Sábado 23 de julio de 2016
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La iglesia quedó pequeña y la muchedumbre rebalsó el atrio; otros se parapetaron en el frontis del Ministerio de Defensa, donde aquella fatÃdica noche ningún soldado fue capaz de reaccionar ante los gritos de auxilio, quizá por la lÃnea que marca su máxima autoridad ocupado en defender a un hombre poderoso que ni sabe si es padre.
Diagonal está el Comando de la PolicÃa, con sus muchos autos nuevos parqueados. Tampoco hubo alguien que desde ahà vigile la noche casi siempre hostil en la otrora juvenil Plaza Abaroa. Sus efectivos se ocupan en cercar a los temibles discapacitados y las camionetas donadas por el municipio paceño para la seguridad ciudadana se usan para reprimir.
Al lado de los hechos de ese jueves 7 hay un módulo policial "modelo", pero desde su interior no salió nadie a pesar que los gemidos eran tan fuertes que un hombre bueno los escuchó desde el onceavo piso, interrumpió la charla amena y bajó a ayudar.
El cortejo se abrió campo entre los miles de paceños que acudieron a decirle adiós al héroe, vestidos de blanco como pidió la familia. Era medio dÃa, la hora de más presión en el tráfico local, pero los vehÃculos se detuvieron sin tocar una bocina, salió la gente de los locales y hasta los cuida autos alzaron sus trapos. Un impresionante silencio intentaba seguir al cuerpo sin vida del que fue el alma buena de Sopocachi.