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Domingo 19 de junio de 2016

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Cultural El Duende

Iván Turguénev

19 jun 2016

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Hay nombres que, al mencionarlos, hacen que nuestros conocimientos se proyecten instantáneamente a la lejanía de la historia, y en nuestra imaginación surgen cuadros palpables del pasado en toda su carne, como si nosotros mismos existiéramos y viviéramos en aquella época, como si acabásemos de abandonarla ayer. Es el milagro que obra el arte. En estos nombres, que simbolizan todas unas épocas históricas, se sostiene nuestra ligazón intrínseca con la experiencia vital de las generaciones hace tiempo desaparecidas. Estos nombres se yerguen cual jalones en el camino recorrido. Con ellos conmensuramos la marcha del tiempo y calamos en el quid de las viejas y las nuevas aspiraciones humanas. En nuestra patria son los de Alexandr Pushkin y Nikolái Gógol, de Nikolái Nekrásov y León Tolstói. Pero esta relación sería incompleta sin el nombre de Iván Turguénev. Turguénev forma parte de la pléyade de hijos del pueblo ruso, sin los cuales es inconcebible hacerse una idea de la fisonomía espiritual de Rusia.

Turguénev vivió y creó en la época en que el pensamiento progresista ruso luchaba aún, al decir de Belinskí, por acabar con el "horroroso espectáculo que ofrecía el país en que los hombres comercian con hombres".

Desde entonces ha corrido mucha agua. La patria de Turguénev rompió con su atraso colocándose a la vanguardia de la historia universal y, en función de estos cambios inmensos, muchos valores culturales se pusieron a prueba y se transformaron. En el proceso de desarrollo histórico algo cayó en desuso, algo desapareció por inútil, pero se han conservado, multiplicado y están al servicio de los hombres cuantos valores auténticos, producto del genio humano, propiciaron formas nuevas, un régimen social nuevo, más progresista, y el fomento de su cultura. Nuestra sociedad socialista ha heredado cuantas obras excelsas nos llegaron de la noche de los siglos o se crearon poco antes de la Revolución de Octubre. Desde el anónimo Cantar de las huestes de Igor hasta la prosa de Antón Chéjov, desde Andréi Rubliov hasta Ilyá Repin y, en el Oriente del país, desde Manás hasta Abái, desde Rudaki hasta Furkat: tal es la distancia, tal es la envergadura de nuestra multinacional cultura patria.

En este caudal de valores artísticos, la obra de Iván Turguénev, relevante autor de la literatura rusa del realismo crítico, ocupa destacado lugar.

El mérito de Turguénev consiste en que en sus libros dijo al mundo la verdad acerca del destino indeciblemente penoso de los campesinos siervos. Los mostró en imágenes tan fidedignas y profundas, en cuadros tan realistas del modo de vida y caracteres, de costumbres y sucesos, como nunca hasta entonces habían sido representados en la literatura. Vio en el pueblo tanta belleza moral y tanta fuerza de espíritu como nunca antes se había demostrado en la literatura. Habló de todo ello con vehemencia y con un fervor rayano en el dolor, dictando de este modo el veredicto rotundo al régimen antipopular basado en la esclavitud, régimen generador de una esclavitud omnímoda.

Por otra parte, el mérito de Turguénev consiste en que descubrió para el mundo la generación revolucionaria de los años 60, el tipo de la intelectualidad democrática rusa que incubó en su amarga y sufrida experiencia la idea de lo necesario que era combatir a la autocracia zarista y a los terratenientes e hizo cuantiosos sacrificios en esta lucha sagrada. La mejor parte, la parte pensante de la nación rusa encontró una brillante encarnación artística en las páginas de las novelas de Turguénev, grabándose para siempre en la memoria de los descendientes como héroes de la época turgueneviana.

Las más acuciantes cuestiones relativas al desarrollo político e intelectual de los contemporáneos constituían el tema primordial en las obras de Turguénev durante toda su vida de creador. Con ello, Turguénev como artista contribuyó grandemente a la formación de nuevas fuerzas lozanas del movimiento revolucionario en Rusia, creó figuras imperecederas de los Rudin, los Insárov y los Bazárov, cuyos continuadores -por la lógica de la lucha y de las búsquedas- habrían de aliarse inminentemente en el futuro con la clase obrera de Rusia. Por eso es tan grande el alcance ideológico y estético de las obras de Turguénev, por eso la palabra de Turguénev siempre seguirá con nosotros.

Conocemos a Turguénev en la tierna infancia, cuando aún no sabemos leer y nos leen en voz alta su Mumú. Desde este encuentro nuestras almas infantiles se abren para siempre a la compasión intensa por las desgracias de nuestro semejante, desde este encuentro siempre odiaremos la crueldad y la injusticia de los opresores que pisotean la dignidad humana. Más tarde, enfrascándonos en los libros de Turguénev, meditando junto con él en la vida y en la misión del hombre en la Tierra, recordaremos que el objetivo más importante de la vida es vivir tomando a pecho las inquietudes y las tareas del pueblo, así como propugnar los ideales de la época.

El encuentro con Turguénev aguarda a cada cual en su camino de vida. Así ha sido antes de nosotros y así será en adelante, de generación en generación, mientras en el hombre palpite el eterno anhelo de bien y justicia. Mientras exista en la Tierra el inmortal idioma ruso, cuya pureza cultivara tanto Turguénev en sus libros...

Chinguiz Aitmátov.

Crítico ruso-kirguistan, 1928-2008.

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