El ejercicio de la prostitución sin la relevancia de los motivos que arrastran y persuaden a su ingreso y salvados los prodigiosos esfuerzos en impedir inundar el alma de las prostitutas, con un pesimismo tenazmente asilado que las conduce a su propia frustración, posibilita rebelarse con fuerza inclaudicable. Al traspasar el sombrío umbral del mundo de la prostitución desafían al Creador en un intento deicida hasta desarraigarse de esta recurrente visión del mundo, impregnada de desesperanza y negatividad que superan en un determinado tiempo y equilibran su desorden interior suscitado por la pugna entre los valores y su negación.
Llega el momento crucial por el cual se manifiesta, con dramática objetividad, la realidad de comprender la virtual diferencia entre la explotación de sus cuerpos como instrumento de placer y la perseverancia interior para preservar, sin huir al mundo de la fantasía, los valores y comprender el alcance de esa fuerza, imprescindible para atenuar la angustia del diario vivir, que las sume en un estado de constante insatisfacción e inseguridad y, esos estados atribuyen a las prostitutas un estoico esfuerzo en no justificar a las causas sociales el ánimo que las amenaza y hundiría definitivamente en esta desgracia; este razonamiento evita que sus vidas transcurran en la sensación del fracaso y abatimiento.
El sexo desasido de amor y sentimiento como un ejercicio frenético, lo separan inteligentemente de la gestación de sentimientos e inherencia a las virtudes, aunque al mismo tiempo se les desgarre su fuero interno con el espectáculo de la miseria humana: es un deleitar sufriendo, complaciendo a los demás, encantando con su belleza y absteniéndose a sumergirse en el mal y el horror.
La intensidad de los recónditos sentimientos sustancialmente apartados y no contaminados por el tráfico sexual, que se desarrolló paradójicamente una misma unidad de persona, protege a las prostitutas de una cruel ablación de la autoestima, a la cual reavivan sin pausa eludiendo hábilmente y con destreza subjetiva a la desesperanza, siempre omnipresente.
La real visión del intrincado mundo de las prostitutas, necesario en sus raíces y ordenamiento, quehacer vital y coadyuvante al designio de ellas para cohonestar con el ejercicio de la prostitución y su vida interior que las distancias de convertirlas en cadáveres ambulantes. El fin de acción de los actores de la prostitución es medularmente diferente porque el cliente no se sataniza ante la sociedad; la mujer sí, degradada por practicar el amor mercenario, que es una concepción tergiversada y perversa originada por la esencia puritana que abrigan las sociedades sobre el sexo y la prostitución, institución donde los hombres desactivan su freno moral, se refocilan en lo más instintivo y próximo a lo bestial y donde recurrentemente se pierdepor las consecuencias que le genera su actitud sin importar su religión, cayendo en el vacío del remordimiento que le impele a confesar, sea a un amigo de confianza o a la mujer.
La prostitución se desarrolla en simultaneidad con las sociedades que evolucionan, se auto educan en sus problemas y el sexo, dejando irremisiblemente la piel seca de tabúes, que se orillan y dejan el paso a la mujer para asumir una libertad sexual que, en muchas sociedades larvarias, es aún existente. El sexo acentúa su vigencia como parte de la catarsis y la pulsión sexual practicadas con naturalidad y el profesionalismo que se espiga progresivamente en la prostitución que arraiga la dificultad en las prostitutas a abandonar el oficio, habida cuenta que, para mantener su condición moral, edifican valores y sentimientos de innegable estructura. También influye, con característica decisoria, el intenso temor razonablemente fundado en las prostitutas, de reinsertarse en un mundo cruel, discriminador y muy diferente, que les hará sentir con inusitada dureza el peso grave de su pasado.
(*) Es Abogado Corporativo, Docente universitario, Escritor, autor del libro "Prostitución", Edit. Sagacom La Paz. 2.015
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