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Domingo 03 de julio de 2016

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Cultural El Duende

S.O.S. Sobrevivientes del Planeta Tierra hacia el año 2500

03 jul 2016

Elba Mejía

Hubiéramos sido felices si ese día el sol hubiera brillado en nuestro espíritu, en nuestra inteligencia, pero no, ese día la oscuridad en nuestra conciencia fue temible.

Ese día decidimos nuestro destino. Desde las naves espaciales vimos alejarse el hermoso Planeta Tierra para ir a habitar el desconocido Universo, y en él encontramos la fría luna y las estrellas, muchas de ellas muertas, convertidas en agujeros negros. Nuestra realidad parece hoy el sueño fantástico de nuestros antecesores, que mucho más prácticos que nosotros trabajaron y vivieron en la Tierra. Nosotros dejamos la vida en la Tierra para lanzarnos a un futuro sin nombre, donde existir es sentirse flotar sin la gravedad, teniendo en la mente una adormecida conciencia que parece anularse cada vez más.

La Tierra, nuestro hoy recién valorado y amado Planeta, perdido para siempre y visto desde nuestro frío hábitat, en el no lejano pasado se presenta a nuestros ojos cubierto de ponzoña atómica, carcomido por la radioactividad y bañado por el uso de armas químicas y venenosos pesticidas. Nuestra imaginación nos llevó a creer que encontraríamos en el Espacio Sideral lugares más sanos, más hermosos, donde nuestra vida sería feliz y placentera. Pero el inhóspito e inmenso Universo es para nosotros hoy el enigma siniestro de lo desconocido, aunque alguna vez creímos saber la forma de conquistarlo y dominarlo. Ahora que lo habitamos es como la imagen de Dios que se forman los creyentes y que, cuanto más pretenden saber de él y conocerlo, de pronto tienen conciencia de que es ignoto y sabio, con esa sabiduría desconocida y profunda que causa temor. Así también es Espacio Sideral es hoy para nosotros, desconocido, inmenso, profundo, irreconocible a nuestra conciencia que se había forjado de él otro concepto.

Nosotros, los conquistadores del Universo, no somos más que prisioneros de esta grande e incomprensible inmensidad, somos nada en la realidad del Espacio Sideral que a nuestra vista ahora es como una irrealidad absurda y fantástica.

La contaminación en nuestro planeta, fue pavorosamente rápida, devorando bosques, ríos, mares y todo vestigio de vida, como un incendio que devora sin dejar rastro de existencia. El agua, las preciosas vertientes, la hermosa flora y fauna marina, los bosques llenos de pájaros y el rugido de las fieras, son hoy un sueño imposible. Hemos convertido el Planeta Tierra en un páramo donde la muerte llegó por nuestra mano. El esplendor del amor y la felicidad ahora son nada más que un sueño, solamente nos damos para que la humanidad no desaparezca sintiendo el deseo de soledad a que invita el silencio absorto y perdido de nuestro destino. De vez en cuando el grito de nuestro espíritu desgarra el Universo y hiere como una fila daga. Es el grito de nuestra razón que se pierde en la psicosis absoluta del vencido, que no puede, aunque quisiera, regresar al pasado y reconstruir la vida.

Nuestros cuerpos menguados por sustancias químicas, sustitutos de los alimentos naturales, tuvieron una metamorfosis incomprensible. Nuestros rostros pálidos y alargadas figuras nos dan el aspecto de los imaginarios extraterrestres con los que muchas veces nuestra fantasía jugaba. No tenemos lágrimas. Dios nos quitó el poder del sentimiento. Todavía algún científico cree que somos dueños del Universo, pero no, sólo somos prisioneros de la vasta soledad del Espacio. A veces nace una estrella como un destello de esperanza, pero nosotros, los perdidos, con los rostros enjutos, ya no tenemos esperanza. En nuestro Planeta, en la Tierra, el rugido de los bosques en la voz de las fieras y el murmullo de la vegetación eran la fuerza vital, bastaba ahuecar la mano para beber de la vertiente de la vida. La flora y la fauna eran exuberantes.

Todo vestigio de vida huyó de nuestra vista, si bien vemos el enorme y vasto Universo donde florecen estrellas y astros, todo es ajeno a nuestra naturaleza. Sentimos el frío de la soledad y vagamos con los sentidos adormecidos en un viaje sin fin, no tenemos el desahogo del grito de alegría o el rugir de la cólera, aquí la alegría es un mito y la cólera un misterio de siglos que muere en el silencio.

Cuando llegamos a un sistema solar con esperanza de encontrar un planeta con vida, hallamos que este planeta tiene temperaturas de infierno, porque su órbita está muy cerca del sol o, por el contrario, está tan alejado que los rayos del astro no logran deshelar sus capas congeladas.

Así como no podemos procrear, nuestras vidas se alargan, y tanto que el hastío de vivir es insoportable. De vez en vez muere un ser humano como nace otro. Parece que aquí el tiempo no transcurre y nuestras figuras menguadas no dejan traslucir la edad, el dolor ni la angustia. Somos como un largo letargo que a veces se convierte en pesadilla. Los niños al nacer tienen ya, el signo de la vejez.

Alguna vez, en nuestro interminable vagar, acertamos a pasar por el que fuera nuestro Planeta Tierra, y nuestros ojos fríos lo miran casi con indiferencia, pero aún la chispa de la esperanza parece encenderse en nuestra mente y en nuestros corazones al verlo aparecer. Pensamos que quizá por algún milagro lo encontraremos nuevamente con vida�, exuberante en riqueza vegetal, y entonces, al ver nuestro planeta erosionado y muerto, la decepción oprime nuestro ser.

A veces, de alguna de nuestras naves huye silenciosamente alguno de sus ocupantes para morir solo en el Espacio. No fuimos capaces de ser guías y orientadores en la tarea de preservar y cuidar la ecología y nuestro futuro en el planeta Tierra. Desoímos la voz que nos decía que no éramos dueños de nuestro destino que debíamos respetar la naturaleza terrestre y vivir en ella.

Parece que también hubiéramos perdido a voz, aquí no se oye murmullo ni llanto. Aquí la luz intensa y la oscuridad profunda son abismos insondables. Mientras nuestros cuerpos alargados se ven en extremo delgados, parece que se hubiera desarrollado enormemente nuestra inteligencia en esta nebulosa incierta. Cada rincón de nuestra mente es un enorme salón acondicionado y programado, en cuya sombra difusa nuestros pensamientos pisan levemente, como si temieran herir o desgarrar la tenue somnolencia aletargada que impide llegar a la locura.

¡Oh!, es Espacio Sidéreo que era un sueño ilimitado y lleno de promesas, es hoy una pesadilla para nosotros, que con nuestras naves cargadas de tecnología avanzada y computadoras, de cultivos y de microorganismos para preparar medicinas, vacunas y el cotidiano alimento científico, vagamos en la conciencia eterna del Universo, y todo parece una pesadilla de la que no podemos despertar.

Logramos huir del Planeta Tierra antes de que la contaminación comprometiera nuestra vida: los más fuertes, los más calificados nos pusimos a salvo, huyendo de la muerte; científicos, técnicos, químicos, físicos nucleares con nuestras esposas e hijos. Los demás quedaron allá a morir. No fue fácil huir de la muerte, pero aquí agonizamos larga y pacientemente, esperando tener la oportunidad de construir un hogar en otro planeta. El sistema solar que abrigaba el Planeta Tierra no es más a nuestra vista toda la belleza del Universo. Hay infinidad de sistemas solares y millares de estrellas y planetas, pero parece que ninguno es adecuado para nosotros los seres humanos. Cuánto no desearíamos volver al hogar y desde él contemplar nuevamente la Cruz del Sur, la Osa Mayor, Venus, y pensar simplemente que este Sistema Solar es todo el Universo.

Algunos astros huyen ardientes, encendidos en llamas rojas; otros titilan en luz azul, fríos e indiferentes, y los más tienen un brillo nostálgico, igual que nuestros pensamientos en el ámbito infinito de la mente, donde el espíritu vaga errante. Si la voz murió en nuestras gargantas, nuestra comunicación mental es óptima. Hay un espacio en nuestra mente que definitivamente esconde nuestros sentimientos e ideas personales, y hay otro espacio que une fuerzas y se comunica con los demás habitantes de las flotas espaciales, teniendo en cuenta solamente el bienestar y seguridad de la comunidad. Cuando la comunicación de alguno es confusa, angustiosa y desordenada, se aíslan sus ondas transmisoras de modo que los pensamientos quedan solamente en el ámbito de la mente que se ha desquiciado, porque la angustia que genera es como una enfermedad que podría ser fatal para nuestra seguridad. Vencer los contratiempos y preservar la seguridad y supervivencia de los pocos seres humanos que quedamos del Planeta Tierra es nuestro único y último fin. Cuando amenazan tormentas, que son detectadas por nuestros sistemas de seguridad, podemos ponernos a salvo y observar a la distancia las tempestades eléctricas y vórtices espaciales que fustigan con inclemencia no sólo los planetas y astros, sino también nuestro espíritu. Tenemos el Espacio Sideral Infinito para vagar pero estamos reducidos a las naves espaciales, y lo que es peor, a nuestro mundo interior, donde estamos olvidando el murmullo del arroyo, el sabor de las frutas, la libertad de correr y amar. La neurosis anidó en nuestro subconsciente y por más que hacemos para desterrarla, ella está allí, presta a explosionar en cualquier momento. Aquí el silencio cotidiano parece obligado, la risa murió en nuestros labios el día en que dejamos nuestro planeta Tierra y la chispa fugaz de la inteligencia está adormecida, todos nuestros esfuerzos están orientados a sobrevivir en el Espacio que para nosotros es estéril, indiferente y yerto.

Hoy, nuestra palidez parece acentuarse más que nunca, y nuestra abstraída meditación parece también más melancólica. Hoy me siento mucho más débil, las enfermeras me sujetaron con correas al camastro, de manera que no puedo moverme ni flotar hacia los pequeños ventanales para observar las estrellas, astros y planetas con esa temerosa obstinación que me hiere. Los más fuertes guían la nave, indiferentes y concentrados buscando vestigios de vida, no los conmueve mi agonía, será porque ellos también agonizan larga y tristemente en su interior. De pronto siento que una luz intensa ilumina mi mente, veo a mi madre en nuestro hogar en el Planeta Tierra, ella ríe y acaricia con ternura a mi hermana. También veo a mi padre que llega del trabajo, cansado pero sonriente; el bullicio es grande, mis hermanos gritan y ríen. De pronto cesan las imágenes, ahora sólo siento enceguecer con esa luz intensa, también siento un gran dolor que me asfixia, logré desamarrar las correas con las que me sujetaron al camastro y veo que la luz se aleja poco a poco, la sigo flotando débilmente hasta una de las ventanas laterales por donde sale y desaparece, entonces abro la pequeña escotilla y me lanzo al vacío, siguiendo esa luz, que va convirtiéndose en una enorme cruz.

Elba Mejía Arce. Oruro, 1939. Poeta, novelista y dramaturga.

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