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Domingo 05 de junio de 2016

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Cultural El Duende

Homenaje a José María Arguedas

05 jun 2016

El testimonio de Mildred Merino corresponde al ciclo de mesas redondas "José María Arguedas: 25 años después", que organizó en 1994 la Revista Hoja Naviera y la Editorial Grano de Arena. El texto de Arturo Corcuera fue leído en 1970, en Ucayali, con el título de "Arguedas: un demonio feliz"

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SU ADMIRACIÃ?N POR LA BELLEZA FEMENINA Y SU AMOR POR LOS ANIMALES Y LA MÃ?SICA

Conocí a José María Arguedas en la Dirección de Educación Artística del Ministerio de Educación. Su amistad me dio la oportunidad de conocer y luego confraternizar con sus hermanos Arístides y Nelly, en un afecto imperecedero. Asimismo, conocí e intimé con cariño con su tía Rosa y su prima Yolanda Pozo. Este contexto afianzó mi conocimiento de José María Arguedas.

Primero, José María era un admirador de la belleza femenina, pero con un gusto especialísimo. Recuerdo que una vez llegó a su oficina una joven profesora muy bonita, a exponerle su queja porque no le habían solucionado un expediente que ella presentó. Entonces, él, mirándola pero muy devotamente, le dijo: "Cómo han podido negarle algo a una señorita tan bonita". Lo dijo con todo respeto, sin ninguna mala intención y muy poéticamente.

Pero igualmente admiraba, con el mismo criterio, de artista, a jóvenes que yo encontraba bastante feas. �l decía que les hallaba hermosas sombras en el rostro", y como yo no tenía ese criterio artístico, pues, francamente no las encontraba. Siempre lo he visto tratar a las mujeres con todo respeto sin tener en cuenta su condición social.

Una vez, una joven que había estado unos pocos días en la Dirección de Educación Artística, le dijo que un día ella pasaba por la calle Padre Gerónimo -donde estaba la Dirección- y como ya se habían visto antes ella lo miró, pero como él no dio señales de reconocerla, ni de saludarla, pasó de largo. Entonces cuando ella terminó de contarle, él le dijo: "Sí, recuerdo, con razón ya decía yo, ´conozco esos ojos´".

Su apreciación de la belleza comprendía también tanto a las personas como a los animales, le escuché decir una vez, pero así con todo respeto, y diría que hasta embobado: "Tiene usted ojos de vicuña". Para mí, que verdaderamente no conocía a las vicuñas, me sorprendió. Y decía, bueno, puede ser un piropo muy especial.

Ahora, su admiración por la belleza femenina abarcaba todos los niveles, inclusive los fraternos. Cuando nos contó que tenía una hermana, le preguntaron "y cómo es". �l dijo: "¡Huuuiii!" yo creo que eso fue bastante explícito, no se había equivocado.

Así como admiraba la belleza, encontraba también parecido entre las personas y los animales, sin ningún carácter ofensivo. Por ejemplo, de un profesor de San Marcos, muy distinguido, decía: "Tenía cara de ratón", lo mirábamos y, sí, como él lo había dicho, verdaderamente tenía cara de ratón.

Había también comparaciones risueñas. A un profesor, que en ese entonces era todavía estudiante, le dijo: "Tienes una estupenda cara de indio viejo" y, verdaderamente, pues, tenía esa expresión.

Su amor a los animales era increíble. Ya contaron alguna vez, el episodio de su vida en Chimbote, cuando él estaba con su carro estacionado y había un camión delante. En ese camión había un perro, él hizo amistad con ese perro, conversaba con él, le hablaba, era capaz de hacer amistades en muy poco tiempo. Salió un momento a hacer algunas gestiones y cuando regresó, encontró que el camión se había marchado. Subió a su carro, siguió al camión por todas partes hasta que lo pudo localizar, para despedirse de su amigo el perro con el que había intimado.

Al doctor Matos Mar le escuché contar cómo en el camino que va para el norte, me parece, cuando ambos fueron a una misión de antropología, José María se bajaba del auto en que iban, para abrazar a los asnos. Era un hombre muy sencillo, tanto en su modo de ser como en su físico. Y se sintió feliz y nos contaba cómo una mujer de esos pueblos lo creyó un chofer de camión. �l decía que se alegraba porque "quiere decir que no he perdido ese aire, ese carácter de pueblo".

Como músico, pues, tocaba guitarra, todos lo hemos escuchado, cantaba con su tía Rosa Pozo. La canción que más le gustaba era Coca quintucha. Bailaba bien el huayno, en varias ocasiones, como por ejemplo, en bailes de alumnos. Contaban que una noche lo vieron bailar en un centro nocturno el baile de moda de esa época (no recuerdo si era el fox o el bolero) y decían que lo hacía muy bien con su pareja, que no era su esposa.

Tenía amistad con sacerdotes y especialmente con un sacerdote jesuita que trabajaba en la Nunciatura y de él decía: "Este padre es un santo". Creo que también se ha escrito que era amigo de los padres norteamericanos en Chimbote. Ustedes saben que la iglesia opina que los suicidas no tienen muy segura su salvación. Pero un padre, amigo de él, que le hizo la primera misa de difunto, le dijo a su hermana Nelly: "Le aseguro que José María está en el cielo".

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