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Domingo 31 de julio de 2016

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Cultural El Duende

Jorge Aulicino

31 jul 2016

Jorge Ricardo Aulicino. Argentina, 1949. Poeta, periodista y traductor. Ha publicado: Vuelo bajo (1974), Poeta antiguo (1980), La caída de los cuerpos (1983), Paisaje con autor (1988), Hombres en un restaurante (1994), Almas en movimiento (1995), La línea del coyote (1999), La poesía era un bello país. Antología 1974-1999 (2000), Las Vegas (2000), La luz checoslovaca (2003), La nada (2003), Hostias (2004), Máquina de faro (2006), Cierta dureza en la sintaxis (2008), Libro del engaño y del desengaño (2011), Estación Finlandia. Poesía reunida 1974-2011 (2012).

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El voyeur de los jardines

Siempre es demasiado poco:

no escaparás

de este enredo verbal.

No intentan las enredaderas

escapar de ellas mismas.

Su naturaleza es tal

que debería servir de analogía.

Pero ahí están

y no te sirven de nada.

En un ángulo obtuso

respecto a tu punto

de observación matinal,

la casa vieja,

la enredadera seca.

Un resto de vino

de la noche anterior

en el vaso sobre la mesa;

(?)

y cuando caminás

no es más fácil,

no resulta

para nada más fácil

que enredarse en estos helechos

segregados por vos mismo,

rama

sobre rama y hojas

abrazadas a hojas,

siempre

a su vez lo mismo:

demasiado poco para ser poco.

Olímpicas 2

Prometeo

liberado de sus cadenas

va con ellas

por la calle

golpeando a los falsos ciegos,

a los inválidos,

a los menesterosos,

como si todos ellos

fueran mercaderes

en el templo.

He ahí

dice Zeus,

el resultado

de condonar, compadecer, indultar

y, por así decirlo,

el resultado general de la piedad.

Música para aeropuertos

La ciudad es todos los ojos encendidos

en la niebla y el frío.

Detrás de cada ojo hay vidas

que no son conscientes de sí mismas

o no tanto como el hombre

que mira los ojos

amarillos desde la calle.

Este hombre tiene frío

y siente el aire húmedo

subiendo por sus piernas.

Es el único que escucha

los últimos ruidos de los autos

y le parecen raros

un camión estacionado

y el tambor de desperdicios

en la vereda del bar.

En la noche de un día que no tenía previsto,

es quizás el único verdadero

testigo de la civilización.

El que podría decir

son grandes estos ruidos;

estos ojos, extraños;

el frío es real y no es humano;

esta civilización,

que en una foto satelital es sólo grumos,

unas trazas,

una de esas figuras de los microscopios,

ha vivido,

se ha alzado en edificios

de ventanas luminosas

y por las noches abandona las calles

a inimaginables visitantes:

quizá es su deleite.

Porque la civilización

debe conocer su sentido,

como el universo,

aunque en realidad impresiona

su inconsciencia del frío, del abismo.

A solas este hombre

en su cuarto mirará el diario del día

anterior como un documento raro.

Saldrá todavía

muchas noches para convencerse.

Probablemente no se convenza.

Su voluntad de hierro lo hará insistir.

Porque hay, dirá, debe haber un sentido

en todas esas ventanas

que se encienden de noche y

en el vacío de las calles

y en la trepidación de los sótanos.

Caesars Palace

Redoble de platillos

y un metrónomo en el paisaje.

No hay vida natural

tras las ventanas.

Como si todo

hubiese sido levantado

por gitanos del espacio

que no conocieran el fuego;

cuyas manos

hubiesen estado

entrenadas por siglos

en el manejo de rayos,

en la fabricación

industrial de cosmos.

Paisaje nocturno

No es momento de ajustarte

a la belleza del cielo nocturno:

ni la luna en la punta de los pinos del parque

ni el silencio repentino de esa alcantarilla

que hasta recién sonaba

encierran nada que no sea esto:

el paisaje lejano que jamás te contiene.

Pero no fue que el destino

prometiera y ahora?

Supiste que el bisturí disecaría todo.

Si estás en un bar y te abrigan

los restaurantes, te contentás.

El cielo no había dicho nada.

El cielo solo prometía algún lugar de confort.

Muy bien: este es.

Dios se quedó con los designios

y el resto es macilento.

Los pinos y las alcantarillas

cantan algo que no sabés.

Ni siquiera la sensación de haber sido expulsado.

No hay edén ni exactamente tormento.

Es bastante tomar el vermut

sin miedo a que te ahorquen

en una ciudad donde podés morir

de mil maneras violentas.

¿Ves allá? Un hilo de sangre.

El agua que drena

de ese otro bar, enfrente, puede ser el reguero

de un crimen.

¿Ves allá? El viento agita un farol.

Hay tres tipos sentados en el cordón.

Conociste a uno que ahora recordás

Para tus amigos: