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Invitado


Domingo 19 de junio de 2016

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Cultural El Duende

Vilma Tapia Anaya

19 jun 2016

Vilma Tapia Anaya. Poeta. La Paz, 1960. Ha publicado: Luciérnagas de fondo (2003); La fiesta de mi boda (2006), El agua más cercana (2008), Mi fuego tus dos manos (2012) y, La hierba es un niño (Plural, 2015) a donde pertenecen estos poemas

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La hierba es un niño

Derrida

Actual: Jacques y Marguerite

¿Deberíamos responder? Pregunté

Tú te arreglabas el cabello

Fuimos la escena impoluta: nuestros nombres

Que repasáramos los pasos de la cita inicial pedían

Era la nieve dijiste

Marguerite

Ni una sola palabra más

Y el blanco esplendor de la promesa

de vuelta

en el reservado tú y yo

Miramos

el silencio del temblor se impuso y

nos detuvimos en las lindes de una confidencia imposible

Dormía debajo del jazmín

Sobre el agua más cercana

se deslizaba mi mirada

había huellas

nenúfares de trazos que me era posible recordar

Pero mi espalda permanecía inmóvil

se apoyaba terca en la falta de lugar

para nosotros

Te añoraba sin morirme por gracia del agua

bañaba mis pies

y enfrente un horizonte de belleza

A tientas mi mano buscaba páginas por ti

en su afán hacía caer rayos

de la luna

aquí adentro sonaban bajito

y yo obedecía

bailaba su canción

Primeros pasos

Los perritos no me agradan

yo sí les agrado

se me acercan

olfatean a la niña

que ante mí aparece una y otra vez

el vestido corto de lino

y los botines blancos

a veces se desplazan solos

ella da unos pasos tambaleantes

y se pone de cuclillas

al acecho

mirándome

es triste

y en cada instante exiguo

hago lo imposible por consolarla

Poema para Luciano después

de un fin del mundo

El agradecimiento no es triste

ni escaso

los ojos de tu madre te miraban

y la luna última había sido un trazo póstumo

pero feliz

Era aún niño tu cuerpo

espontáneo

se anticipaba a recibir sus mañanas futuras

agolpadas

prosperaban dentro de ti

Alejabas la gravedad de la muerte

Pensabas

Y un oceánico canto de cigarras

empujaba entero

contigo

Del trébol

Recuerdo apenas, hubo desaforados carruajes, levantaban polvo conducidos por la noche. El sacrificio se repetía en su interior.

Mas perenne es la belleza. La ropa recién lavada se mece con la brisa y al atardecer se muestra de seda la misma luna, en el cielo claro.

Debo volver a lo radiante, me digo, a sus fulgores.

***

A un pueblo del valle alto llegué, estaba sola. Las flores de los durazneros repicaban. De los muros de las casas deshabitadas colgaba la hiedra. Una hoja del abandono, la otra hoja la esperanza. Girando sobre sí la hiedra hallaba otra razón.

Me pasó, lo viví. Me paré en el triángulo que queda cuando dos ríos confluyen. Manifestación nívea, por mis ojos esos cuerpos entraron en mí. Sin estrépito, alteraron mi camino.

Hace años desperté en una playa remota, hasta esa playa fui. El oleaje me hundía, me revolcaba. Lamiéndome el mar bramaba en mis oídos.

***

Inclina el viento, ya sin demasiado dolor, vértebra por vértebra, el húmedo tallo del trébol. Su diminuta sombra trae esta paz. Unos minutos. Detenidos.

Te cubres

Te cubres / hasta los ojos

Te ciegas

No ves que el animal pía después de su decapitación

Salpicado de esa sangre

te enfrentas a la hondura

de la fuente espejo matinal

y aún te es dado

asistes al don

a la epifanía:

un rostro tu rostro

el Íntimo:

No matarás

Para tus amigos: