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Domingo 03 de julio de 2016

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Cultural El Duende

La casa de Jaime Mendoza en Uncía

03 jul 2016

Víctor Montoya (La Paz, 1958)

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Segunda de tres partes

Rumbo a la casa del escritor

Al cabo de un tiempo en la Plaza 6 de Agosto, recordé la principal razón por la que viajé a Uncía y, sin perder más tiempo, me dirigí bajo un sol ardiente hacia la casa donde vivió el ilustre médico y escritor Jaime Mendoza, un hombre consagrado al estudio metódico y enemigo del ocio mundano.

Luego de caminar por la calle Villazón y atravesar por la Plaza Alonso de Ibañez (más conocida como la Plaza del Minero), que son testigos mudos del grandioso pasado de este pueblo que, tras la caída estrepitosa de la industria minera, pareciera desmoronarse por dentro y por fuera, poquito a poco y sin resistirse al inexorable paso del tiempo, avisté la casa de Jaime Mendoza, ubicada en la zona 2 de la antigua calle Libertad (hoy "calle 9 de Abril").

La pequeña vivienda, con techo de calamina y una ventana de un metro por un metro y medio, no parece tener otro atractivo que el de haber sido la residencia del escritor de la primera novela minera en Bolivia. La fachada, de color blanco y café, está relativamente conservada, probablemente, gracias a las numerosas refacciones que sufrió o, probablemente, porque las autoridades decidieron en algún momento de lucidez mental conservarla como una suerte de "atractivo turístico", a pesar de que el escritor no recibió en vida ningún reconocimiento oficial de parte de las autoridades uncieñas.

La casa que habitó Jaime Mendoza, con su esposa e hijos, tiene sobre la puerta el Nro. 39 y en la parte superior tres plaquetas recordatorias; dos de ellas dedicadas al escritor; una de 1989 y otra de 2003. En esta misma casa nació en 1914 su hijo Gunnar, quien, estimulado por la actividad intelectual de su padre, realizó desde su juventud una prolífica labor como historiador, bibliógrafo y archivista tanto en la Casa de la Moneda en Potosí como en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia en Sucre. No en vano el rectorado de la Universidad Mayor Real y Pontífice San Francisco Xavier de Chuquisaca, en representación de algunas facultades, colocó una plaqueta en su memoria y en cuya inscripción se lee: "Hace cien años en esta casa nació el eminente historiador, bibliógrafo y archivista don: Gunnar Mendoza Loza� Eterna gratitud a su vida y obra por la cultura boliviana. Uncía, 3 de septiembre del 2014".

De la Guerra del Acre a Llallagua

Por sus antecedentes biográficos se sabe que antes de establecerse en esta casa, en la que escribió la primera parte de su obra literaria y de investigación, partió junto a una tropa de soldados con destino a la Guerra del Acre, un conflicto limítrofe y bélico entre Bolivia y Brasil (1903 - 1905), en el que ambas naciones se disputaron un territorio rico en árboles de caucho y yacimientos auríferos. Jaime Mendoza ofició como médico de soldados y siringueros (trabajadores encargados de extraer la goma de las siringas); una valiosa experiencia que le sirvió para reflexionar sobre la geopolítica boliviana y escribir su novela "Páginas bárbaras".

Se sabe, asimismo, que al término de la Guerra del Acre, retornó a la población de Llallagua en 1905. Todo hace pensar que no sólo lo hizo porque amaba estas tierras del emporio estannífero de la empresa de Simón I. Patino, sino también porque en estas tierras había encontrado al amor de su vida en Matilde Loza, una joven apuesta y oriunda de Chayanta, población que por entonces tenía más habitantes que Uncía y Llallagua. El mismo Jaime Mendoza, refiriéndose a su retorno en uno de sus escritos, apuntó: "No había olvidado las tierras y gentes entre las cuales inicié mi carrera (�) Apenas libre después de la expedición al Acre y cuando bien pude escoger otras mejores situaciones que se me ofrecían, preferí regresar modestamente a Llallagua, a seguir trabajando entre seres anónimos y desheredados".

Cuesta imaginarse que el médico y escritor Jaime Mendoza, nacido en Sucre el 25 de julio de 1874, se haya establecido por voluntad propia en este pueblo de contrastes sociales y raciales, donde unos tenían todo y otros no tenían nada. Esta realidad, sin embargo, hizo aflorar su vena humanista y su faceta de filántropo. En su cuento "Muerte de un chileno en Llallagua" (1906), se advierte su actitud de buen samaritano, pues aparte de solidarizarse con la trágica situación de un extranjero, que jamás dejó de abrigar las esperanzas de retornar a su país, una vez hecho realidad el sueño de un rápido enriquecimiento, lo atendió de un tifus que melló su salud física y mental, como si fuese su médico de cabecera y durmiendo en una cama adicional que hizo disponer en la misma habitación, hasta que el joven chileno, agonizante entre delirios, fiebres y accesos de tos, falleció entre sus brazos. Según Jaime Mendoza, el santiaguino Bernardo Cifuentes, aficionado a la poesía y el teatro, "se extinguió junto con el último cabo de vela que iluminaba el triste escenario de este drama en que se aunaban la enfermedad, el desamparo, la lejanía del hogar y el truncamiento de una vida en flor".

Esta dramática experiencia y muchas otra más que vivió como médico de la Compañía Estannífera de Llallagua, le llevaron a asumir una postura más humana ante las tragedias que enlutaban a las familias mineras. Por cuanto es lógico afirmar que la filosofía médica de Jaime Mendoza era consecuente con su personalidad humanista, ya que no dudaba en combinar el aspecto social con el científico, consciente de que un médico no podía ni debía olvidarse del sufrimiento del paciente y de las consecuencias psicológicas que la enfermedad podía causar en éste y su entorno familiar.

Encuentro con Alcides Arguedas

en París

Jaime Mendoza, después de haber trabajado por años en los centros mineros de Uncía y Llallagua, donde varios jóvenes citadinos fueron a parar como el personaje de su novela, atraídos por la fascinación de que "se ganaba el dinero a manos llenas", se ausentó por un tiempo a la Ciudad Luz, en esa metrópoli que, a principios del siglo XX, fue la meca de los intelectuales latinoamericanos. En París cursó estudios de especialización y asistió a tertulias literarias; circunstancias en las que conoció a Alcides Arguedas, quien, a tiempo de sugerirle que cambiara el título de su novela, de "Martín Martínez" a "En las tierras del Potosí", escribió un elogioso prólogo para la primera edición.

Una vez publicado el libro en una imprenta de Barcelona en 1911, Jaime Mendoza fue considerado uno de los precursores de la corriente del llamado "realismo social", no sólo porque abogaba a favor de los oprimidos, sino también porque describía la realidad minera con un asombroso naturalismo, como lo hicieron otros autores latinoamericanos, que incursionaron en la temática indígena y proletaria. No en vano el poeta nicaragüense Rubén Darío, refiriéndose a la temática de su novela, lo llamó el "Gorki americano".

El autor de "Raza de bronce" y "Pueblo enfermo", que entabló una buena amistad con Jaime Mendoza en París, lo recordó muchos años después de la siguiente manera: "En tarde de canícula, se nos presentó en una caverna de los bulevares, donde tenemos costumbre de reunirnos algunos paisanos a beber cerveza, uno de ellos, acompañado de un hombrecito menudo, y nos lo presentó con gesto displicente.

-El doctor Mendoza, compatriota nuestro.

Era éste un hombre de pequeña talla, endeble, lampiño casi, pálido, de aspecto tímido, de edad indefinible, porque a simple vista parece pasar de los treinta, y su prematura calvicie y sus arrugas hacen pensar en los cuarenta. Iba vestido muy simplemente de negro y hablaba con voz queda, embarazada y aún tropezando; pero no daba, ni de lejos, la impresión de pertenecer a esa categoría de gente que viven en nuestros pobres y desmantelados poblachos la oscura vida de los seres sin cultura y sin ideales, absorbidos sólo con la preocupación del dinero� No hace al caso decir, ni yo me acordaría exactamente, lo que en la mencionada tarde hablamos con el desconocido paisano quien seguía con ojos indolentes el curiosos espectáculo del bulevar; y probablemente olvidara su nombre pasado este ocasional encuentro si días después no se repitiese éste, y tras breve charla no me preguntase con tono indiferente y sonriendo no sin cierta malicia:

-Usted qué� (aquí algunos cumplimientos)� querría me hiciese el favor de decirme si me sería fácil editar un libro.

Lo miré no sin cierta sorpresa.

-¡Cómo! ¿Tiene usted un libro para publicar?

-Sí, señor.

E inclinó la cabeza, enrojeciendo levemente.

-¿Y qué clase de libro es?

Entonces mi paisano, con voz algo tímida, habló:

-Un pequeño libro que he compuesto en mis ratos de ocio� Soy médico, he vivido algunos años entre los mineros y he visto que esa vida es un poco triste. En las minas de nuestro país hay ciertas costumbres que van modificándose gradualmente y que acaso acabarán por desaparecer del todo; y antes de que tal suceda, creo que se debe hacer obras que en cierta manera fijen esas costumbres dentro del tiempo� Además, yo le tengo cariño a esa tierra, allí he pasado parte de mi juventud y ganando el pan que como, y es en mí una deuda de gratitud, con esas gentes humildes y desgraciadas contar algo de su vida.

-¿Podría usted leerme su libro? -le pregunté repentinamente, interesado por su hablar simple y cuerdo.

-¡Por qué no!

Continuará

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