Quizá mi herencia marroquà me hizo soñar desde niña con las historias de esas mujeres lavadas con agua de rosas, clara, tibia y perfumada y las toallas de muselina blanca. Muchos son los pintores, sobre todo impresionistas, cautivados por los baños de las mujeres y sus cuerpos mojados. Hay demasiados ejemplos.
El ritual del aseo, de la limpieza, aparece en las culturas con diferentes intensidades y su sofisticación está ligada al desarrollo económico, a la concentración urbana. A lo largo de los años asistà a diferentes formatos, casi siempre relacionados con la limpia espiritual. Los masajes mayas en la costa mexicana, la sala de piscinas doradas en la campiña coreana, el pasaje hÃbrido en una casa china, el spa de los moros en Granada, el sauna en plena nevada muniquesa, los manantiales en el Parque Tairona.
"En medio de esta atmósfera de refinada sensualidad hasta las más feas se sienten deseables. En aquella intimidad, la naturaleza oriental, generosa, propicia al placer, libre de prejuicios como de culpabilidad, rompe las barreras de un decoro. Entre estas mujeres abandonadas a sus cuerpos, atentas a su bienestar, hay una feliz complicidad hecha tanto de erotismo como de complicidad infantil". Se tocan, se acarician levemente y se rÃen de las mujeres europeas.
El hammam está relacionado con el esoterismo. Uno de los maestros del Cuarto Camino George Gurdjief escribe sobre la necesidad de disfrutar esos baños dentro del trabajo interno con uno mismo. Cuenta en su texto "Relatos de Belzebú a su nieto" que estos locales fueron inventados por un asiático en tiempos antiguos.
El hammam es un lugar que todos deberÃamos disfrutar. En Estambul hay algunos de estos sitios que datan de 1450 y conservan la misma estructura aunque regularmente se renuevan cañerÃas y se modernizan las comodidades. En casi todos hay un horario para mujeres y otro para hombres.
Prefiero un hammam que aún funciona en la construcción complementaria a la mezquita azul. Antiguamente, las esclavas o doncellas y hasta algún eunuco se especializaban en bañar a las sultanas y sus amigas o parientes. Actualmente, hay un personal calificado y hay que reservar hora porque una kalfa estará encargada de todo el ritual. En algunos casos, las amigas intercambian roles y una baña a la otra y viceversas, en un juego casi erótico, lleno de risitas y murmullos, que se da donde existen comunidades turcas.
La muchacha que funciona como mi kalfa (antigua dama de honor en el palacio) se inclina con respeto y me guÃa hasta un patio. Me pone en cuchillas mientras me lanza chorros de agua helada, luego tibia, frÃa, otra vez helada, calentita, sin dejarme ni suspirar. Me sorprende cómo siempre empieza por los pies y asà mantengo la temperatura adecuada.
La piel se abre. Contemplo a mis compañeras, me maravillo de la perfección de sus formas, bromeo conmigo misma: "con razón se esconden detrás de tantos velos". El tono de sus vientres es dorado, senos perfectos y pezones muy oscuros. Unas tienen ojos negros pero otras lucen ojos muy claros. Y los cabellosÂ? mejor dicho las cabellerasÂ? HermosÃsimas, caobas, negras, largas, atadas con su mismo cabello o con horquillas coloridas, o sueltas, salpicando agua.
Muchas veces frota el jabón en su tul y me lo pasa por la cabeza, los hombros, la espalda, las piernas. Siento una calidez extraña. Agarra mi cabello y lo frota con otro lÃquido aromático, no con cuidado, casi con torpeza, apretando grandes porciones de mechones. Lo enjuaga con agua helada. Al final pasa algo suave por mi cara. Estamos listas, me dice, mientras me envuelve en otro pestemal, esta vez color malva.
Me toco los brazos sin poder acreditar en la suavidad de mi piel ya sexagenaria. Paso a un saloncito donde me orea con otra toalla el cabello y me invita al descanso. Vuelvo al vestÃbulo donde me espera un largo diván de fina seda verde mar con almohadones y cojines de tonos claros para apoyar mi cabeza, mis brazos, los pies. Recuerdo la imagen de la Odalisca en el Museo de ParÃs.
Duermo un poco, divisando el cielo azul que se asoma por las estrellas de la bóveda, allá en lo alto. Imagino cómo estará el bello Bósforo, el Puente de Gálata a esta hora.
Al salir no puedo creer cómo floto. Me voy a rezar a la mezquita, detrás del sitio reservado a las mujeres. Miro los arabescos, tantos mosaicos perfectamente trabajados, me siento en la alfombra sin zapatos. Siento a mis antepasados.
¡Oferta!
Solicita tu membresÃa Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del dÃa en PDF descargable.
- FotografÃas en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.