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Domingo 14 de agosto de 2016

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Cultural El Duende

Notas a Borges

14 ago 2016

Raimundo Lida

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Jorge Luis Borges ya no es simplemente, como hace años, un escritor personalísimo, sino además un grande y maduro escritor. "Si escribiera en inglés, lo devoraríamos en malas traducciones". No sé de autor argentino cuyos libros me parezcan tan nuevos a cada nueva lectura. Y cada nuevo libro suyo nos presenta un Borges también renovado y ahondado. Imposible reducir a fórmula el misterio de su ecuación personal:

Borges desarma al crítico, se le adelanta, lo invalida por anticipado con esas caricaturas de disquisición retórica que sus relatos ponen en boca de ciertos verbosos personajes.

No sólo hacia el futuro lanza la obra de Borges sus peligrosas radiaciones. Abro al azar los Cuentos fatales, y leo:

"Uno de los últimos compromisos de la tarde, cuya tiránica futilidad asume carácter de obligación en el atolondramiento de las ciudades populosas, más atareado que el trabajo y más mudable que la inquietud, habíamos acarreado, con el retraso fatal de las citas porteñas� sin carácter íntimo -pues quiero creer que las de esa clase formarán la excepción, aún aquí- el contratiempo de no encontrar comedor reservado en aquel restaurante, un tanto bullicioso, si se quiere, pero que nuestro anfitrión, Julio D., consideraba el único de Buenos Aires donde pudieran sentarse confiados en la seguridad de una buena mesa, cuatro amigos dispuestos a celebrar sin crónica el regreso de un ausente. Debimos, pues, resignarnos a la promiscuidad, por cierto brillante, del salón común, con sus damas muy rubias, sus caballeros muy afeitados�"

Etcétera. Los Cuentos fatales tienen otras excelencias que las de una prosa bien meditada y vigilada. Pero ¿puede no pesar hoy letalmente sobre ese estilo su visible parentesco con el de Carlos Argentino Daneri (en El Aleph de Borges) y con el de H. Bustos Domecq (en los Seis problemas para Don Isidro Parodi y en las inaccesibles publicaciones de Oportet & Haereses)?

¿Podemos leer hoy esas páginas sin que nos salte al oído un tono de pastiche socarrón que Lugones no sospechaba?

Por su sola presencia, la obra de Borges transforma, corroe y reduce a un lugar común mucha parte de la literatura que convive con ella, y hasta de la que ha precedido.

Borges desarma al crítico. Los rótulos usuales pierden su sentido cuando se aplican a su obra. Recurso tan gastado y hoy tan frecuentemente tedioso como el de exhibir los andamios de la obra, se utiliza en El Aleph con desenvoltura y precisión magníficas, que dejan indemne el delicado y firma equilibrio de sus cuentos.

Borges va a narrarnos la historia de Benjamín Otálora ("El muerto") y nos avisa: "Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil". Y en medio del relato mismo: "Aquí la historia se complica y se ahonda". Y poco después: "Otras versiones cambian e orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en un solo día".

Característico es el párrafo, dubitativo y como provisional, con que acaba la historia de Aureliano, el perseguidor, y de Juan de Panonia, el perseguido, en "Los teólogos":

"El final de la historia sólo es referible en metáforas, ya que pasa en el reino de los cielos, donde no hay tiempo. Tal vez cabrá decir que Aureliano conversó con Dios y que éste se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una confusión de la mente divina. Más concreto es decir que, en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona".

Condenada a irremisible frialdad parecería hoy toda literatura que exhiba sus nudos y sus hilos sueltos ante la vida del lector (lector-crítico, lector-escritor); literatura para literatos, en que la voz del autor sustituye despóticamente la de los personajes.

Pero en Borges, apasionado de literatura, y de metafísica y teología, no son materia inerte ni siquiera las más indirectas notas al texto, ni el comentario a las tachaduras de un manuscrito, la generosa declaración de fuentes y deudas en el "Epílogo".

Y le gusta desplegar con científica precisión los pormenores de técnica y hablar de ellos como si les diese importancia desmesurada; se complace en examinar su propia obra desde el ángulo, sumamente parcial y deformador, del simple argumento, o desde ángulos aún más accidentales de preceptiva literaria.

Sabe que las fórmulas de fabricación no importan mucho; que los cuentos, una vez escritos, se desbordan de ellas por todas partes, y que lo que vale es en definitiva ese inexplicable desbordamiento.

A propósito de dos de sus relatos, "El Aleph", que da nombre al volumen, y "El Zahir", Borges puntualiza lacónicamente en el "Epílogo": "Creo notar algún influjo del cuento "The cristal egg" (1899) de Wells". ¡Creo notar! También entra en el juego el verse a sí mismo en irónica lejanía, como un objeto entre otros -visión que en las narraciones mismas, no ya en el epílogo, suele cargarse de patéticas resonancias.

Todo se sostiene y se ayuda en esta construcción múltiple, donde el toque humorístico, o las maliciosas digresiones, o esa erudición inspirada que alimenta tanta parte de la obra de Borges (sin excluir sus versos), encuentran también su función exacta en el conjunto, y se elevan con él a zonas de ardiente dramatismo.

A muchos he oído lamentar la gradual desaparición del Borges de otros tiempos: Borges poeta, Borges ensayista, Borges crítico. Lo cierto es que él lo ha conservado todo, y todo lo ha puesto al servicio de nuevas y más perfectas creaciones.

El poeta Borges, a veces áspero y desigual, el ensayista Borges, generalmente fragmentario, el crítico Borges, que solía atraer demasiado sobre sí mismo la mirada del lector en vez de dirigirla hacia los libros que comentaba, se han fundido y concentrado en el cuentista Borges, el Borges más admirable hasta ahora.

Aquel estilo suyo de juventud, tajante y pendenciero, se ha ido llenando de señoría, aplomo y gracia. Hoy escribe Borges una prosa suelta y unitaria a la vez, densa pero clarísima, en que lo fuerte y lo delicado, las tensiones, las sorpresas, los contrastes, las dobles y triples melodías simultáneas, lejos de dividir el goce de la lectura, lo exaltan y multiplican.

Una prosa en que los dones menores de la sutiliza y la exquisitez arraigan sobre solidísimas virtudes elementales. Entre éstas, y en primer lugar, una profunda capacidad "filosófica" de conmoción ante la grandeza y la miseria del hombre, ante lo que en ellas hay de asombroso y paradójico.

El firme avance de esta inteligencia apasionada -invenciblemente original y absorta en soledad creadora durante años y años- es ejemplo altísimo para nuestros escritores. Y la creciente calidad de su obra, libro tras libro, una de las mayores felicidades de la literatura argentina.

Raimundo Lida. Filólogo

y ensayista austrohúngaro, 1908-1979.

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