Jueves 11 de agosto de 2016
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No hay señales que indiquen que el mundo se está acercando a una verdadera era de paz. Se dice, en cambio, que ha comenzado la tercera guerra mundial y que nada hace presagiar que los peligros se disipen. Por el contrario, los vaticinios son preocupantes, tanto en el panorama mundial como en el regional. Ni los grandes espectáculos, como el de la fastuosa inauguración de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, alcanzan para tapar los problemas. Pasadas las competencias deportivas, las amenazas persistirán.
Y va a recrudecer -no es un presagio sino una evidencia- la mala vecindad en nuestra región; así lo demuestran los acres duelos verbales entre presidentes y funcionarios que alejan el entendimiento inspirado en la paz activa -no en la mera ausencia de guerra- o sea paz con cooperación. Lamentablemente, por la virulencia declarativa, no se avizoran diálogos constructivos que superen las diferencias y enconos, como lo que separa a Bolivia y Chile.
Otra contribución a las tensiones crecientes en nuestra región es el reciente entredicho por la presidencia rotativa del Mercosur que va a dejar una huella de resentimiento, lo que no es bueno para una marcha conjunta en un proceso de integración. La discrepancia manejada con el insulto sólo tiene un destino: el fracaso de un emprendimiento integracionista. Ya lo advierte el ex canciller uruguayo Didier Opperti: "Venezuela se deslegitima totalmente e insiste con un discurso violatorio de las mínimas reglas de educación y respeto", y ello no va a eliminar las objeciones a que Venezuela asuma la presidencia de ese organismo.