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Domingo 22 de mayo de 2016

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Cultural El Duende

Sólo pudo ser en Oruro

22 may 2016

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La primera vez que caminé por las esquinas de aquella ciudad luminosa y ventosa, supe que ese misterio y esa bruma me cautivarían para siempre. Era el escenario perfecto para los relatos de sapos y culebras, de ángeles caídos y de mujeres perversas, de máscaras y platillos, y de duendecillos cuentacuentos que se aparecían junto al rocío del amanecer.

Repetía Antonio Paredes Candia, citando a otro autor, que Oruro era una ciudad tan opulenta que la gente se acostumbró a los forasteros y ya nadie preguntaba a nadie de dónde venía ni para qué "porque Oruro se había enamorado tanto del gitano como del gringo". Cada uno llegaba con su cantidad de melancolías y -desde entonces, digo yo- aquella Plaza 10 de Febrero se llenó de poetas y musas y el recorrido del Carnaval fue sólo un disimulo a la saudade acumulada en la garganta.

Era el único lugar del mundo donde la Madona abandonó su capilla para defender al ladrón y donde los ingleses rindieron culto a la Pachamama. Por su estación transitaron viajeros llegados del caído imperio otomano o de las montañas eslavas, de Baviera y de Damasco, de los mares y de las llanuras. Cada uno con sus chismes, con sus cuentos, con sus historias y en Oruro se fueron acumulando relatos de princesas y de eunucos, de mineros y de chinas supay, de diablos y de forajidos.

Y era un salón de bailes en el "Edén" o en la esquinas de la Bolívar y de la Montes. Confiterías y teatrinos para las orquestas típicas y los danzones de moda, los "Cóctel Dancing". Fue la alegría del champán desbordando las copas y fue la mayor tristeza de los soldados partiendo al frente de guerra, a la canícula de la tierra sin sombra.

Lugar de tertulias donde participaban con igual entusiasmo los árabes de la Ayacucho con o los croatas de la Mier, los judíos y los cochalas. Unos recitaban, otros bromeaban, pasaban historias sobre el Tío, sobre la muerte en las entrañas de la mina.

Los primeros hostales, los hoteles, los colegios, los comercios, la venta de helados de "La Polar" en pleno julio invernal. Los clubes con piano para disfrutar bailecitos y también para escuchar conciertos que difundían a los músicos alemanes, a los más clásicos y a los más complicados.

El ambiente orureño estaba acostumbrado a todo; está aún en el presente de celulares y redes sociales, de canales y de fms.

Ahí las maestras publican libros de poemas y los jóvenes redactan aforismos. Unos se quedan en la zona sur, muchos parten hacia otras tierras, sin olvidar dónde se formaron, cómo se formaron, porque la tierra del Quirquincho los persigue siempre en sus estrofas.

Son los pintores los que delatan que detrás del altiplano con apariencia árida, hay colores tan brillantes como los amarillos impresionistas y los rosados de óleos decimonónicos. Oruro es también tierra de artes plásticas.

De todo ello aprendí durante tres lustros, desde que me suscribí a "El Duende" que quincenalmente se asoma junto a la escarcha con el ejemplar sabatino del antiguo rotativo "La Patria". Aprendí a leerlo desde la portada ilustrada por pintor de fina estampa hasta la última página con diferentes temáticas, la historia de la pintura, los orureños famosos, las cartas de los héroes, los compositores bolivianos.

Reconocí en sus secciones permanentes pequeños dichos de grandes sabios, columnas con motivaciones pintorescas o existencialistas, comentarios de libros propios y ajenos, recuerdos sobre autores checos o presentaciones argentinas.

En los 600 números aprendo que Oruro es el único escenario donde pudo surgir "El Duende" porque no pierde ese don de enamorarse del gitano y del gringo. Ningún otro suplemento cultural boliviano incluye en sus páginas al novato y al consagrado, al famoso escritor madrileño y a la narradora cochala.

"El Duende" es tan inquieto como su cuna y no se queda contento con tan sólo publicar una separata. Desde hace años que sus creadores alientan además otras ediciones, libros de autores bolivianos con investigaciones en historia o en literatura, periodistas, gestores.

También su casa matriz, la Fundación Cultural ZOFRO, auspicia festivales internacionales de poesía donde se revela una vez más que esa es tierra de los grandes vates bolivianos. No es casual que otros escritores, que apenas rozaron su estación, también le dediquen páginas con su creación.

Sólo puede ser en Oruro donde exista un Luis Urquieta y no por desmerecer a los mecenas de otros rincones patrios. Solamente que este caso es único. ¿Cómo sería la patria si abundarían esos luises amantes de la cultura? Más suplementos, menos dinamitazos.

Cada vez es más difícil contar con una publicación como "El Duende". Los últimos años han marginado aún más a la estética y el futuro no trae esperanzas. Es por ello que con más fuerza nos amarramos a este regalo de tinta y papel. Que sean 650, que sean 700, que sean muchos años más, que no nos falte "El Duende" de Oruro.

Lupe Cajías de la Vega. La Paz, 1955. Escritora, historiadora y periodista.

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