Canjes al margen de la Ley

Trate amigo lector de ubicarse conmigo en 1984, si no puede, le pinto brevemente el ambiente. Segundo año del frágil gobierno de Hernán Siles, escasez absoluta de todo, huelgas paros y protestas por doquier, una inflación que hacía cambiar billetes cada semana y la música de Menudo causando furor en las chiquillas.

Apenas habían tres canales de televisión en el aire de La Paz, lo que ya permitía distraerse un poco más que antes y tener algo de variedad cuando uno se detenía frente a la caja boba, sin embargo, aquel martes 27 de marzo, a eso de las 8 de la noche, tenía a todo el mundo mirando estupefacto las dantescas imágenes que transmitía el canal 7 y que eran enviadas por Televisión Panamericana del Perú.

Con tres hombres sumamente violentos a la cabeza, el "Carioco", el "Lalo" y el "Pilatos", los reos más desenfrenados de la cárcel tomaron como secuestrado al personal civil del penal, y con ellos capturados, empezaron a hacerle pedidos a la policía y justicia peruana con el fin de poder escapar.

El origen de todo esto tuvo lugar meses antes, cuando los mismos tres cabecillas, se acuartelaron en la sanidad del edificio del Palacio de Justicia, y con el doctor y tres rehenes más lograron evitar su traslado al penal de máxima seguridad de ICA y a cambio los ubicaron en El Sexto. Con esta experiencia, sabían que con la cantidad debida de capturados y con la debida violencia podían conseguir lo que quisieran y esa mañana fueron por el premio mayor.

Empezaron el revuelo a las 9 de la mañana, pero como las autoridades pensaron que era un revoltijo más que no pasaría a mayores, a partir de la 1:30 de la tarde comenzó la barbarie y con gran crueldad grabarían esa fecha en la historia.

El Carioco se presentó a través de un muro de ladrillos, y ante las cámaras y los ojos incrédulos de la prensa y los policías sujetaba a uno de los rehenes a quien bañaba en querosene mientras vociferaba que como nadie les había hecho caso el pagaría las consecuencias. Hasta ahí sólo era el susto, pero cuando el pobre hombre comenzó a arder, ya nada fue igual. La víctima cayó y sólo se veía el humo, hasta que lo lanzaron por el techo y totalmente ensangrentado corrió en busca de los policías para que lo auxiliaran. Pudieron llevarlo a un nosocomio pero unas horas después moriría víctima de los golpes y las quemaduras.

Si eso era poco, una hora más tarde exactamente, esta vez el Pilatos, sujetaba a un hombre fornido sentado sobre el mismo muro, y cuando parecía que lo iban a soltar, el fuego de un disparo levantaba la tela de su camisa y se desvanecía de espaldas. Estaban armados y dispuestos a todo, parecía que aquello terminaría en un desastre sin antecedentes.

La tarde siguió y luego los amotinados hicieron algo impensado, sometieron también a otro recluso, un tal Mosca Loca. Se trataba de un narcotraficante, que a la par de Roberto Suárez, también le ofreció a su gobierno pagar la deuda externa del Perú a cambio de su libertad. Felizmente Belaunde no cometió tal error y siguió preso, hasta ese día en que los extasiados le cobraron en su ley y le arrancaron con la vida los privilegios que le había dado su mal habido dinero. Como este pequeño Midas tenía hasta teléfono en su celda, aprovecharon ese medio para comunicarse con la policía y la prensa para hacer sus demandas.

Querían dos camionetas con vidrios polarizados, llenos de plata y gasolina y que nadie los siga. Como justamente nadie les hizo caso, apareció un nuevo rehén en la famosa pared, esta vez el desventurado quiso aprovechar un pequeño descuido y escapar, pero uno de los sádicos atrapó su pierna, y ante los perplejos ojos del mundo entero se la empezó a cortar provocando más horror del ya acumulado.

Un grupo de élite de la Policía estaba listo para ingresar, pero el Poder Ejecutivo no se animaba a regalarle a la televisión y su perpleja audiencia un baño de sangre en vivo y a colores así que esperaron a que oscurezca y con un plan muy bien elaborado, engañaron a los captores haciéndoles creer que cedían a su pedido. Ingresó una furgoneta como la que pidieron, sólo que atestada no de plata sino de comandos y luego de salvar a todos los rehenes, excepto una a la que le dieron un tiro que se alojó en su mandíbula del que afortunadamente sobrevivió, dieron de baja a todos los sublevados que sumaban más de 20 incluyendo a los despiadados cabecillas.

Como era de esperarse, cuando terminó la masacre, comenzaron las observaciones sobre si era necesario matarlos a todos, o que había sido una ejecución sumariante puesto que ellos ya se habían rendido y todo lo imaginable de parte de gente que siempre busca un argumento para observar algo, cuando en determinado momento de la carnicería, la sociedad peruana en su conjunto exigía una medida drástica a las autoridades y un castigo ejemplarizador, que al final fue lo que sucedió.

Negociar con secuestradores en posesión de rehenes no es tarea fácil, existen policías especializados en manejar la psicología de los secuestradores, velar por la vida de los capturados y llevar todo a buen término, puesto que ya es una política casi universal, que los que cometen un delito tan grave como lo es privar a la gente de su libertad y amenazar su vida a cambio de algo, no tengan la más mínima oportunidad de salirse con la suya y más bien pagar su terrible osadía.

No debe haber suplicio tan grande como de quién es la víctima, y sobre todo la familia, que por lo general se ve forzada incluso a buscar dinero de donde no hay para preservar la salud del ser querido y hacer que vuelva a casa.

El miércoles el Estado Plurinacional de Bolivia ha sido víctima de un chantaje, creo, nunca antes visto a cargo de los cooperativistas mineros. La policía haciendo uso de su atribución constitucional, detuvo en su intento de bloquear carreteras a unos 90 cuentapropistas, lo que provocó en sus compañeros la genial idea de rodear a un destacamento policial y detener a 47 uniformados, de por sí un gravísimo delito, empeorado por el hecho de que se violaron su derechos básicos y además les robaron, el armamento de dotación y las pertenencias personales, lo que constituye una seguidilla de actos reñidos con las leyes vigentes en el país.

Cuando marchaban y protestaban los discapacitados, y eran abusivamente sometidos por estos mismos poli-

cías, ya decía yo que la razón por la que el Gobierno nunca escucharía sus demandas era porque no representaba un número capaz de aportar significativamente en las urnas, y porque no tenía la fuerza extorsiva necesaria para llamar la atención del poder.

Los cooperativistas son otra cosa, ahora amparados en un decreto que no termino de entender que les da la autorización por encima de la Ley de hacer reventar dinamitas como cohetillos en año nuevo, a la fuerza de su movimiento son capaces de hacer arrodillar al mismo Ministro de Gobierno para que éste acceda a nada menos que el canje de rehenes corrompiendo a la Ley a la par de los hasta hace pocos aliados del proceso de cambio.

Los peruanos de la historia previa, llegaron a límites insospechados, amparados en la experiencia de saber que con rehenes a su cargo eran capaces de conseguir cualquier cosa y se lanzaron a una horrenda aventura que terminó en una orgía de sangre. Cuidado que el Gobierno haya perdido el libreto por completo y les permita ahora a los nuevos burgueses de la bocamina someterlo de tal manera que tengan que acceder a lo impensado en el futuro.

(*) Paceño, stronguista y liberal