La población vive alarmada por expresiones de algunas autoridades del país -yerro también cometido por quienes están en la oposición- contra entidades o personas; se utilizan palabras que no sólo son irrespetuosas sino que lastiman y ofenden. Con seguridad que los funcionarios, una vez pronunciado lo que puede ser efecto de su "rabieta" o indignación o molestia, lamenta lo expresado porque no estaba en él la intención de proferir lo dicho.
Autoridad significa, en cualquier parte del mundo, servicio y éste tiene que estar revestido de principios elementales de consideración y respeto por los demás que son parte indivisible del diálogo, de una charla o conversación; de otro modo, nadie podría acercarse a una autoridad o contravenirla en lo que afirme. No cabe proceder en silencio anulando el derecho a la libre expresión cuando el periodista o cualquier persona acude a una dependencia pública en busca de información; lo hace seguro de un derecho de pensar y expresar lo que siente, lo que le parece y lo que es necesario para ser reproducido en un medio de comunicación.
Calificar a periodistas o a cualesquiera personas que no piensen o sientan como las autoridades, con términos impropios, productos de la condición de tener poder, no es bueno ni conveniente para quien dice lo que no debe y corre el riesgo de que lo dicho por él pueda reproducirse y ello causar bochorno y desprestigio para quien expresó lo indebido.
La prudencia es una virtud que obliga a las personas a guardar la circunspección necesaria, a mantener la serenidad y a respetar al interlocutor; "salirse de casillas" no está bien porque produce malestar interno y causa molestia y decepción en quienes reciben lo dicho. Mejor es siempre la concordia, el diálogo, el acuerdo, el ver los hechos con los ojos del sentimiento y no de los sentidos o, peor, del orgullo y la soberbia que siempre son malos consejeros. La prudencia, para los casos en que hay precipitaciones inútiles e inconvenientes, es absolutamente necesaria porque es un freno, un detente para lo que no debe salir del hablar de las personas y mucho menos de autoridades.
El respeto es algo que quienes tienen poder lo exigen y, por ello, ellos, con mayor razón, deberían practicarlo porque el respeto infunde consideraciones y benevolencia de los demás; es, por otra parte, medio para demostrar que se es consciente de que el propio derecho es siempre menor que el de los demás sin que ello menoscabe la propia personalidad.
Sería bueno, muy bueno, que aprendamos a vivir en armonía y cordialidad; de esa conducta pueden nacer condiciones para el buen vivir y mejor entendimiento entre las personas, para que lo que se diga o haga sea con altura, dignamente y sin tener sinrazones para zaherir o lastimar a otros que siempre merecen lo mejor de parte de uno.
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