Virgen del Carmen, Protectora de la Iglesia

La devoción a la Virgen del Carmen traída por los misioneros españoles en la época colonial, está íntimamente unida a la historia de América Latina. En Bolivia durante el tiempo de las luchas por la independencia, los patriotas la tomaron como su protectora. Aprovechando la procesión en la fiesta de la Virgen del Carmen, el 16 de julio de 1809, se produjo una rebelión popular en la ciudad de La Paz, encabezada por don Pedro Domingo Murillo en contra del gobierno español.

Después de destituir a las autoridades realistas, la Junta Tuitiva proclamó la liberación de estas tierras del poder de la corona española.

Días después, los patriotas volvieron a sacar en procesión a la imagen de la Virgen del Carmen, en acción de gracias por el triunfo del levantamiento, pero esta vez con el gorro frigio de la libertad en vez de la corona y con un sable en la mano.

Una vez proclamada la República de Bolivia en 1825, a instancias de los obispos bolivianos el Papa Pío IX la proclamó "Patrona de Bolivia" por una Bula Papal en 1851, ratificada por Decreto del Gobierno de Bolivia el 3 de agosto de 1852 bajo la presidencia del general Manuel Isidoro Belzu y luego por Ley de 17 de septiembre de 1855.

Ya en el siglo XX la Ley del 11 de octubre de 1948 la declaró "General y Patrona de las Fuerzas Armadas de la Nación". Como muestra de estas supremas resoluciones, tanto pontificias como civiles, la Virgen del Carmen ciñe en su pecho la bandera boliviana. Su fiesta es celebrada con mucha devoción y solemnidad en muchos lugares y ciudades del país.

La advocación de la Virgen Carmen es bíblica y hace referencia al Monte Carmelo, donde el profeta Elías proclamó la victoria de Yahveh sobre Baal, ídolo sangriento. La Iglesia Católica a través de la Orden de los Carmelitas difundió la devoción del escapulario que porta la Virgen del Carmen.

Originalmente era una prenda de tela sobre los hombros, el pecho y la espalda que los monjes carmelitas utilizaban al trabajar para no ensuciar el hábito. Con el tiempo se ha estilizado en dos pedazos de tela o también en una medalla con las imágenes de la Virgen del Carmen y del Corazón de Jesús.

Según la tradición carmelitana la Virgen María en una aparición en 1251 a Simón Stock, Superior general de la orden, prometió proteger en la vida, en la muerte y más allá de la muerte a las personas que llevasen el escapulario con dignidad. Con el tiempo el escapulario ha llegado a ser, juntamente con el rosario, la devoción mariana más extendida en toda la Iglesia.

Somos conscientes de que el mundo actual se está haciendo hostil a la fe cristiana. El materialismo, el hedonismo y el erotismo hacen que muchas personas, otrora creyentes, vacilen en su fe y se dejen llevar por caminos extraviados, atrapadas por las tentaciones del tener, del poder y del placer, atrofiando, así, la misma conciencia moral que Dios ha dado a todo ser humano.

La persecución contra los cristianos se ha incrementado en los países bajo el influjo del llamado "Estado Islámico" en el Medio Oriente.

Por ello es importante vivir la devoción a la Virgen María como la enviada por Cristo Jesús para proteger y defender a su Iglesia frente a las asechanzas del maligno. Llevar el escapulario sobre el pecho, lejos de ser un talismán mágico, hace visible la protección que la Rúaj Santa (Espíritu Santo) unida a María, ofrece a la Iglesia y a cada uno de sus miembros.

Por ello es importante que cada día renovemos el compromiso de fidelidad, en lo posible al levantarnos y al lavarnos con el agua, símbolo del bautismo, besando la medalla del escapulario.

Así experimentaremos nuestra pertenencia filial a los Corazones de Jesús y de María y en ellos a Iglesia y a la Familia Trinitaria, comprometiéndonos con la expansión del Reino de Dios para el bien de toda la humanidad,

Esta nueva identidad filial, expresada en el escapulario, debe concretarse en el compromiso de una auténtica devoción a los Corazones de Jesús y de María que no se limita a oraciones formales y homenajes en su honor en algunas circunstancias, sino que incluye la práctica frecuente de los sacramentos y de las obras de misericordia espirituales y corporales.