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Una gélida mañana invernal de hace veinticuatro años -se cuenta-, El Duende empezó a transitar las calles de la pujante ciudad de Oruro.
-¿El duende, un duende? ¿Era acaso un "espÃritu fantástico, con figura de viejo o de niño", aquel "de las narraciones tradicionales, que habita en algunas casas y causa en ellas trastorno y estruendo"? ¿O tal vez un "encanto misterioso e inefable", como El duende del cante flamenco? ¿O el personaje que aparece en los lugares donde no se lo esperaba? ¿O el protagonista fantástico y burlón de tradiciones populares, de baja estatura, con un gran sombrero, y una mano de lana y otra de hierro?
-No, nada de eso. Nos referimos al "vocero cultural" denominado El Duende, que hoy hace su sexcentésima aparición sin haber fallado ni una sola vez. Marcha firme y seguro de sà mismo, debido a haber conquistado un público con el que mantiene una relación de mutua fidelidad. No camina solo sino de la mano del matutino La Patria, meritorio periódico de la ciudad del Pagador.
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Los seres se designan por su nombre, no existen los anónimos. El Génesis narra que "el Señor Dios modeló de arcilla todas la fieras salvajes y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponÃa. Y cada ser vivo llevarÃa el nombre que el hombre le pusiera. AsÃ, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a la fieras salvajes." Por otra parte, sabemos, gracias al maestro Platón, que la cuestión de los nombres, constituyó una de las preocupaciones enmarcada en las actividades desarrolladas en los jardines de Academo y, sin duda, también fuera de ellos. DebatÃan allà Hermógenes y Cratilo si los nombres responden a la naturaleza y la esencia de los objetos nombrados, o a si se deben a una simple arbitrariedad. La noticia de tales debates en la antigua Grecia permite concluir que ya los pensadores y filósofos de aquellos tiempos se plantearon la pregunta respecto a la existencia o no de una motivación, la que fuere, en el proceso de nominación. Detrás de cada nombre, ¿hay un porqué o no lo hay?
Pero volvamos a El Duende, el vocero cultural de la ciudad de Oruro. ¿Cuál es el porqué de su nominación? Su fundador y actual director, el ingeniero Luis Urquieta Molleda, refiere los antecedentes de El Duende, que son los rayos de luz que desvanecen la brumosidad que envuelve a ese porqué. Fue el poeta Luis Fuentes RodrÃguez -cuenta Urquieta-, quien embelesado por la calidez del pueblo orureño, cautivado por un halo de magia de la ciudad, expresó, presa de una súbita inspiración, la frase ¡Oruro tiene duende!, frase feliz cuyo rico contenido le sirvió a Alberto Guerra Gutiérrez, también destacado poeta, para bautizar al boletÃn literario que empezó a publicar, en las más precarias condiciones fÃsicas, con el nombre de El Duende.
Ciertas adversidades dieron fin con la corta vida de este primer Duende, precursor mediato del que ahora celebra su sexcentésima ininterrumpida edición. Desaparecido el emprendimiento de Alberto Guerra, por iniciativa del ingeniero Urquieta Molleda, a la sazón presidente de la Confederación de Empresarios Privados de Oruro, la entidad decidió sacar un suplemento literario, al que denominó El Faro.
Aunque las causas fueron otras, El Faro tuvo similar suerte aciaga a la que le cupo a la meritoria pero malhadada creación del poeta Guerra Gutiérrez: su existencia fue súbita e inopinadamente cortada. Frente a tan deplorable suceso, de nuevo salió a la palestra, tesonero como siempre, Luis Urquieta, con la determinación de publicar, bajo el patrocinio de la Fundación cultural ZOFRO, dependiente de la empresa Zona Franca de Oruro S.A., el redivivo Duende, pero con personalidad propia y con una solidez empresarial capaz de asegurarle a la publicación una vida prolongada al servicio del quehacer cultural.
Las páginas de El Duende acogen generosamente la producción de escritores nacionales, tanto del campo literario y artÃstico en general, como del cientÃfico. Asimismo, proporcionan al público boliviano el acceso a textos relevantes del ámbito mundial.
La naturaleza de El Duende y por ende su misión en la sociedad son de carácter netamente cultural, libre de cualquier contaminación que pudiera macular la nobleza de su esencia. Y esta su preclara idiosincrasia se halla con diafanidad reflejada en el nombre que le fue impuesto. En efecto, se trata de un duende del quehacer intelectual y artÃstico del humano. Un duende que es un "espÃritu fantástico" pero no "con figura de viejo o de niño" sino de un joven ya maduro, lozano y robusto, que habita en la ciudad de Oruro, irradiando no "trastornos ni estruendos" sino incitando a la lectura reflexiva y creativa. Un duende "inefable" sÃ, y también con un algo "misterioso", capaz de aparecer en todos los sitios donde se lo espera y donde no es esperado, portador de creaciones del espÃritu. Este duende es un duende distinto, no de "baja estatura" sino de estatura gigantesca. No lleva sombrero alón y sus manos no son "una de lana y otra de hierro" sino que en sus manos ofrece la prosa en una y en la otra la poesÃa. Inspirado por la musa, dijo el poeta Luis Fuentes RodrÃguez ¡Oruro tiene duende! Pues sà que lo tiene: el duende de Oruro es El Duende.
Desde todo punto de vista, El Duende merece el mayor de los encomios por tratarse de un esfuerzo sostenido para sostener en nuestro medio, no el más propicio para los emprendimientos culturales, un órgano cuyas demandas, obviamente, no dan réditos económicos, antes bien erogaciones irrecuperables.
Mario FrÃas Infante.
Director de la Academia
Boliviana de la Lengua.