Y el tornero sigue murmurando sin parar. Lo hace maquinalmente, para ahogar, siquiera en parte, el penoso sentimiento que lo embarga. Tiene muchas palabras en la lengua, pero más numerosas son las ideas y las preguntas que anidan en su cabeza. La desgracia lo sorprendió de golpe, inesperadamente, y el tornero se siente incapaz de volver en sà y comprenderlo todo bien. Hasta el momento vivÃa sin preocupaciones, en un continuo y parejo estado de ebriedad semiinconsciente, sin sentir penas ni alegrÃas, y ahora, de repente, su alma está oprimida por un dolor intenso. El despreocupado haragán y borrachÃn vino a parar, de buenas a primeras, a la situación de un hombre atareado, preocupado, apresurado y, para colmo, en plena lucha contra la naturaleza.
El tornero recuerda que su pena comenzó en la vÃspera. Cuando en la noche anterior regresó a su casa borracho como siempre y según la antigua costumbre comenzó a maldecir y a agitar los puños, la vieja miró al pendenciero como no lo habÃa mirado nunca. Comúnmente, la expresión de sus ojos avejentados era resignada y sufriente, como la de los perros que reciben muchos palos y poca comida, pero ahora su mirada estaba inmóvil y severa, como la de los santos en los iconos o la de los moribundos. Fue en esos ojos, malos y extraños, donde dio comienzo la pena. El aturdido tornero pidió prestado al vecino un jamelgo y ahora lleva a su vieja al hospital con la esperanza de que Pavel Ivanich, mediante polvos y ungüentos, le devuelva a la mujer su antigua mirada.
Le parece extraño que la nieve no se derrita sobre el rostro de la anciana, y que este rostro, extrañamente alargado, haya adquirido un color de cirio, de tono pálido grisáceo, y se haya tornado serio, severo.
-¡PedÃa limosna! -recuerda-.Yo mismo la mandaba a pedir pan a la gente, ¡córcholis! Ella, tonta, hubiera podido vivir unos diez años más, porque ahora quizá piensa que yo soy asà de verdad. Virgen SantÃsima; ¿a dónde, diablos, la estoy llevando? Ahora no se trata de curarla, sino de enterrarla. ¡Date vuelta!
El tornero hace volver al jamelgo y lo fustiga con todas sus fuerzas. Conforme avanza el camino se hace peor. El arco de los arneses ya no se ve del todo. De vez en cuando el trineo choca contra un joven pino, el oscuro objeto rasguña las manos del tornero, apareciendo fugazmente delante de sus ojos, y el campo de visión vuelve a ser blanco, giratorio. "Vivir de nuevo...", piensa el tornero.
Se despierta en un cuarto grande, con las paredes pintadas. Una intensa luz solar entra por las ventanas a raudales. El tornero ve a la gente por delante y lo primero que quiere es mostrarse serio, juicioso: -HabrÃa que encargar una misa, hermanos, por mi vieja -dice-. Hay que avisar al sacerdote...
Quiere levantarse de un salto para caer de hinojos ante la medicina, pero siente que ni las manos ni los pies le obedecen: -¡SeñorÃa! ¿Dónde están mis pies? ¿Mis manos?
* Escritor, narrador y dramaturgo ruso, 1860 - 1904.
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresÃa Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del dÃa en PDF descargable.
- FotografÃas en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.