La ignominia como regla

La vida suele dar gratas sorpresas, muchas veces a quien menos lo merece. Quien menos esfuerzo hace suele ser el que tiene más ventajas, pues por esos sortilegios de la vida, a quien menos busca la diosa fortuna más le da la mueca de la sonrisa y de esa manera termina siendo el más beneficiado.

Algo de eso les sucedió a un par de soldados el 8 de octubre de 1967, cuando sin pensarlo y sin duda alguna, sin merecerlo, protagonizaron parte del broche de oro de una campaña que se había iniciado once meses antes, cuando el 7 de noviembre de 1966 Fernando saca muelas (el Che Guevara) en compañía de Pachungo llegaban a la casa de calamina en las cercanías del río �ancahuasú.

Aquel domingo, las cosas no amanecían bien para el grupo guerrillero que comandaba el argentino cubano. Su esmirriada tropa no había descansado prácticamente nada en la última semana, huyendo del ejército que ya los tenía acorralados y luchando contra enemigos aún más fuertes que los soldados bolivianos. El hambre, el cansancio, las enfermedades y la baja moral habían dejado huella en todos los subversivos que ya no luchaban por un ideal sino por sobrevivir, y ver si alejándose del teatro de operaciones, encontraban otro escenario donde reclutando nuevos combatientes y recibiendo apoyo sobre todo de parque y medicinas pudieran emprender una nueva etapa en su aventura foquista.

El combate fue arduo, pero estos famélicos guerreros, tenían mucha experiencia de combate y amplio dominio para moverse en ese escabroso terreno. Aprovecharon el fuego de las granadas de mortero (absolutamente inútil en un combate de este tipo), que levantaban polvoreda para detrás de esa máscara ir huyendo al área de encuentro pre fijada. Sin embargo, mientras el Che mandó a los enfermos a escapar, él se quedó junto al boliviano Willy, una especie de lugarteniente de momento, a cubrir la retirada. Es en ese instante cuando estos dos soldados que estaban en la retaguardia, debido a su inutilidad en combate, dieron caso por azar con el tesoro más preciado de la campaña, el caído líder de la revuelta.

Lo encontraron detrás de una roca usada como cubierta, herido en una pierna, con su subfusil inutilizado por un tiro, ya rendido y clamando altamente, "no disparen, soy el Che".

El Capitán Gary Prado Salmón, que estaba al mando de la patrulla, llegó al punto, hizo que se le brinden los primeros auxilios y luego trasladó a los dos hombres en camilla hasta el poblado de La Higuera, donde ya fue el Gobierno junto al Alto Mando Militar y los enviados de la CIA, quienes le dieron continuidad a la historia hasta el momento de su muerte, posterior entierro y ultra eternización del mito.

Después de su fallecimiento, comenzaron a tejerse cientos de leyendas alrededor de un hombre que fue capaz de generar igual cantidad de amores y odios, como suele suceder con los seres designados por el destino a escribir su vida con letras de sangre en pro de un ideal, que beneficia a unos, pero siempre en desmedro de otros.

De la misma manera que hay gente que llega a compararlo con Cristo, existen otros que lo ponen al nivel del diablo y se empiezan a elucubrar cientos de historias que transcurren entre las leyendas de su vida, sus proezas, lo noble de su existir en pro de toda la humanidad, y lo importante que es su figura a la hora de enaltecer los valores que debería tener todo ser humano, o como el mismo decía, aquellos que quieren llegar al estado supremo del ser, el revolucionario.

Habrán los otros que, como yo, analicen al hombre y sean capaces sin fanatismo de encontrar a una persona, valiente sí, jugado por sus ideales al punto de dar la vida por ellos. Pero incapaz de darse cuenta, que por muy seguro que haya podido estar de que sólo sus pensamientos eran los adecuados, estos se aislaban diametralmente de muchas realidades, sobre todo la nuestra en aquel preciso momento, y que nada ni nadie le dio el permiso ni la autoridad para tratar de venir, peor aún siendo extranjero, a querer imponernos a bala su ideología, por muy noble que ésta haya sido y que fue recibido como se lo merecía, con toda la fuerza que la Constitución le autorizaba al Estado para hacerle frente y dar fin a lo que idílicamente había buscado él mismo, morir en su ley.

Por circunstancias de la vida y respondiendo debidamente a sus principios, sobre todo en línea con la doctrina que años antes le inculcaron en el Alma Mater del Ejército Boliviano, el Capitán Gary Prado Salmón, no hizo otra cosa que cumplir con su deber y misión. Combatir y si las circunstancias se daban, capturar a los enemigos y dar parte de los hechos a sus superiores. Ni más ni menos. Revisó a los detenidos, los desarmó, detuvo la hemorragia, ató sus manos y esperó la llegada de los superiores, quienes ordenaron el traslado de los capturados a otro sector.

En otra acción posterior a aquella fecha, cuando las circunstancias también lo pusieron frente a otros sublevados en el campo petrolero de Tita, lo convocaron nuevamente para servir a su Patria; esta vez, una bala perdida le destrozaría la columna vertebral y lo postraría para siempre en una silla de ruedas, sellando trágicamente una vida dedicada al servicio de su nación.

Hoy en día, todo parece haber cambiado, lo que antes estaba bien hoy está mal, y lo que antes era perverso hoy es santo y glorificado. Quienes gozaron e hicieron uso del poder en aquellos tiempos, hoy en su mayoría están desaparecidos o en camino, y quienes ni habíamos nacido, hoy nos enteramos de que aquellos que vinieron de otras latitudes y deseaban que vivamos como ellos a plan de bala, hoy son sacrosantos héroes que sólo nos traían la divina palabra del socialismo y que si nuestro "equivocado y engañado ejército", en vez de combatirlos, los recibía con los honores de reglamento, como se debía, hoy estaríamos como en Cuba pero con la economía de Suiza y todos tremendamente felices.

Pero como los malvados jefes militares hicieron todo lo contrario, y tuvieron el atrevimiento de defender la patria de los buenos invasores, hoy deben pagar su osadía, y no encontraron mejor chivo expiatorio que justamente el captor de su marketeado ídolo.

Quieran o no, el General Prado seguirá siendo para muchos un héroe nacional, cuando menos, el referente de un hombre que también puso su vida en juego en pos de sus ideales y el más sagrado deber, la defensa de la tierra que lo vio nacer, al mando de hombres, verdaderos hombres, que lucharon valerosamente contra el aventurero invasor, y no como los que califica en su diario el Che, en una enorme muestra de discriminación y clarísimo complejo de superioridad.

La ignominia a la que lo está sometiendo el actual Estado, al mando de la justicia, en un proceso a todas luces armado para descabezar la estructura opositora del empresariado y también la descriteriada oligarquía cruceña, es digna de una novela de terror. No se puede humillar tanto y de tal manera a un hombre, que aunque mereciera la mayor de las condenas por cualquier delito que hubiere cometido debería ser sometido a un proceso justo y humano, con un trato como él supo dar a su detenido cuando éste cayó en desgracia.

Incapaces de entender que todo da vueltas, no llegan a imaginarse que aunque hoy estén arriba, cuidado el día de mañana estén en la silla de los acusados, pidiendo a sus carceleros, "¡no me torturen, soy el fanático del Che!".

*Es paceño, stronguista y liberal