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Domingo 03 de julio de 2016

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Revista Dominical

El modernismo occidental con símbolos afro-caribeños

03 jul 2016

Por: Carlos Decker-Molina - Periodista radicado en Suecia

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Para muchos, la palabra museo es sinónimo de tedio. Hace años, alguien me dijo, "no voy al museo porque me aburro. Se muestran antigüedades que ya no tienen importancia". En los años revolucionarios se decía, con cierto menosprecio, "los museos cobijan arte burgués". Hoy, hay otra variante: "para qué ir al museo si puedes contemplar las mismas obras por la Red".

Radico en un país que tiene fervor por los museos y las bibliotecas, enseña a sus escolares a visitar ambas instituciones. Visitas guiadas para niños y adolescentes. Incluso los más pequeños tienen acceso a talleres donde intentan imitar los cuadros que más les ha impresionado.

Para mí, la biblioteca y el museo, son los templos de una sociedad laica. Para asistir a esos centros, se necesita una cierta devoción y una fe en el conocimiento. La catequización de los "infieles" se hace a través de contar lo que uno ve en sus interiores, y eso es lo que intento hacer ahora.

No conocía la pintura del cubano Wilfredo Lam hasta que vi algunos cuadros suyos en Suecia y escuché hablar sobre él a mi colega de origen cubano, López y Guerra.

En el Centro de Arte "Reina Sofía" en Madrid, pude apreciar al pintor que abrió una brecha en las lecturas lineales de la modernidad eurocéntrica. Lam propone un relato divergente y ecléctico, que invita a la reconsideración de aquellas viejas reducciones binarias entre centro y periferia.

El "Reina Sofía" muestra 250 obras, además de cartas, invitaciones, tarjetas y bosquejos.

El vínculo de Lam con España es grande. Conoce a Lorca, Valle Inclán y Azorín, entre otras estrellas del firmamento intelectual del momento. Simpatizante decidido de la República, arrimó el hombro durante la Guerra Civil como empleado de una fábrica de granadas, en la que sus pulmones terminarían severamente afectados.

Su pintura tiene algo de su propio mestizaje. El sincretismo entre el catolicismo y el culto a los dioses africanos sobrevuelan su obra.

Hijo de un artesano chino procedente de Cantón y de una cubana descendiente de africano y española, Wifredo �scar de la Concepción Lam y Castilla, es su largo nombre.

Antes de la guerra civil española, ya había conocido el éxito y caído fascinado por la obra de Joan Miró y Pablo Picasso. En Cuenca conoce a la que sería su primera esposa, Eva Píriz, con la que tuvo un hijo, Wifredo Víctor. Ambos murieron de tuberculosis en 1931.

La guerra lo empuja a emigrar a Barcelona y de allí, en 1938, a París, donde la excepcional acogida de Picasso resultaría determinante para su éxito. Sin duda sus obras tienen una gran influencia de Picasso, pero, entrecruza las tradiciones asiáticas y africanas, que dejan la presencia de Picasso sólo como fondo tenue.

La diversidad y el carácter internacional asaltan al visitante en las diferentes salas. Dividida en cinco ámbitos, la antológica se adentra, tras el interludio español, en su primer periodo francés, entre 1938 y 1941. Con la maleta cargada de dolor y la sorpresa, compartida por Picasso, de la influencia que la escultura africana tiene sobre el arte europeo, pinta figuras de rostros desdibujados y su mundo se puebla de máscaras, más que de personas.

Wilfredo Lam estuvo casado tres veces, la última de sus mujeres fue la artista sueca Lou Laurin, la cito porque fue la albacea de su obra y gracias a ella Suecia exhibió, en su tiempo, muchas obras del pintor cubano.

El pintor se opone a sus comentaristas cuando dice. "La gente cree, sin razón, que mi obra tomó su forma definitiva en Haití. Mi estancia allá extendió solamente, como el viaje que hice en Venezuela, en Colombia y en el Mato Grosso brasileño. Habría podido ser un buen pintor de la Escuela de París, pero me sentía como un caracol fuera de su concha. Lo que verdaderamente extendió mi pintura, fue la presencia de la poesía negra�"

Y a propósito de poesía. Grabados de Lam aparecen el cuento de Gabriel García Márquez "El último viaje del buque fantasma" (1963), pero sus ilustraciones al poema de André Breton, censurado por el gobierno francés de Vichy, Fata Morgana, son excelentes. Morgana es hada/bruja, hija de las leyendas bretonas, mutante, vengativa y acosadora que vuela en círculos sobre la cabeza de su hermanastro.

Después de haber cansado los pies en los salones de la "Reina Sofía", me senté en un banco a intentar el recuerdo del poema de André Breton, mi mente saturada recordó sólo un fragmento:

"Un día, un nuevo amor y yo me compadezco de aquellos

para quienes el amor se corrompe si no cambia de rostro.

Como si en la laguna sin luz la carpa que me tiende al despertar un rizo de tus cabellos.

No tuviese más de cien años y no me ocultase todo cuanto debo ignorar para seguir siendo yo mismo Un nuevo día es verdad he dormido a tu lado".

Para tus amigos: