia de sus lecturas públicas puede llegar a creer que no es necesario pasar por la página?

Entiendo, pero creo que es muy fácil saber cuándo una forma es declamatoria y está para surtir ese efecto, y cuándo una cosa viene de capas más profundas. A lo declamatorio lo detesto. Por eso no me gusta cómo leen poesía los actores, que son declamatorios e impostan sentimientos, a no ser Richard Burton o Gassman. En cambio, en la lectura en voz alta de la poesía tú puedes hacer cualquier cosa menos impostar. Si no te pasa nada con lo que estás leyendo, el asunto se jodió.

A propósito, ¿cuán bien cree que conoce su trabajo?

Las cosas más profundas no las conozco. Entre paréntesis, creo que el lenguaje es más inconsciente que consciente. La escritura es como el escenario de una lucha entre lo que tú quieres decir con la lengua y lo que la lengua quiere decir a través tuyo. Y creo que si se impone la voluntad del autor por sobre la voluntad de la lengua generalmente es un fracaso.

Tomado de Ã?, Revista de cultura.

Entrevista completa en: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Raul-Zurita-poeta-sabe-decir.html

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