Los que están ya en el estribo, también para irse, dicen que es el imperio o el capitalismo el que los está socavando. Si creen así, a lo mejor con toda inocencia, no sería tan malo; pero es realmente grave si les falta para comprender aquello con que se piensa. El fanatismo en cualquier cosa es terrible; les hace ver cosas que no existen o les impide ver la realidad. En el caso, cierran los ojos a un monstruo llamado "corrupción", que es el que los está llevando al infierno.
En elucubraciones farragosas, las más de las veces también oscuras, se suele explicar lo que pasa con los caudillos. Nosotros preferimos el grano a la paja. Así, a nuestro juicio, la gran diferencia entre un régimen populista y un neoliberal es que éste pone la política al servicio de la economía, y aquél a la inversa: la economía al servicio de la política. Hay matices, obviamente. Y los extremos son siempre malos. Tan malo es el demagogo que maneja discrecionalmente los recursos públicos como el empresario que cierra la bolsa a las necesidades colectivas.
En lo que va del nuevo milenio, hemos visto ejemplos de esa forma errática de administrar el Estado. En febrero y octubre del 2003 el llamado neoliberalismo se vino abajo; la masa turbulenta irrumpió a un escenario político vacío. Después, los nuevos actores se "emborracharon" con el poder. Se requería el concurso de un líder y emergió sólo un caudillo. De "los años de plomo" anteriores se derivó el "populismo autoritario". Sin plan de gobierno propio ni visión del país en perspectiva histórica, soñando en el socialismo utópico del siglo XXI, las gentes sólo querían "vivir bien" y, de paso, refundar Bolivia.
Existe hoy un contexto distinto en la región. La marejada del cambio cíclico provino de China y se expandió por todo el mundo. El mastodonte hace estragos en la economía de un país débil y pequeño como Bolivia. El caudillo plurinacional no pudo entender que "no se trata de cambiar de amo sino de dejar de ser perro". Hay pues factores exógenos para la economía del mundo, y para los socios de la ALBA también; pero Bolivia añadió otros de su propia cosecha. Aquí se despilfarró una gran millonada sin asco. En la hora de las vacas flacas se ven rodar las caretas de la apariencia por el suelo.
Ante lo que sucede en el Brasil, a una voz echaron el grito al cielo los oficialistas (si es que para eso el cielo existe), condenando el supuesto golpe de Estado contra la señora Rousseff. No, no fue de Estado; fue golpe sí, pero de la corrupción. Esta pandemia no tiene partido ni ideología; no porque sea de la izquierda deja de ser corrupción. Sobre la cabeza del jefazo y sus amigos también pende esa misma espada de Damocles. En algún momento la corrupción masiva del Fondioc deberá dar cuenta a la justicia, cuando ésta al fin exista.
(*) El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia
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