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Domingo 07 de agosto de 2016

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Revista Dominical

El día de la libertad

07 ago 2016

Por: Gerson Porcel Vargas - Comunicador y educador

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Con la firma del acta de la independencia, hace ciento noventa y un años, -y esto nos enseña la historia oficial- se consiguió terminar con las crueldades del reino de España, y se logró el derecho sobre las propias riquezas naturales, tras una guerra de quince años, en la que hombres, mujeres, madres, niños y ancianos lucharon por el simple deseo existencial de vivir en paz. Y luego -como se sabe- comenzó la era republicana, fundada en las propias estructuras europeas occidentales, que hasta ese momento parecían confiables y viables: la institución de la ley, la administración estatal sin monarquía, la autonomía económica, la distribución equitativa de los recursos y la abolición del esclavismo.

Sin embargo, no había sido tanto así, porque quedaron elementos residuales que no se destruyeron en la gran guerra, mucho menos con la capitulación de los ejércitos ibéricos ni con el fusilamiento de los realistas sobrevivientes; sino que los vencidos, de manera desvergonzada y desesperada, se pasaron al bando ganador, y adulando indignamente a los Generales salvaron su pellejo y el de sus familias; y con ese perdón misericordioso sobrevivieron las mismas superestructuras ideológicas dominantes del patriarcado y el colonialismo, y continuaron funcionando enmascarados los mismos sistemas de marginación a los indígenas, que no recuperaron sus tierras y no recibieron los desagravios morales después de cientos de años de aniquilación.

Juana Azurduy de Padilla reclamó oportunamente al Libertador Bolívar y al Mariscal de Ayacucho este riesgo fatal, cuando la visitaron en Charcas, junto a José Miguel Lanza, poco después de la fundación de la república. Ella dijo que los doctorcitos de la ley y los mestizos de buena alcurnia, que fueron representantes en la Asamblea Constituyente, iban a tomar el poder para deshacer los valores supremos de la verdadera libertad, y que el rumbo de la patria grande sería incierto: "porque un parto con madre muerta y niño agonizante no daba garantía de ninguna estirpe", les aseguró.

En los años posteriores, los presagios de la guerrillera comenzaron a cumplirse, los golpes de Estado y los motines estaban a la orden del día, y la depredación de las naciones vecinas cercenaron el territorio original en miles de kilómetros cuadrados, como es el caso de Chile que en una acción títere de mando inglés, despojó las infinitas riquezas del Litoral y privó del mar a los bolivianos. La mentalidad patriarcal-colonial se había quedado en Sudamérica y en Bolivia, y emergió aún más poderosa con los grandes terratenientes y hacendados, los barones del estaño y los altos mandos militares oligarcas. Así como la actitud colonial mercantil había infestado las esferas burocráticas del gobierno bicéfalo sucrense y paceño, que llevó a una guerra federal con consecuencias posteriores nefastas.

Hasta comienzos del siglo anterior todavía los Derechos del Hombre no se habían consumado plenamente en el país, porque los indígenas vivían condenados al pongueaje y las nuevas formas de sometimiento. El desahucio de la guerra del Chaco llevó a comprender un nacionalismo extraño y melancólico con la patria amada; y las grandes masas de indios, que nuevamente dieron su sangre por su nación, no fueron reivindicadas. Tal vez los atisbos tibios de justicia social se dieron con la revolución del año 1952, cuando la propiedad de la tierra pasó a los campesinos, y el voto universal libre y secreto consiguió fisurar el gobierno patriarcal, y dio a las mujeres y a los más oprimidos el ejercicio democrático principal.

En la actualidad, la despatriarcalización y la descolonización no deben ser acciones silenciosas y milagrosas, sino un compromiso de trabajo serio y consciente en diferentes escenarios, porque existen enemigos internos y externos que hacen del país un proyecto de difícil construcción. El patriarcado todavía ronda en diferentes lugares y en formas de racismo, discriminación, violencia de género, explotación laboral, maltrato infantil, brutalidad policial, sindicalismo rotativo de machos alfa, política prebendalista y el acoso. Así como el colonialismo está presente en el saqueo, la explotación de recursos naturales, el autoritarismo, la megacorrupción, el contrabando millonario y el tráfico de personas para esclavitud sexual; es decir, el patriarcado y el colonialismo todavía reinan en las mentes débiles de los ingenuos y en lo irracional de los poderosos.

Tal vez queda una última acción heroica que deben ganar las bolivianas y los bolivianos: la guerra de la libertad interior, que rompa las cadenas de mentes cautivas y corazones humillados, heredados del pasado y fundados en el miedo y la inconciencia del colono y del patriarca; porque sólo con la liberación individual y el cambio de las estructuras mentales y sentimentales se podrá por fin celebrar dignamente el día de la libertad.

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