Me dispongo a escribir algunos rasgos esenciales de este gran escritor desconocido en su propia patria: Bolivia y en su misma tierra: PotosÃ, donde, a la hora del ocaso y de la despedida, llegó a publicar un libro de cuentos que tiene veneno de ansiedad y perfume exóticos.
Fidel Rivas era un hombre menudo, de mirada lánguida y huidiza, prendida más bien al viaje del humo de su cigarrillo que a la materialidad permanente de las cosas. Sus ojos eran hechos para ver el mar y posarse en él toda una vida. El mar hechizaba a Rivas y sabÃa cosas de él: le habÃa robado esas ideas que pocos suelen encontrarle en el momento del rapto conceptivo. Por eso os aseguro, carÃsimos lectores, que para Rivas no se hizo nuestro mundo firme y terco. La prueba de su exotismo encuéntrase precisamente en su bello cuento "La voz del mar", cuando nos refiere la vida de Maggie y de Mr. Watsson, por demás sugerente para quien está más cerca de Jean Lorrain que de don Ramón del Valle Inclán, sutiles maestros, sutiles extremos, del modo de novelar o presentar temas humanos.
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Pero, en verdad de verdades, su obra no me sirve para confirmar la presencia espiritual de este hombre sino en la medida del dato casi policial o psiquiátrico. Sus cuentos me sirven para justificar muy pocos de sus gestos.
Naturalmente, su vida es el cuento que me interesa, por sobre esa obra pequeña, refundida trabajosamente, en forma casi mendicante. En Bolivia los escritores somos casi unos mendigos. Nadie nos ayuda.
¿Cuándo conocà a Rivas? No recuerdo con precisión fecha ni hora. Le estreché las manos cuando el reloj de la adolescencia hacÃa girar sus agujas violentamente en una borrachera o en una sesión de versos. Quiere decir que conocà a Rivas en la bohemia, esa tremenda bohemia que en Bolivia resulta anacrónica por su retraso con relación al mundo. El talento de los hombres es comprendido tarde, cien años después de que los cargó el crimen, el hambre o el destierro.
Formó en el grupo que capitaneaban otros escritores y artistas cuyos nombres no me es necesario citar, ya que estas páginas están destinadas a ellos, como un homenaje a nuestro querido muerto.
En su libro dice el poeta, con una cita de Gorky: -"Y la vida no es otra cosa que una oscilaciónÂ? un estremecimiento". Esa cita le sirvió de refugio. TenÃa necesidad de saber que oscilaba en un mundo más o menos insoportable, al que habÃa que extraerle -nada más- que la máxima dosis de ensueño que nos puede brindar. Fidel Rivas, soñador, se dedicó a ello en este mundo. Cuántas veces le oà balbucir, de modo extraño, esa frase de Neruda: "Amo el amor de los marineros que besan y se vanÂ?". Un hombre asÃ, lánguidamente dispuesto a vivir, tenÃa que echar el timón hacia la deriva para dejarse estar no en la pereza de los imbéciles, sino en la fecunda pereza de los hombres superiores que se cruzan de brazos al observar y al sentir.
Ese era el Fidel Rivas que llegaba a comprender en los hilos de oro de la amistadÂ?
II
Rivas no debe ser la vÃctima del silencio, mil veces más cobarde que el robo o el crimen. En una de las páginas, de su cuento "Una noche de primavera" nos ha dejado esta sensación: "¡Oh, guitarra lejana! ¿Por qué rompes el encanto de esta noche de paz con tus notas lloronas y traes el recuerdo la imagen de la mujer querida, de aquella que conocimos en un recodo del camino y después nos separamos para siempre?". Su obsesión inquietante e irrefrenable fueron las mujeres.
Nunca vi mejor aquilatador de la estirpe femenina. Nunca conocà mejores ojos que los suyos para poseer la belleza de una mujer que solÃa cruzar el camino. Sin embargo, él era huidizo, pequeño de estatura, casi tÃmido. Dábame la idea de que siempre atisbaba detrás de alguna columna de piedra, dejando huir la mirada y ocultando el cuerpo. Me lo imagino asÃ. Pero acabo por comprender que seres de esa naturaleza suelen deparar sorpresas de máxima audacia amorosa y de envidiable fortuna en el querer. Ã?l solÃa querer en centella, rápidamente inquieto. Pero cercano al hastÃoÂ?
-¡Qué linda mujer!, hermano -me decÃa-. ¿Por qué no tenemos el dinero de muchas acémilas humanas para llevarnos una mujer como esa a una casita junto al mar y soñar con ella y abismarnos en el tremendo tributo a la carne que no sabe saciarse, porque es mucho e infinito su hartazgo de belleza?...
TenÃa soberanÃa sexual. Era un varón completo y, a la vez, complejo. Era la pequeña bestia ruda que sabÃa gozar su tajada con el máximo ensueño.
En los intervalos se dedicaba a estudiar FilosofÃa y Letras en el Instituto Normal Superior de La Paz, en donde yo fracasé porque mis maestros me creÃan demasiado asno para ser buen alumno o demasiado alumno para no dejar de ser asnoÂ? ¡Ay, señor, de esta manera se tituló de maestro! Maestro y literato, maestro y poeta. Poeta para despedirse de la realidad y maestro para no alcanzar la dicha por culpa de la pobreza. Un hombre que va modestamente vestido, tiene por fuerza que sucumbir ante el imperio horrible de su catalogación por el número de trajes de que dispone.
Felizmente para la Historia de la Literatura boliviana, Fidel Rivas no fue nunca un elegante, precisamente porque fue un buen profesor de FilosofÃa.
Destináronle al Liceo de Señoritas. ¿Habrán tenido aquellas chiquillas un maestro más interesante? ¿Habrán podido abismarse por un momento en esa niebla de felicidad zumbona que le producÃan, ellas, las inquietas colegialas de quince años? Cuando olvidaba un axioma, ganaba un giro estético, una fórmula del bien sentir.
-¿Ves? Esta hermosa pelusilla es mi alumna del sexto gradoÂ? -gruñÃa de amor, si se me permite la frase, y crecÃa en su amor, hasta desbordarlo, al fin, en un bello cuento o en unos versos.
He ahà el caso tÃpico de un hombre apocado, pequeño pero abiertamente audaz. Nunca llegó al delito ni a la vileza. Le pidió a la vida, en amor, todo lo que podrÃa pedirle un soldado, a la guerra, en victorias.
Le sé, le conozco más de una docena de amorÃos en los cuales complicó su parco bien vivir de profesor: sueldos tirados en obsequios, en el pago noble, en la retribución caballerosa. Y en cerveza. ¡Ah, caros lectores, no olvidemos la cerveza aun cuando revienten los moralistas literarios! A ella le debemos horas agradables de nuestra juventud, horas sinceras y heroicas, porque nosotros éramos aun de aquellos que soñaban con la bohemia de Verlaine, de Francois Villon, de Gómez Carrilo, de Rubén DarÃo, de don Amador del Valle Villamil, cuya vida ha descrito el malogrado Alberto de Villegas, prÃncipe de buenos prosadores. Hemos ascendido cumbres de emoción a las que no han llegado muchos. Y nos ha desgastado y nos ha destruido esa emoción desbordante de nuestras vidas. Hoy, más de uno de los amigos, tiene la cabeza precozmente blanca y un gesto como de haber perdido el tren de la gloriaÂ? Más de uno de uno de los amigotes vive su vida en el silencio de alguna aldea, en la humildad esquiva de algún barrio alejado de las ciudades, o en las ciudades del interior, como dicen los geógrafos de la polÃticaÂ? Más de uno de los buenos amigos ha muerto ya: Pancho Villarejos, Fidel Rivas. Entre los "cómplices" de la poesÃa y de la música, es decir entre aquellos seres que se apegan a la emoción de los "letrados", sucumbieron también muchos. Nos desgató la bohemia.
Le sé, le conozco más de una docena de amorÃos locos. Sin embargo, solÃa decir: "En vida no se ama sino una sola vezÂ?" Acaso por eso iba descontento, de flor en flor, tirando dinero y obsequiando versos que tal vez hayan quedado en el conjunto de recuerdos de aquellas muchachas que no le verán nunca más. Reza una declaración suya, en el último cuento de su libro "Escuchadme un instante, señoraÂ?" y que dice asÃ:
"Perdonadme, señora, que me haya enredado en mis propias redes, pero la culpa es vuestra porque me habéis hechizado con el brillo encendido de vuestros ojos"�
Un hombre que tenÃa tal galanura, en medio de su perezosa dispersión, arrebatado por el humo de los cigarrillos y el hirviente estÃmulo de los copetines, debÃa por fuerza llamar a su libro: "Espirales de humo", el mismo que tengo ante mis ojos como un imán terco que me hace escribir la presente nota.
III
Una vez, cierta vez, se intoxicó con una droga. Lleváronle al nido, cerca de su amor presente, y algún médico potosino, si no recuerdo mal, el Doctor Paz, le aplicó un enérgico tratamiento de salvataje. HabÃa que recuperar al hombre perdido en su torbellino. Fidel Rivas, encontró, por primera vez, la tarjeta de la Muerte.
Poco tiempo después embarcaba su vida en una nueva aventura de amor, siguiendo el paso gitano de una cruceñita de ojos negros. Este idilio encantador del hombre convaleciente, fue roto por la guerra. Allá estuvo él, reclutado con el poeta Adán Sardón y con quien estas lÃneas escribe. Los tres hicimos un espectacular, un inimitable trÃo de celebridades cuartelerasÂ? Poco después, la misma guerra nos separó. Tuvo un poco más de suerte. La merecÃa. Manos nacidas para escribir versos o cuentos, no estaban hechas para limpiar fusiles y aplicarlos en la carnicerÃa. Ese soldado no mató absolutamente a nadie.
Luego, estuvimos en el "interior" de la República, cada uno con el sino: la cátedra y "El PaÃs". ¡Cuántas aventuras bellas e inolvidables! Las noches lo cogÃan en sus redes misteriosas y no lo abandonaban hasta las luces del alba, en tanto que allá, en su pobre cuartucho de hotel de segunda -no podÃa más que un profesor- le esperaban las volanderas mujercillas que anhelaban de él un céntimo y un beso. ¡Ah, mi buen Fidel, esto es lo que yo destaco más de tu vida para que lo entiendan aquellos que no querÃan notar la presencia de tu paso por la tierra! DecÃa, sonriente y amargado, con cierto airecillo de fatiga:
-¿Qué haré yo con estas volanderas?...
ReÃamos de buena gana. En verdad de verdades, se estaba convirtiendo en un dios milagroso para atraer mujeres humildes, sensatamente humildes y buenas.
Hasta que un dÃa le vino el hastÃo. Viajó a La Paz y pidió su misma cátedra para PotosÃ. Accediéronle. El mozo inteligente y bueno, se marchó, dejó un vacÃo en nuestra mesa de bar y no volvió nunca más protagonista del cuento que, con él, escribió el Destino. La Muerte lo cogió a traición y con crueldad, tornándolo mártir. Ya dije alguna vez que fue poeta y mártir.
Encontráronle degollado, perdido en un mar de sangre, con ojos sin luz para ver a Maggie, a Mariucha, a Purita, a Violeta y Viola, la dactilógrafa, acaso las mujeres de sus cuentos y, a la vez, las mujeres de su vida� ¡Con los ojos sin luz para ver el mar! �l me dijo:
-El hombre se estremece ante el misterio-. Y necesariamente debo copiar aquà el último aporte que nos brinda su obra para justificar su vida:
-"Hoy, ¿dónde estará? ¿En qué estrella, en qué astro, en qué espacio sideral florecerá su existencia celeste? -Quien pudiera conocer lo que hay más allá, en las grises praderas del Misterio, ¡en las oscuras islas de la Muerte! SÃ, camaradas, sólo sé que era una extraña criatura a quien amé mucho y envenenó mi vida. ¡Para siempre!"
Acaso no fueron manos de mujeres las que degollaron al varón culto y extraño que habÃa en Fidel Rivas, soñador, el Profesor Inútil, como decÃa BenjamÃn Jarnés, el profesor inútil porque era innecesaria su voz de seda en el aula de las chiquillas donde él enseñó literatura con figuras espontáneas en presente de indicativoÂ?
Porfirio DÃaz Machicao.
La Paz, 1909-1981.
Escritor, periodista e historiador.
De: "El ateneo de los muertos", 1956