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Domingo 17 de julio de 2016

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Cultural El Duende

2 preguntas a Bonnefoy

17 jul 2016

En 2013, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara otorgó al poeta, ensayista y traductor francés Ives Bonnefoy (fallecido el reciente 1 de julio a la edad de 93 años) el "Premio en Lenguas Romances", ocasión en que el poeta griego Dimitris Angelís conversó con él para la revista griega Frear, de donde extractamos un fragmento

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Dimitris Angelís. Si alguien habla en la actualidad de poesía francesa en Grecia, el nombre que viene a todos los labios es uno: Yves Bonnefoy. ¿Nos puede hablar un poco de su punto de partida poético, sus influencias y lecturas de aquella época, es decir, podría usted hacernos el retrato del joven artista Yves Bonnefoy?

Yves Bonnefoy. ¿Quién era yo en mis inicios? Primero, un gran ignorante. Iba al colegio, al instituto, y descubrí ahí que existían filósofos, artistas, poetas sobretodo, y a los pocos que accedí me fascinaban. Comprendí bien a través de ellos la condición humana, muy poco atractiva allí donde yo estaba, y en esos años podía tomar sentido, manifestar su riqueza. Pero ese lugar, ese momento eran también los que me privaban de esas mismas obras. Estaba en una pequeña ciudad aún totalmente dormida, vivía en un medio obrero muy distanciado de los acontecimientos de cultura, era la víspera de la preguerra que retenía su aliento en el presentimiento del desastre. Después fueron los años de guerra, donde no podía encontrar más que muy pocos libros, con excepción de algunos de los surrealistas que se vendían a bajo precio en la librería donde tomaba el tren cada tarde. Después de que viniera a París los museos estaban cerrados, y también me dejé sumergir en la aventura surrealista en su verdadero sentido poético pero con su saber artístico muy limitado y con juicios sectarios que rehúsan incluso sólo a mirar la pintura que yo estaba destinado a amar profundamente, cuando al fin pude descubrir las verdaderas obras en su asombrosa diversidad. Y quien proscribía la música� "Que caiga la noche sobre la orquesta", escribía Bretón. No era por aquel camino por el que hubiera podido acceder a lo que sin embargo deseaba tanto encontrar, no me cabe la menor duda de esto.

¡Mucho tiempo perdido! Pero este largo periodo de carencia estoy listo ahora para reconocerlo como una oportunidad. Puesto que algunas de las obras que me habían sido posibles en mis años de infancia o adolescencia e incluso más tarde, percibir de lejos, allá, en su otro mundo, tomaron a mis ojos un carácter que no habrían tomado nunca si yo hubiera vivido de golpe en el espacio de la cultura: me parecían manifestaciones, no de otro momento o de otro lugar de la sociedad sino de otra realidad superior, con autores advertidos de más de lo que se puede vivir o conocer en nuestra condición ordinaria.  Y esa manera de abordar a Hugo, Racine o Vigny -mis primeras lecturas-  o, sobre todo puede ser, el cuestionar las pequeñas reproducciones en blanco y negro de Titien o de Véronèse, era un sueño por supuesto y profundamente peligroso para la vida como hay que vivirla, tan cerca como posible de su aquí, de su ahora, pero era también la razón de reflexionar en el sueño de manera precisa y de comprender su naturaleza, y de hacer de esta reflexión el motor de mi búsqueda poética. Puesto que este sueño de una realidad superior, bien puede ser inherente a todo comienzo poético. Y mientras más rápido y fuerte se tome conciencia, más posibilidad hay de instaurarse en este pensamiento crítico que es lo serio de la poesía.

En todo caso, tales fueron mis inicios. Salvo la lectura de las tragedias de Racine, que no hay más que una manera de hacer esta lectura, con cierta inconsciencia pero ya vislumbrando el germen del doble enfoque de las obras; por una parte el sentimiento con el que la mayoría de las otras tragedias no cuentan en lo absoluto (algunas, las verdaderamente poéticas, relevan, al contrario de una realidad superior), y por otra parte y como en regresiva, el pensamiento que se juega todo en ilusiones que hay que aprender a deshacer.  

Evidentemente, diciéndole esto simplifico mucho, sé bien que  si dispusiera del ojo del novelista y además tuviera el gusto por los hechos psicológicos le diría todo, tanto o más que estos trozos de puro pensamiento, mi tiempo perdido entonces, mis frívolas ocupaciones, mis lecturas al azar, perezosas, después y ya incluso viviendo en París, tantas conversaciones para nada a propósito de los eventos del crepúsculo surrealista, tantas partidas de ajedrez sin verdadero estudio del juego, tantas ocasiones perdidas en los posibles encuentros� es la impresión que tengo retroactivamente de este largo periodo de latencia, que no termina hasta por ahí de 1950, cuando me mudo del Barrio Latino, del cuarto de hotel de las numerosas visitas a un alojamiento cerca de las afueras de París, en una repentina y salubre soledad. Sin embargo, de cualquier modo creo verdadera esta dialéctica de sueños de una realidad superior y la negación de ilusiones que acabo de decir. En todo caso, sé bien que fue esta dialéctica la que orientó mis primeras lecturas verdaderamente serias, fue la que nutrió mis primeros escritos -cuando retomé la vía académica, yendo cada vez más y más a escuchar a Jean Wahl-, y veo también que fue la que me hizo amar desde el primer instante el mundo mediterráneo  que  descubrí en  Córcega en 1949. Las islas, como sublevadas en el cielo por el alba de occidente, el olor a tomillo, los montes incendiados por la llama de la noche, las metafísicas gnósticas que me atormentaban. No me quedaba más que encontrar en Italia y en Grecia las respuestas que grandes artistas y algunos pensadores como Plotino, habían aportado a las preguntas que hacían este tipo de lugares y de horizontes, pleno de arquetipos, tan diferentes de todo lo que yo había vivido o imaginado hasta entonces.

D. A. Para la mayoría de nosotros, la poesía francesa, en particular el surrealismo, era la base de nuestra cultura literaria. Pero en la actualidad Francia da la impresión al observador extranjero de que ha olvidado la poesía o de que sólo se ocupa de la  poesía visual. Para usted que creció con Valéry, que pasó por el surrealismo, que también  se opuso a él y que trazó su propia vía, ¿cómo ve la poesía francesa actual? ¿Comparte nuestro punto de vista?

Y. V. Sí, hay que constatar que el pensamiento que prevalece en Francia en este momento en materia artística o literaria no parece comprender más lo que es la poesía. En todo caso subestima la necesidad en el seno del grupo social como si hubiera olvidado el papel que jugó en las épocas donde no era marginalizada como ahora. Hay en la actualidad un "estándar literario correcto" que valoriza la crítica, incluso la autocrítica, que es la mejor manera de acallar la sensibilidad poética.

Y este triste hecho tiene razones seguramente tan fundamentales como universales, así el objeto manufacturado que actualmente obstruye con su omnipresencia el acceso y la inteligencia de lo que es vida en el mundo pero, lo que apenas comienza en otros países parece haber ya triunfado en Francia, no hay que sorprenderse por eso. Nuestro país le dio al mundo, en particular en el siglo XIX en los albores de la sociedad industrial, algunos de los más grandes poetas, creo o más bien sé, que no fueron grandes porque tuvieron hermosas ocasiones de lucidez de valor para combatir a los enemigos completamente resueltos que se reunían en todas partes alrededor de ellos. Podría citarle juicios de Baudelaire, de Rimbaud, de Mallarmé, sobre el país de la anti poesía. Un país donde la falta de acento tónico, este acceso natural al ritmo de la poesía, deja el campo libre al acento exclamativo, aquel que recalca la idea en el debate, la conversación, para el más grande aprovechamiento del intelecto. En Francia la poesía es como censurada por el poder imperioso del intelecto. A riesgo de una desertificación donde no florecerán más que el espíritu de la depreciación o gritos de desesperanza o una elocuencia profundamente engañosa. Beckett, Artaud, Aragon. Pero por suerte la situación no es tan simple. La ausencia de acento tónico es compensada en nuestra palabra por la "e" muda, la diéresis, componentes de esta prosodia misteriosa propia del francés de la cual hablaba Baudelaire, quien es además uno de los maestros. Y la ausencia de poetas -de verdaderos poetas- en los consejos de la sociedad, incita a los mejores espíritus a reflexionar sobre la precariedad del hecho esencial de lo poético, lo que nos vale poetas conscientes de la poesía, críticos de sus ilusiones sugeridos de falsos pretextos y otras mentiras que infligen el  lirismo legítimo. Una vanguardia de la reflexión que temo que pronto se necesitará en otros países.

 

Tomado de "Círculo de Poesía".

Trad. Celeste Tamayo

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