Borges desarma al crÃtico, se le adelanta, lo invalida por anticipado con esas caricaturas de disquisición retórica que sus relatos ponen en boca de ciertos verbosos personajes.
No sólo hacia el futuro lanza la obra de Borges sus peligrosas radiaciones. Abro al azar los Cuentos fatales, y leo:
"Uno de los últimos compromisos de la tarde, cuya tiránica futilidad asume carácter de obligación en el atolondramiento de las ciudades populosas, más atareado que el trabajo y más mudable que la inquietud, habÃamos acarreado, con el retraso fatal de las citas porteñasÂ? sin carácter Ãntimo -pues quiero creer que las de esa clase formarán la excepción, aún aquÃ- el contratiempo de no encontrar comedor reservado en aquel restaurante, un tanto bullicioso, si se quiere, pero que nuestro anfitrión, Julio D., consideraba el único de Buenos Aires donde pudieran sentarse confiados en la seguridad de una buena mesa, cuatro amigos dispuestos a celebrar sin crónica el regreso de un ausente. Debimos, pues, resignarnos a la promiscuidad, por cierto brillante, del salón común, con sus damas muy rubias, sus caballeros muy afeitadosÂ?"
¿Podemos leer hoy esas páginas sin que nos salte al oÃdo un tono de pastiche socarrón que Lugones no sospechaba?
Por su sola presencia, la obra de Borges transforma, corroe y reduce a un lugar común mucha parte de la literatura que convive con ella, y hasta de la que ha precedido.
Borges desarma al crÃtico. Los rótulos usuales pierden su sentido cuando se aplican a su obra. Recurso tan gastado y hoy tan frecuentemente tedioso como el de exhibir los andamios de la obra, se utiliza en El Aleph con desenvoltura y precisión magnÃficas, que dejan indemne el delicado y firma equilibrio de sus cuentos.
CaracterÃstico es el párrafo, dubitativo y como provisional, con que acaba la historia de Aureliano, el perseguidor, y de Juan de Panonia, el perseguido, en "Los teólogos":
Condenada a irremisible frialdad parecerÃa hoy toda literatura que exhiba sus nudos y sus hilos sueltos ante la vida del lector (lector-crÃtico, lector-escritor); literatura para literatos, en que la voz del autor sustituye despóticamente la de los personajes.
Pero en Borges, apasionado de literatura, y de metafÃsica y teologÃa, no son materia inerte ni siquiera las más indirectas notas al texto, ni el comentario a las tachaduras de un manuscrito, la generosa declaración de fuentes y deudas en el "EpÃlogo".
Sabe que las fórmulas de fabricación no importan mucho; que los cuentos, una vez escritos, se desbordan de ellas por todas partes, y que lo que vale es en definitiva ese inexplicable desbordamiento.
El poeta Borges, a veces áspero y desigual, el ensayista Borges, generalmente fragmentario, el crÃtico Borges, que solÃa atraer demasiado sobre sà mismo la mirada del lector en vez de dirigirla hacia los libros que comentaba, se han fundido y concentrado en el cuentista Borges, el Borges más admirable hasta ahora.
Aquel estilo suyo de juventud, tajante y pendenciero, se ha ido llenando de señorÃa, aplomo y gracia. Hoy escribe Borges una prosa suelta y unitaria a la vez, densa pero clarÃsima, en que lo fuerte y lo delicado, las tensiones, las sorpresas, los contrastes, las dobles y triples melodÃas simultáneas, lejos de dividir el goce de la lectura, lo exaltan y multiplican.
El firme avance de esta inteligencia apasionada -invenciblemente original y absorta en soledad creadora durante años y años- es ejemplo altÃsimo para nuestros escritores. Y la creciente calidad de su obra, libro tras libro, una de las mayores felicidades de la literatura argentina.
Raimundo Lida. Filólogo
y ensayista austrohúngaro, 1908-1979.
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