Aumento de la temperatura promedio del planeta, sequías, inundaciones, huracanes, deshielo y precipitaciones excesivas, son algunas de las consecuencias que estamos viviendo en todo el mundo debido a los desequilibrios medioambientales ocasionados por la misma humanidad.
El pasado 22 de abril concluyó la Conferencia Mundial de los Pueblos por el Cambio Climático y los derechos de la Madre Tierra, que tuvo lugar en el centro de Bolivia. 18 mil participantes de 129 países del mundo se sumaron a organizaciones sociales para redactaron un documento que será llevado ante la XVI versión de la Cumbre Climática de Cancún, México el próximo diciembre.
Esta Cumbre, será el pleno en el que se pondrán sobre la mesa las iniciativas para enfrentar los estragos ocasionados por el calentamiento global. Las conclusiones de la Conferencia Mundial de Pueblos sobre el Cambio Climático serán analizadas en la cumbre en México y servirán de presión a países desarrollados para que reduzcan la emisión de gases contaminantes.
Desde hace algunas décadas, los científicos han alertado sobre las consecuencias que puede tener para la humanidad los cambios medioambientales que estamos provocando con nuestras actividades, sin embargo, hoy lo vivimos el día a día.
En lo que respecta al efecto invernadero, se está produciendo un incremento agravado del contenido en anhídrido carbónico en la atmósfera a causa de la quema de carbón y la gasolina, así como con la destrucción de bosques tropicales. Lo más alarmante son las consecuencias que estas actividades presuponen; el aumento de la temperatura media de la superficie de la Tierra, con un cambio global del clima que afectará tanto a las plantas verdes como a los animales. Las previsiones más alarmantes aseguran que, de continuar a este paso, con un derretimiento parcial del hielo que cubre los Polos bastará para que las zonas costeras de todo el planeta queden sumergidas bajo las aguas.
Aún cuando no es posible cuantificar las consecuencias de éste fenómeno, es importante estar conscientes y atentos en cómo, a través de nuestras actividades habituales, hemos ido siendo partícipes de este cambio que empieza a cobrar los costos de nuestra indiferencia.
Es por eso que los 129 países presentes en la Conferencia Mundial de los Pueblos por el Cambio Climático han acordado efectuar una lucha, proclamar los derechos del planeta y sancionar a aquellos países que persisten en acciones dañinas contra la naturaleza.
Asimismo, se pide recapitular el acuerdo de Copenhague, que para estas alturas de la pérdida natural, es inaceptable que mantenga el estatuto “voluntario” para la disminución en la emisión de gases por parte de los países. Y como señalaba la ONG internacional, Greenpeace, “debido a que los países que apoyan el acuerdo de Copenhague no presentaron compromisos de reducción de sus emisiones de gases de efecto invernadero que fueran suficientemente ambiciosos para frenar el cambio climático, este acuerdo ha mostrado su incapacidad para detener este grave problema”.
De esta manera, se hace necesario retomar lo acordado en el Protocolo de Kioto, y establecer algunas enmiendas con respecto a lo que no ha procedido, o ha sido efectuado de manera ineficaz, para la sustentabilidad del planeta. Es decir, que aún cuando en éste sí se instaura una reducción en la emisión de gases que llegue al 40% hasta el año 2020, también se imponga un límite anual, ya que hasta la fecha, ellos han sido quienes han elegido la cifra, siendo en su mayoría insuficiente para lograr un aporte significativo.
EE.UU. se queda en un 4% sobre 1990. Y la UE, que partía en el 20%, no ha subido al 30% al que estaba dispuesta porque no hay iniciativa por parte de los otros países comprometidos. Se pretendía dejar claro que hacia 2017 se debía llegar al máximo de emisiones planetarias y a partir de ahí ir bajando. Ahora se dice “tan pronto como sea posible”.
El Protocolo de Kioto no incluyó a los países en vías de desarrollo. También EE.UU. se quedó fuera por decisión propia. Ahora están todos, salvo Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bolivia y Sudán. Ahora habría que ver hasta dónde llegarán en su contribución después de presentarse y ser, en el caso de Bolivia, quien pone este tema como prioridad en su agenda y ha tomado la batuta, junto con Venezuela en la discusión y replanteamiento de compromisos, sobre todo como países que sufren los impactos y que demandan una disminución evidente en las emisiones ocasionadas por los países desarrollados.
Por último, invito a los jefes de Estado que estarán presentes en estas reuniones en diciembre, no olvidar el motivo que los dirige a llevar a cabo estas sesiones. El cual no es declararse títulos descriptivos, como país samaritano o ventajoso, desarrollado o emergente, aportador o receptor, sino enfrentar los riesgos bajo los cuales subyacen millones de personas ante un proceso de degeneración ambiental desmesurada.
(*) de Guadalajara, Jalisco, México.
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