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Domingo 31 de julio de 2016

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Cultural El Duende

Los demonios andan sueltos

31 jul 2016

Solange Behoteghy

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Tenías razón: nunca pude mantener los pies en la tierra. Siempre creí que la dignidad la llevaba en la sangre y que hacía falta que nos la sacaran del cuerpo para perderla. Ahora sí, mamá, ahora sí tengo la cabeza en los pies y siento cómo de a poco la sangre se me va acumulando en el cerebro y me cuesta tragar saliva pero igual me la trago, la saliva y la vida. Pero la dignidad está intacta, mamá, a ésa la tengo bien guardada en el pecho. Es un lugar seguro, dicen. Nadie le roba a una mujer que guarda su dinero debajo del sostén. ¿Dónde estás mamá? Por qué no vienes, hace frío y desde aquí veo las cosas diferentes, el mundo parece al revés. Dios está en la tierra y el demonio me mira desde lo alto del campanario, tiene una extraña debilidad por las campanas, se balancea al ritmo del badajo como si se excitara, creo que siente algo porque cuando pasa por mi lado mete sus dedos en mi sexo y prende un cigarrillo. Hasta el momento es todo el fuego que conozco de él. Sus dedos minúsculos no logran arrancarme ni una gota de placer. Tengo frío, mamá, el viento trae polvo de otras ciudades y se impregna sobre mi piel desnuda. Veo cómo se retuercen los remolinos sobre la tierra y me voy con ellos hacia el pasado.

?ramos felices, vivíamos en una casa pequeña, él salía temprano a trabajar, un amigo lo recomendó en la oficina de correos y desde entonces, todos los años recibía las atenciones del gerente y un diploma de "El empleado del año". Siempre quiso destacarse en algo, tenía afanes de grandeza, decía que no bastaba con plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, eso era para la gente común que se conformaba con vivir, él quería morir bien y eso implicaba por lo menos duplicar el cliché, así que plantó dos árboles y escribió un libro: Consejos prácticos para un buen cartista, pero ya íbamos por el cuarto hijo y no parecía conformarse, aun así debo decir que éramos felices.

A mí me gustaba ir al cine, así que por las noches, acostaba a los niños, dejaba lista la cena y me iba a la cinemateca. ?l llegaba después de la once, cansado; comía y dormía, ni se enteraba.

Una vez vi una película que comenzaba con una escena de amor y luego aparecía un tipo y los mataba a los dos. Era el marido que sorprendió a su esposa con su mejor amigo. Estas historias son comunes, me dijo Lily, mi vecina que se metió con el marido de su prima. A los hombres les gusta tener más de una mujer y, si eso los hace felices, hay que complacerlos. Me dio tanto coraje que no volví a saludarla pero al día siguiente escuché en la radio Fides que un hombre sorprendió a su mujer con su amante y le plantó un tiro en la cabeza. Las autoridades los declararon inocente porque actuó en defensa propia. Supongo que se referían a la defensa de su dignidad y a él le habría costado resguardarla debajo de sus bolas.

?ramos felices. ?ramos felices. Yo me repetía aquella frase pero en presente, todos los días frente al espejo del baño mientras me depilaba los bigotes con una pinza bastante motosa que me sacaba de apuros.

Otra vez los remolinos dan vueltas sobre la tierra pero esta vez se elevan formando grandes círculos que arrastran consigo las penas de las mujeres olvidadas. Me gustaría guardarlas junto con mi dignidad en mi escondite para luego devolvérselas cuanto estén calmadas, pero desde esta posición se me hace imposible. Los pies han comenzado a arderme y siento mi cabeza como si fuera una morcilla, el polvo ha secado mi vagina y ahora cuando el demonio viene a hurgar mis intimidades, el dolor es insoportable, siento cómo mis labios tratan de cerrarse hasta que se rajan dejándose penetrar por los dedos infames del demonio.

Frere Jacke/ Frere Jacke/ sonne le matiné/ sonne le matiné/ ding dong dang/ ding dong dang.

Sí, mamá, es la canción que me cantabas cuando no podía dormir, ¿te acuerdas? No entendía, pero cerraba los ojos y después era otro día. Mamá, ¿tú crees que si la canto ahora mañana será otro día? Mamá, responde, mamá? ¡Mamá! Aunque no vuelva a abrir los ojos, mamá? pero quiero cerrarlos de una vez.

Era lunes, fui a ver una película erótica donde la protagonista era una monja que en el día fornicaba con un militar y por la noche dormía vestida para proteger a honra. Salí del cine con la boca amarga y una sensación de abandono que nunca antes había sentido, caminé por la Pichincha y bajé las gradas que conducen a la Pérez, entré al Lido y pedí una cerveza, me trajeron un shop. Se me acercó un tipo, me preguntó si podía acompañarme y le dije que sí, que me hacía falta charlas con alguien. -¿Usted sabe qué es el abandono? -le pregunté.

El hombre me miró, miró el enorme vaso de cerveza y respondió: -El abandono es mirarse en el espejo durante nueve años todos los días a la siete y media de la mañana y no decirse ni una palabra. No me acosté con él. No se le puede hacer eso al "Empleado del año", y al día siguiente estuve a punto de hablarle a la mujer que me miraba en el espejo, pero no lo hice, un poco por cobardía y otro por miedo a perder el abandono.

Una de esas noches en que mi marido se quedó a trabajar decidí darle una sorpresa y presentarme en su oficina con mi abrigo negro, el que usaba para ocasiones especiales: matrimonios o cenas. A decir verdad, lo usé únicamente en el bautizo de mi primer sobrino. ¡Aquella era una buena ocasión para lucirlo! El problema era qué ponerme debajo del abrigo. Después de probarme tres o cuatro mudas, decidí que para los fines que me proponía lo mejor era no llevar nada, ni siquiera calzón. Así que el abrigo cubrió mi desnudez y la osadía de la que era capaz después de nueve años de matrimonio. Mi sexo latía de felicidad y mis senos recuperaron su dureza y calidez en un segundo. ¡Qué sorpresa se llevaría!

Fui yo quien recibió la sorpresa: encontré a mi marido con una mujer bastante más alta que él, cómo explicarlo? ella le llegaba al, al ombligo, no, no, no, el pene de mi marido le llegaba a las rodillas y sus? cómo decirlo? sus? sus pies -los de mi marido- lucían las medias que le regalase en el último cumpleaños.

Me pareció de tan mal gusto que lo primero que dije fue: -¿Por qué no te quitaste las medias? ¡Se ven horribles! Quise que notara cómo mi sexo latía al ritmo de mi corazón, así que me descubrí y los dos quedaron atónitos. No sé cómo explicarlo, es demasiado difícil, hubiera preferido que tú estuvieras allí, mamá, sería más fácil explicarte pero así es la vida: las mejores emociones están reservadas sólo para unos cuantos. En ese sentido, debo considerarme una privilegiada, ¿no crees? Pero mamá, no hubieras sido capaz de armar un escándalo, ¿no es cierto?, no te lo hubiera perdonado jamás, tú sabes que detesto la vulgaridad. Me dio pena, pobrecito, se veía tan ridículo con las medias puestas y la rubia de dos metros. Al fin y al cabo es mi marido, me dije, y lo más importante es sentirme orgullosa de él, pero verlo allí tan diminuto y desprotegido? Sí, desprotegido, mamá, mamá, no te rías, es serio.

Mamá, ¿mamá?, ¿estás ahí mamá? Tengo sed, mamá, pásame un vaso de agua, por favor. Agua, agua? agua?

Mi sexo dejó de latir cuando me miró y dijo: -¡Cúbrete, te ves espantosa! No, mejor vete así, es mejor que el abrigo.

-¡El abrigo, no! -grité-, con el abrigo no te metas, es para ocasiones especiales y ésta es una de ellas.

Mamá, tengo mucha sed, me duele todo el cuerpo, voy a reventar mamá, y mi sangre formará un gran charco sobre el cual chapotearán las ranas al amanecer.

¿Por qué no vienes, mamá? ¿Por qué me has abandonado?

Ahora ya todos los saben, hace tres día que estoy colgada de los pies en eta plaza porque maté a mi marido y nadie vendrá a socorrerme por temor a la represalias. Y lo peor de todo es que los demonios andan sueltos.

Solange Behoteghy. Lima, 1970. Actriz y dramaturga.

De su libro: "Almas inquietas"

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