Importancia de los santuarios marianos

Estamos sumergidos en el consolador ambiente de la fiesta de la Asunción de María a los Cielos, que el 15 de agosto se celebra en muchísimos santuarios marianos de Bolivia, particularmente en Urkupiña y Chaguaya, también en Oruro donde es Patrona de la Diócesis.

Como Patrona de Oruro la sagrada imagen en la advocación de Asunta se encuentra entronizada en la Catedral. El santuario mariano de la Diócesis está dedicado a su advocación de La Candelaria, conocida como Virgen del Socavón.

No somos supersticiosos si atribuimos a los santuarios marianos, virtudes especiales, porque no son un lugar de turismo ni simple escenario de desfiles folclóricos, ni un bello lugar al que llama el corazón, los santuarios marianos, son casas de la Virgen. Admitimos que nuestra Madre del Cielo pueda realizar favores extraordinarios en cualquier lugar, hasta en pleno campo, o en la pobre choza de un devoto, más la historia nos enseña que elige preferentemente algunos lugares y en ellos prodiga sus favores, sus gracias, sus milagros.

Desea que dichos lugares sean venerados, que en ellos se aprecie un ambiente de devoción y santidad, que eleven al alma distraída y le hagan pensar y gustar el clima sobrenatural. El mero hecho de abandonar temporalmente el escenario del trabajo y de las preocupaciones ordinarias y asomarse al lugar sagrado, obliga al alma a dejar a un lado sus miserias y sus problemas, y a pensar y desear sólo la compañía de Jesús y de su Madre.

Muchos santuarios marianos recuerdan las especiales circunstancias de la presencia de María Santísima, como sus apariciones, y en todos ellos la Virgen pide conversión, cambio interior, abandono de Satanás y alegre recibimiento a la Santísima Trinidad.

Es impresionante constatar que María en todas sus apariciones exige una profunda conversión, contempla a sus hijos distraídos en la mayor parte distraídos totalmente con los negocios mundanos y sólo preocupados por los bienes de la tierra. Se cuentan más de 10.000 estos lugares.

En estos santuarios se convierten los pecadores, vuelven a la religión católicos que la habían abandonado hace muchos años, y se verifica verdadera reunión de piedad y de penitencia.

Por más que se denuncien los abusos que se verifica en algún santuario, el atractivo y el consuelo de ellos quedan íntegros, allá está el santuario en el que se entra descubierto, santamente avergonzado de los pecados, deseosos de elevación espiritual, anhelante de dialogar con María.

Qué hermoso es encontrar silencio y soledad en los santuarios marianos donde pueda el devoto contemplar sin molestias la sagrada imagen de María, donde podría uno leer y meditar las expresiones del Concilio Vaticano II, que dicen así:

"María, ensalzada por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles, y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial. Y, ciertamente, desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades. Por este motivo, principalmente a partir del Concilio de �feso, ha crecido maravillosamente el culto del Pueblo de Dios hacia María en veneración y en amor, en la invocación e imitación, de acuerdo con sus proféticas palabras: Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso (Lc 1:48-49). Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, a pesar de ser enteramente singular, se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo Encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo favorece eficazmente, ya que las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha venido aprobando dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, de acuerdo con las condiciones de tiempos y lugares y teniendo en cuenta el temperamento y manera de ser de los fieles, hacen que, al ser honrada la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas (cf. Col 1:15-16) y en el que plugo al Padre eterno que habitase toda la plenitud (Col 1:19), sea mejor conocido, amado, glorificado, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos" (LG 66).

Qué bella página para rumiarla en el templo de un santuario mariano, y conocer toda la grandeza de María, allá venerada de modo muy especial.

Muchos falsos devotos de María viven en permanente pecado, luego separados de Jesús y de María, y, se contentan con visitar los santuarios y multiplicar las ofrendas de flores y velas, pero su alma queda anclada en el pecado. No buscan el reconocimiento sincero de sus faltas, la confesión confiada de todas sus transgresiones, el acercamiento a Dios en demanda de perdón y la alegría de haber curado su alma y Ella Madre de todos, que no quiere que se condene ninguno, lamenta que se le escapen de sus manos maternales quienes se comportan como ciegos que no pretenden conocer ni confesar sus pecados.

german_mazuelo_leyton@yahoo.com