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Domingo 22 de mayo de 2016

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Cultural El Duende

La función civilizadora de "EL DUENDE"

22 may 2016

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De manera hipotética hago una especie de reconstrucción de los principios éticos que irradia el suplemento cultural "EL DUENDE" (del periódico "LA PATRIA", de Oruro), principios que no han sido codificados en ningún documento, pero que pueden ser rastreados en los escritos y en el ejemplo cotidiano de su fundador, Luis Urquieta Molleda. Como soy un pesimista consuetudinario, me doy cuenta claramente del optimismo crítico y moderado que sustenta Urquieta. Para él la esperanza es la nostalgia por un mundo mejor, sobre todo en el plano social y cultural. �l, que tiene un sentido innato de justicia, cree que los antagonismos humanos pueden ser superados por el debate racional y por el intento de comprender al prójimo. La función civilizadora que yo atribuyo a "EL DUENDE" tiene que ver directamente con ese esfuerzo permanente consagrado a difundir conocimientos en torno a temas controvertidos y a respetar el pluralismo de ideas y gustos. Se puede afirmar, evidentemente, que la esperanza es una forma de vanidad, sobre todo a la vista del trasfondo de dolor y desilusiones que acompaña todo propósito y designio humanos; el intento racionalista de organizar la sociedad de acuerdo al programa de la Ilustración puede ser considerado como parcialmente fracasado. Desde comienzos del siglo XXI hemos dado nuevos impulsos a tradiciones y atavismos reaccionarios, pero en un resquicio de nuestra alma -que es el alimentado por "EL DUENDE"- guardamos la esperanza de un mundo mejor.

Aunque la historia no tenga un sentido manifiesto, le podemos atribuir uno, obviamente limitado, lo que sería suficiente para que nuestra vida no sea absurda. Aunque la existencia sea breve y el olvido largo, podemos actuar con un mínimo de justicia, y así habremos iniciado el camino de la razón práctica. Nuestra época es el tiempo del sinsentido cultural y político y también la era de una actividad frenética sin un fin razonable. Vivimos entre múltiples diversiones y pretendemos en todo momento la mejora de nuestro orden social; el resultado es algo similar a una neurosis colectiva. Nos desplazamos a extrema velocidad, pero cultural y espiritualmente no nos movemos del mismo sitio. La celebración del progreso perenne ha transformado al Hombre en un mero apéndice de las grandes maquinarias y burocracias. Y según los postmodernistas, hay que sentirse bien en medio de estas turbulencias: el humanismo clásico, el ocio creador, el espíritu crítico (y cualquier otro), la política como una actividad racional, pertenecerían a los fenómenos anacrónicos y superados por la evolución. Lo que debemos hacer es sumergirnos sin suspicacia en los flujos informativos y financieros, confiar en el orden creado por el mercado, dejar la política a los políticos y gozar el instante presente. Creo que "EL DUENDE" significa un dique contra estas tendencias destructivas, aunque estén encubiertas con un toque de progresismo a la moda de nuestros días.

También en las sociedades prósperas del Norte se difunde un malestar general a causa del sinsentido de la existencia, que aumenta paulatinamente al mismo ritmo del avance tecnológico. Precisamente entre la gente cultivada surge entonces la cuestión: ¿Vale la pena esta vida, si en medio de todo el progreso el ser humano se siente más solo, más vacío y más infeliz? Los individuos se han transformado en engranajes bien aceitados y de funcionamiento impecable, el nivel de vida es el más elevado de la historia universal, las oportunidades de diversión son casi ilimitadas, pero el tedio es la característica más notoria. Las oportunidades de desarrollo para los jóvenes son las más promisorias y los adolescentes se sienten los seres más aburridos del planeta. Algo anda mal, evidentemente. La juventud de esas sociedades opulentas representa algo difícil de comprender. En medio de condiciones materiales e intelectuales realmente óptimas, viven jóvenes desprovistos de fantasía, espontaneidad y capacidad de entusiasmo, sin sentimientos ni objetivos serios para la vida, si exceptuamos naturalmente la inclinación a ser como los demás y mimetizarse con el grupo social en el cual están inmersos. Son incapaces de sentir curiosidad, de interesarse por el prójimo o de mostrar algún indicio de amabilidad, para no hablar de altruismo. Ya desde pequeños son educados dentro de un ritmo infernal dominado por la manía de la rentabilidad y la productividad crecientes: como niños no deben comportarse infantilmente, sino aprender mucho y demostrar seriedad y como adultos deben integrarse totalmente al sistema productivo.

De ser un mero instrumento para potenciar la actividad de los mortales, la técnica se ha transformado en el fin mismo de todo el quehacer humano. Por todas estas razones un cierto escepticismo es indispensable para contemplar adecuadamente nuestra época, pero debe ser un escepticismo que nos permita un resquicio de esperanza, como lo practica "EL DUENDE" desde su fundación.

Hugo Celso Felipe Mansilla.

Doctor en Filosofía.

Académico de la Lengua.

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