La historia y la literatura son ricas en ejemplos sobre los celos que son expresión inequÃvoca de la inseguridad de la posesión: Otelo con la obsesión del Moro que tiende a inducir a aborrecer el amor; su falta de sentido crÃtico le induce a prestar atención a las sutiles y premeditadas insinuaciones de Yago y su imaginación le crea una jaula en que va quedar prisionero como un implacable felino en su fiereza. Gabrielle D Annuncio en el "Inocente" describe magistralmente la pasión de Tulio Hermill que estremece al lector por el crimen que comete por su incontenible amor.
El celoso de imaginación duda sin pruebas temiendo el engaño que zahiere su amor propio y dignidad; el celoso de los sentidos que supone o sabe, duda de la exclusiva posesión en el futuro y sufre de no poder olvidar lo que ha perdido y, más intensos son los celos del corazón que perdonan y siguen amando, extrayendo la conclusión de orden psicosomático que a cada temperamento le corresponde un tipo distinto de celos y su consecuente reacción. Los celos difieren en cada individuo pues nunca se equiparan el temperamento y la experiencia.
El que ama como Werther, la excepcional creación de Goethe no puede tener celos análogos a los que aman como Don Juan; el inteligente, el tonto, el soberbio y vanidoso, el digno, el joven, el viejo celan de distinta manera asà cada celoso tiene los celos según su forma de amar.
Son diferentes en profundidad los celos del amante y del cónyuge pues son muy distintos los egoÃsmos exaltados en celos por la seguridad de posesión y propiedad en el cónyuge y en los del amante obra el amor propio.
La infidelidad revela al amante la desilusión de otro amor y le humilla admitir la desilusión amorosa del ser que aún sigue siendo el objeto de su propia ilusión; por el contrario, para el cónyuge la infidelidad representa un hurto en perjuicio de la posesión exclusiva y perenne pactada contractualmente en el matrimonio.
Es en el amor propiamente dicho, en que la afección entre personas de distinto sexo, donde los celos expresan pasión desequilibrada y casi siempre dramática y conmovedora.
La imaginación estructura los celos más trágicos; el celoso imaginativo construye absurdas quimeras que lo obsesionan, no teme lo que sabe sino lo que ignora; los celos de imaginación cuando nacen sobre temperamentos perversos se convierten en un insaciable afán de hacer sufrir, en un verdadero sadismo sentimental.
Cuando sólo se ama a sà mismo no puede seguir llamando amor a su vanidad, a su odio; el mal ajeno nunca fue remedio al dolor propio pues se extraña la dignidad en los celos que no perdonan ni olvidan. Por ello, la moral cristiana no es obsecuente cuando pregona que debe preferirse al celoso que sufre y perdona al celoso que odia y mata.
(*) Es Abogado Corporativo, Postgrado en Conciliación y Arbitraje, Docente universitario, Escritor
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