Viernes 12 de agosto de 2016
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Da pena, y mucha, la situación de Venezuela. A título de socialista, un sinvergüenza vocinglero destruye a su país: Nicolás Maduro. Su nombre es innecesario, por impreciso. Su falta de oportunidad es política, es proverbial. Entre Hugo Chávez y él han construido un sistema lleno de populismo, aunque el último personaje es muchísimo peor por ignorante. Ahora, cuando la oposición venezolana, de izquierda y derecha, más digna que el actual presidente, ha logrado firmas de acuerdo a procedimientos normativos, más de 200 mil adhesiones certificadas por un Tribunal elegido o seleccionado por un autócrata, y resulta que el mencionado sujeto habla libremente de fraude, alterando la legalidad venezolana. Para un proceso revocatorio basta un 1% del padrón electoral. El hecho de que 1 millón 600 mil firmas son observadas es irrelevante legalmente. Y hablar cínicamente de 11 mil fallecidos y niños es un insulto a la inteligencia.
El problema venezolano pasa por una situación iniciada en el Siglo XX, una sociedad traumatizada por un proceso que llevó a Hugo Chávez al poder. Lamentablemente se piensa que este proceso supervive a sus hacedores. Nada más falso, el desabastecimiento de alimentos y artículos de limpieza es crónico. Se trata del peor ejemplo de construcción social. Por lo menos en la Rusia soviética Lenin transigió y recreó un Estado que duró 60 años. Sus triunfos fueron considerables.