Y a Borges?...El otro, el mismo, el cÃrculo inmenso de pasillos, el arcano descubierto en los anaqueles, la vida prestada, escudriñada, descubierta, creada y recreada, olvidada y encontrada. Para Borges la memoria es una cadena que nos ata al principio, que es el nexo indisoluble de la creación. Borges es siempre el otro, parte de una entidad que ha alimentado su imaginación y lo ha conducido a la realidad fantástica, atrapada siempre en los confines arbitrales de un principio y un final implacables, que solo pueden redimirse en los otros, parte Ãntima de uno mismo.
En 1969 escribió que su libro "El otro, el mismo" (1964) era el libro que preferÃa, a pesar de reconocer que se trataba de una compilación que recogÃa escritos en diversos "moods" (sic). Probablemente el sentido de esa selección es la idea central del propio autor en ese prólogo: la identidad que perdura. Para entenderlo hay que asumir la compleja idea del tiempo borgiano, un cÃrculo, un laberinto, una entidad que no se define ni exacta ni necesariamente por el transcurrir, sino por la agregación, por la invasión de mundos repetidos.
Tomemos aquellos poemas que el propio Borges escogió como la bitácora de esta obra magnÃfica (ni más ni menos que muchas de las otras, las mismas, que escribió a lo largo de su vida).
El poema de los dones: "Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestrÃa/ de Dios, que con magnÃfica ironÃa/ me dio a la vez los libros y la noche." ¿Dios? Tras esa estremecedora y cáustica imagen, sigue..."Algo, que ciertamente no se nombra/ con la palabra azar, rige estas cosas;...suelo sentir con vago horror sagrado/ que soy el otro, el muerto, que habrá dado/ los mismos pasos en los mismos dÃas". Es uno, es el otro, somos todos, pero no, en realidad es el, que sigue la senda de aquellos que recibieron los libros y la noche.
Una rosa y Milton: "quiero que una se salve del olvido/ esa flor silenciosa, la postrera/ rosa que Milton acercó a su cara/ sin verla...deja mágicamente tu pasado/ inmemorial y en este verso brilla". La flor recogida de la historia, de la presunción de un momento, de la literatura, llega a esta lectura para preservarse. Escojo una flor, la escribo, la hago inmortal, me burlo del tiempo, del tiempo de la flor perecedera, parece decir el vate.
No hay para Borges otra ruta que esta que repite situaciones y momentos como las ruinas circulares, pero siempre dentro del cristal en el que se desgrana la vida: "Todo lo arrastra y pierde este incansable/ hilo sutil de arena numerosa/ No he de salvarme yo, fortuita cosa/ De tiempo, que es materia deleznable".
El olvido, al fin será, aún para Borges.
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