Jorge Ricardo Aulicino. Argentina, 1949. Poeta, periodista y traductor. Ha publicado: Vuelo bajo (1974), Poeta antiguo (1980), La caída de los cuerpos (1983), Paisaje con autor (1988), Hombres en un restaurante (1994), Almas en movimiento (1995), La línea del coyote (1999), La poesía era un bello país. Antología 1974-1999 (2000), Las Vegas (2000), La luz checoslovaca (2003), La nada (2003), Hostias (2004), Máquina de faro (2006), Cierta dureza en la sintaxis (2008), Libro del engaño y del desengaño (2011), Estación Finlandia. Poesía reunida 1974-2011 (2012).
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El voyeur de los jardines
Siempre es demasiado poco:
no escaparás
de este enredo verbal.
No intentan las enredaderas
escapar de ellas mismas.
Su naturaleza es tal
que debería servir de analogía.
Pero ahí están
y no te sirven de nada.
En un ángulo obtuso
respecto a tu punto
de observación matinal,
la casa vieja,
la enredadera seca.
Un resto de vino
de la noche anterior
en el vaso sobre la mesa;
(?)
y cuando caminás
no es más fácil,
no resulta
para nada más fácil
que enredarse en estos helechos
segregados por vos mismo,
rama
sobre rama y hojas
abrazadas a hojas,
siempre
a su vez lo mismo:
demasiado poco para ser poco.
Olímpicas 2
Prometeo
liberado de sus cadenas
va con ellas
por la calle
golpeando a los falsos ciegos,
a los inválidos,
a los menesterosos,
como si todos ellos
fueran mercaderes
en el templo.
He ahí
dice Zeus,
el resultado
de condonar, compadecer, indultar
y, por así decirlo,
el resultado general de la piedad.
Música para aeropuertos
La ciudad es todos los ojos encendidos
en la niebla y el frío.
Detrás de cada ojo hay vidas
que no son conscientes de sí mismas
o no tanto como el hombre
que mira los ojos
amarillos desde la calle.
Este hombre tiene frío
y siente el aire húmedo
subiendo por sus piernas.
Es el único que escucha
los últimos ruidos de los autos
y le parecen raros
un camión estacionado
y el tambor de desperdicios
en la vereda del bar.
En la noche de un día que no tenía previsto,
es quizás el único verdadero
testigo de la civilización.
El que podría decir
son grandes estos ruidos;
estos ojos, extraños;
el frío es real y no es humano;
esta civilización,
que en una foto satelital es sólo grumos,
unas trazas,
una de esas figuras de los microscopios,
ha vivido,
se ha alzado en edificios
de ventanas luminosas
y por las noches abandona las calles
a inimaginables visitantes:
quizá es su deleite.
Porque la civilización
debe conocer su sentido,
como el universo,
aunque en realidad impresiona
su inconsciencia del frío, del abismo.
A solas este hombre
en su cuarto mirará el diario del día
anterior como un documento raro.
Saldrá todavía
muchas noches para convencerse.
Probablemente no se convenza.
Su voluntad de hierro lo hará insistir.
Porque hay, dirá, debe haber un sentido
en todas esas ventanas
que se encienden de noche y
en el vacío de las calles
y en la trepidación de los sótanos.
Caesars Palace
Redoble de platillos
y un metrónomo en el paisaje.
No hay vida natural
tras las ventanas.
Como si todo
hubiese sido levantado
por gitanos del espacio
que no conocieran el fuego;
cuyas manos
hubiesen estado
entrenadas por siglos
en el manejo de rayos,
en la fabricación
industrial de cosmos.
Paisaje nocturno
No es momento de ajustarte
a la belleza del cielo nocturno:
ni la luna en la punta de los pinos del parque
ni el silencio repentino de esa alcantarilla
que hasta recién sonaba
encierran nada que no sea esto:
el paisaje lejano que jamás te contiene.
Pero no fue que el destino
prometiera y ahora?
Supiste que el bisturí disecaría todo.
Si estás en un bar y te abrigan
los restaurantes, te contentás.
El cielo no había dicho nada.
El cielo solo prometía algún lugar de confort.
Muy bien: este es.
Dios se quedó con los designios
y el resto es macilento.
Los pinos y las alcantarillas
cantan algo que no sabés.
Ni siquiera la sensación de haber sido expulsado.
No hay edén ni exactamente tormento.
Es bastante tomar el vermut
sin miedo a que te ahorquen
en una ciudad donde podés morir
de mil maneras violentas.
¿Ves allá? Un hilo de sangre.
El agua que drena
de ese otro bar, enfrente, puede ser el reguero
de un crimen.
¿Ves allá? El viento agita un farol.
Hay tres tipos sentados en el cordón.
Conociste a uno que ahora recordás
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