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Domingo 17 de julio de 2016

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Cultural El Duende

Desde mi ventana

17 jul 2016

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Desde la ventana de mi cuarto, sobre la avenida gris y silenciosa, bajo el frío de este cielo de invierno, la veo pasar sola y pensativa...

Su traje color ceniza, el mismo color del cielo, me parece hoy un harapo. Antes me pareció una nube hecha para envolver su regio busto de estatua, su cuerpo, su piadoso cuerpo de Magdalena... Nada ha cambiado en ella; ni sus andares leves, que son los mismos de antes, ni su traje, que es el mismo de otros días...

En cambio, su palidez ha aumentado, palidez de ensueño; de nácar, de lirio muerto... Su rostro se ha idealizado y sus ojos brillan más negros.

Y al verla pasar desde mi ventana, sobre la avenida silenciosa, bajo el frío de este cielo de invierno; al verla pasar sola y pensativa, me pregunto:

¿En qué piensa?

Y lentamente reconstruyo un párrafo de su historia, de su vulgar historia de vendedora de amor...

Tres años habían vivido juntos su idilio. �l, un estudiante venido de lejanas tierras; estepa rusa o pampa americana. Ella...

El estudiante le brindó su pan, su cuarto y sus fastidios; ella le brindó su cuerpo y, acaso, un rinconcito de su alma...

De calle en calle, de café en café, derrocharon sus alegrías unas veces, pasearon sus celos y riñas de amantes, otras. �l era todo cuidados; ella, toda caricias. Los dos se amaban; los dos vivían...

¿Qué más deseaban?

Para mí, ella era una armonía. No quiero describirla. ¿Para qué? Sería fraccionar el adorable conjunto. ¡Oh, la amante prisionera encadenada con billete de banco! Mi sueño romántico era ser el trovador de esa castellana.

Tres años pasaron, y el idilio terminó. �l, concluidos sus estudios médicos, partió dispuesto a trabajar por "su patria" -como decía- (y más dispuesto aún a reventar a sus compatriotas a fuerza de drogas...). Fue al comenzar del invierno. La nostalgia apresuró su marcha, y una mañana plúmbea y lluviosa, partió. Un albo pañuelo y hondo sollozo dijeron "adiós"...

Y ella, como en otro tiempo, ofrece sus caricias para ganar la vida.

Yo me pregunto de nuevo: ¿En qué piensa?

¿En quién?

Ese "quién" me tortura. Y me dan ganas de correr tras ella: de murmurarle al oído rimas hechas de seda, de languidez y de tristeza; estrofas suaves como para arrullar, en un sueño amoroso, su pobre alma de mujer.

El largo crepúsculo, que es un día de invierno bajo este cielo, traza en su manto gris estrías negras que se agrandan en inmensas alas de sombra. Es de noche. Ella ha desparecido.

¿Quién podrá curar esa alma?

¿Y quién consolará mi corazón�?

La piedad del lobo

Como los viejos fabulistas, a veces oigo hablar a los animales. También comprendo el lenguaje de las flores e interpreto el alma de las cosas.

-Maestro -le decía-, tú sabes que yo soy humilde, compasivo y bondadoso, pues la experiencia me ha enseñado que el más inteligente y feroz de todos los animales, eres tú mismo. Entre mil invenciones con que alegras o torturas tu carne y tu espíritu, tienes la música, la escritura, el juego y el alcohol. En tu alma florece la negra envidia, que escondes y cultivas en secreto. Horribles víboras familiares, el rencor y el engaño, anidan en tu pecho. Desconfía de tu mejor amigo, y te causan rabiosos tormentos la sed del oro y el amor de la mujer.

Y prosiguió:

-A mí me acosan el hambre y el deseo. Hago lo que puedo para no odiar al cordero, que es un imbécil, y a la hiena, que es perversa; pero cuando arrecia el frío de la estepa, y el hielo punza, y la necesidad atormenta mis entrañas, ¿qué quieres que yo haga? Me veo obligado a devorar al viajero que cayó entre la nieve.

-Y por ti sufro hondamente y te compadezco, no porque eres mi hermano y mi maestro, sino porque tengo piedad de mí mismo� ¡Y abrigo el justo temor de llegar un día al grado de perfección a que has llegado!

Antonio José de Sainz Terán. Potosí, 1854 - Lima, 1959.

Poeta y periodista.

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