Martes 14 de junio de 2016

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Ã?l estaba en el apogeo de su lucidez mental y creativa y en el más alto momento del crecimiento de su amada criatura, "El Deber", cuando me recibió aquel martes muy temprano. SolÃa ser el primero en llegar a la redacción y mientras el resto de la ciudad despertaba, él ya estaba pulcro y en pleno trabajo.
Entonces me mostró la foto de sus hijos, pequeños, sencillos, correteando para entregar a tiempo los ejemplares de aquel periódico que sus padres sacaban cada dÃa con todos los esfuerzos económicos y personales.
"Para que no se olviden de dónde venimos" comentó, mientras recordaba los años difÃciles en un Santa Cruz aún polvoriento y aldeano cuando tocaba meter a toda la familia para lograr redactar artÃculos, componerlos en una antigua imprenta, tener listos los ejemplares al alba y venderlos uno por uno.
Ã?l no querÃa reservarse ningún mérito. Daba a su amada Rosita Jordán el peso de la victoria, de aquel esfuerzo inmenso, de aquella terquedad, de apostar para mantener informado a su pueblo. Entonces la oficina -por llamarla de un modo- quedaba en medio del griterÃo de la recoba y de los comerciantes de tamarindo y cuñapés.
Ã?l no ofrecÃa frutas o telas sino con ideas y principios. Ã?l sabÃa que su oficio no se limitaba a los productos de temporada que valen tanto o cuánto en una simple transacción que se resuelve con un puñado de monedas.
Ã?l se ocupaba de aquello que no tiene precio, que no tiene tiempo ni moda. Ã?l hacÃa circular entre los lectores lo más importante del ser humano: la Libertad y en cada número estaba impresa su consciencia.
De ahà lo amé para siempre. Lo amé, lo admiré, lo seguÃ, lo busqué hasta en los últimos años mientras perdÃa la vista que se quemaba con tanta lectura y tanta sabidurÃa. Le encantaba la historia, la ficción, la poesÃa y los bandos carnavaleros porque tenÃa en sà el germen del conocimiento: la curiosidad.
Fui feliz al conocer los tomos de su autorÃa y sus versos puestos en música. Era el más cruceño de todos los que conocÃ, el más universal y el más paceño, donde se trasladaba fÃsicamente o más tarde sólo con la melancolÃa. También en el frÃo andino mantenÃa la costumbre de ducharse con agua helada a las cinco de la mañana.