Domingo 14 de agosto de 2016
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ParÃs, 2 de octubre de 1864
Señora:
Su carta es una obra maestra de triste sabidurÃa. He esperado hasta hoy para contestarle, en la esperanza de dominar la abrumadora emoción que me causó. SÃ, tiene usted razón: "no debe formar nuevas amistades, debe evitar todo lo que pudiera turbar su existencia, etc."
Mas yo no la hubiese turbado, esté segura de ello, y esa amistad que yo solicitaba humildemente para un tiempo más o menos largo nunca le hubiera resultado molesta.
(¡Piense lo cruel que ha debido parecerme esa palabra!) Me basta lo que usted se digne concederme, algunos sentimientos afectuosos, un lugar en sus recuerdos y un poco de interés por los sucesos de mi carrera artÃstica.
Gracias, señora. Estoy a sus pies, beso respetuosamente sus manos. Me dice, señora, que podré recibir de modo irregular, y de vez en cuando, una respuesta a mis cartas; gracias otra vez por su promesa. Lo que solicito con ruegos, con lágrimas, es la posibilidad de tener noticias suyas.
Usted habla con tanta resolución de la vejez y de los años que me atreveré a imitarla. ¡Espero morir primero, y poder enviarle lúcidamente un último adiós! Si acontece lo contrario, que yo sepa que usted ha dejado este triste mundo�
Que su hijo me advierta� perdón�
Mis cartas no deben ser dirigidas al azar. Concédame lo que darÃa a cualquier persona, su dirección en Ginebra.