Esta evidencia probada a lo largo de milenios demuestra que no existe posibilidad alguna de eliminar del horizonte de la cotidianeidad individual y colectiva de la sociedad humana, la voluntad y la acción para conseguir el cambio de comportamiento ante la posibilidad y el deseo del uso de determinadas sustancias. El asunto tiene que ver con el deseo. Es el deseo -motor abrumador de nuestros cuerpo y nuestro espÃritu- el que conduce a esas y otras experiencias que tienen que ver con el descubrimiento de nuevos mundos, en los que el placer y el goce son fundamentales.
Dado que el razonamiento clave es el de las consecuencias negativas que ejercen determinadas sustancias sobre la gente, hay que identificar esas sustancias, clasificarlas, hacer un listado de ellas y prohibir su consumo. La prohibición, se supone, es un mecanismo decidido por quienes dirigen la sociedad con el objetivo de librar del daño a la persona y a la sociedad en su conjunto. Pero como el daño tiene una magnitud muy grande, se hace imprescindible que esa decisión sea asumida no por una sociedad, sino por todas. De ese modo se construye un edificio legal de carácter internacional (de alcance prácticamente mundial) que prohÃbe la libre circulación de determinadas sustancias, que a partir de determinado momento se conocen como sustancias controladas.
Enfrentamos un problema de doble discurso, de doble moral, de intereses millonarios, no sólo los del crimen organizado, sino de estados cuyas estructuras de prohibicionismo y lucha contra el narcotráfico mueven cantidades multimillonarias. Enfrentamos otro problema real y que toca directamente a la gente, los efectos del consumo de drogas (legales e ilegales) destruyen personas, destruyen familias, afectan el funcionamiento y la eficiencia productiva de nuestras sociedades y construyen una red de violencia y delincuencia conexa, que se han convertido en uno de los problemas mayores que enfrentamos.
Las drogas nos acompañarán por siempre, son parte intrÃnseca de nuestras vidas. Esa es una realidad que está más allá de cualquier consideración vinculada a nuestras buenas intenciones o a nuestra visión moral de la vida. Entenderlo es imprescindible para encarar la cuestión de una manera distinta a la que nos hemos aproximado hasta hoy. ¿Cuántos años de fracasos más necesitamos para entenderlo?
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