Martes 09 de agosto de 2016

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La historia de un pueblo, o de muchos, y de vertientes identitarias no constituidas en naciones, implica una primera verdad: "La historia no es una ciencia en el sentido de las matemáticas, la química o la física. Puede ser, más bien, la agrupación, cierta o no, de hechos no siempre comprobables en los rigores del análisis científico". Generalmente, no siempre, se trata de falacias, hechas verdades de tanto repetidas, la evidencia de ilusiones que se quisieran ver realizadas sin consistencia lógica, con argumentaciones que se derrumban por su simpleza burda, donde conviven y hasta se prostituyen la verdad transitoria y la utopía ideológica y política.
El afirmar orondamente que la etnia aymara, migrante con oscura historia, se constituyó en nación como la tihuanacota o la inca, y que tiene 5524 años occidentales de existencia, sumando 5000 años al tiempo posterior a la conquista española, desde 1492, es una propuesta muy insolente y atrevida, además de atrabilaria, en cambio la antropología, a diferencia de la especulación histórica, muy subjetiva y disfrazada, sí reúne las características ontológicas, además de otras, de la construcción científica. No se ampara, así como la paleoantropología, en los argumentos de la especulación subjetiva, simplemente demuestra con evidencias físicas que se han encontrado restos de actividad humana o prehumana, revelando sus elementos de vida y muerte. Así se sabe provisionalmente que los primeros homínidos se desarrollaron hace 3-4 millones de años en África y que en América no hubo población humana hasta hace 15-20 mil años. Y los sustentadores de aberraciones históricas llaman a América como Abyayala, una falsedad de patas cortas.