Toda persona se considera hoy libre, porque no existe la antigua esclavitud, se trataba de una esclavitud externa ya que el manumiso podrÃa soñar, pretender y gozar de una libertad interior, a la que no llegaban las cadenas. Ahora quizás suceda lo contrario. El cuerpo está libre pero el alma de muchos está sometida a una cruel y destructora esclavitud.
Jesús hace caer en la cuenta al hombre, de una esclavitud radical que nuestro orgullo no quiere reconocer lo que nuestra ceguera nos impide ver. En verdad, en verdad os digo, todo el que comete pecado es esclavo, y el esclavo no se queda en casa para siempre, mientras que el hijo se queda para siempre.
En estas radicales condenaciones Jesús se refiere a hombres y mujeres que están encadenados por sus pasiones y en consecuencia por Satanás, pero que se consideran totalmente libres porque solamente examinan su situación externa. La inconsciencia humana no tiene lÃmites, tratan de ignorar las claras previsiones de Dios y acuden a los brujos para averiguar el futuro, leen las profecÃas de Nostradamus, pero prefieren ignorar las claras previsiones para el porvenir en labios de Jesús.
Planean sus posibles triunfos hasta la raya de la muerte, pero quieren ignorar el planeamiento de la eternidad. Huyen de Dios y se abrazan a Satanás, fenómeno comprensible, porque muchos sujetos que se creen cristianos son propiamente hijos de Satanás como les llama Cristo, o hijos del Diablo porque practican sus obras no las prescriptas por Dios.
Es una esclavitud tanto más peligrosa en cuanto se ignora que exista. Es el mayor triunfo del Diablo: hacer olvidar que el alma está en pecado y camino seguro de su condenación eterna.
La causa principal de que muchos cristianos sigan empeñados en pecar es porque no conocen ni la gravedad del pecado, ni las consecuencias trágicas del mismo.
Se imaginan que han robado una pequeña cantidad, han fornicado sin efectos subsiguientes, han dejado de participar en el Sacrificio de la Misa por simple pereza, han insultado a alguno hasta producirle un dolor intenso, han provocado un daño que es externo, la materialización del pecado, pero no sus funestas consecuencias en Dios, en la Iglesia y en la propia alma.
Y asÃ, siguen una práctica del pecado, en una permanencia en estado de pecado, como si se tratara de algo baladà y no una situación de emergencia que atañe a cielo y tierra.
Y si uno lee con atención las Sagradas Escrituras, hay estos cuatro argumentos para comprender la importancia del pecado:
1. Un pecado de rebelión convirtió de ángeles brillantes en demonios horrendos a quienes se rebelaron contra Dios en el ParaÃso.
2. Un pecado arrojó a nuestros primeros padres del ParaÃso terrenal condenándoles a ellos y a todos sus descendientes al dolor de la muerte corporal y a la posibilidad de condenarse eternamente.
3. Un pecado y los subsiguientes pecados de los hombres exigieron la muerte en la Cruz del Hijo amado de Dios para redimir al hombre culpable.
4. Un pecado mantendrá por toda la eternidad los terribles tormentos del infierno en castigo del pecador obstinado.
Estas cuatro con las más trágicas consecuencias del pecado, de todo pecado, pero existen otras consecuencias interiores no menos temidas:
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