Al referirse al Primero de Mayo, varios dirigentes dijeron que, hoy como ayer, la clase trabajadora en Bolivia no tiene nada que celebrar. Al contrario, recordarán a los mártires de Chicago siguiendo su ejemplo. Ganarán las calles para expresar su protesta, su rebelión y su descontento, exactamente como antes, como hace tiempo, como siempre.
Eso quiere decir que la gesta heroica que se recuerda en la fecha no es sólo una historia del pasado sino también una historia viva del presente. Aquellos mártires de 1887 ofrendaron sus vida por una causa; esa causa continúa vigente hoy. La explotación del trabajo humano, el salario mísero, la inseguridad laboral, el desempleo, el desarraigo forzoso, el horizonte brumoso de la vida, tienen algunos matices nuevos, pero en esencia son los mismos motivos de ayer para la lucha.
Chicago (Estados Unidos), el centro más activo de la agitación revolucionaria; la huelga general de los obreros dispuestos al sacrificio, el cadalso levantado para condenar a inocentes, la conquista de las ocho horas laborales como resultado final, todo eso constituye el contexto histórico donde se desarrolla una de las más nefastas acciones equivocadas de la ley contra un puñado de valerosos luchadores por la justicia social y el trabajo digno.
El hecho es que en medio del fragor de la lucha, una bomba arrojada por manos desconocidas hiere y mata a varios policías. Se organiza un tribunal especial para procesar y juzgar a los presuntos autores del atentado. El fiscal Grinnell, del Estado de Illinois, formula la acusación por delitos de “conspiración y asesinato de policías” a los siguientes trabajadores: Fielden, Fischer, Engel, Schwab, Lingg y Neebe.
Al conocerse el fallo, una gran profusión de solicitudes de todas partes el mundo no fue suficiente para revocar la sentencia inexorable. El 11 de noviembre de 1887 “se consumó el crimen legal”. Los seis trabajadores fueron ahorcados.
Momentos antes de subir al cadalso, cada uno de ellos pronunció un breve discurso donde se refleja la entereza con que supieron afrontar la suprema circunstancia. He aquí algunas frases que condensan su mensaje:
“Si nosotros calláramos, hablarían hasta las piedras”, dijo Michael Schwad.
El periodista de origen alemán, Adolfo Fischer, de 30 años de edad, expresó con serenidad y elocuencia: “Este veredicto es un golpe de muerte a la libertad de imprenta, a la libertad de pensamiento, a la libertad de palabra en este país”.
Louis Lingg, experto en fabricar bombas, carpintero, de 22 años, también de origen alemán, manifestó que sus compañeros y la historia recordarían sus palabras, “…en esta esperanza os digo: ¡Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad! ¡Ahorcadme!”
A su vez, el tipógrafo y periodista George Engel, en la parte sustantiva de su discurso anotó con profunda tristeza: “Aquí he visto a seres humanos buscando algo con que alimentarse en los montones de basura de las calles”.
El pastor metodista y obrero textil, Samuel Fielden, a su turno, manifestó: “Si me juzgáis convicto de haber propagado el socialismo, y yo no lo niego, entonces ahorcadme por decir la verdad”.
En un gesto de extrema solidaridad, Óscar Neebe manifestó: “¡Dejadme participar de la suerte de mis compañeros!, ¡Ahorcadme con ellos!”
Consumada la tragedia, una flor de seda roja clavada en las puertas de las casas obreras de Chicago se exhibió por varios días en señal de duelo.
El corolario de esta historia de rebelión y de heroísmo fue algo más trágico todavía: En 1893, al revisarse el proceso, se estableció que los ahorcados no habían cometido ningún crimen y que “habían sido víctimas inocentes de un error judicial”.
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