En la última década hubo noticias relacionadas a grupos de personas que se presentan como carentes de tierra, de terreno, de vivienda, y deciden apropiarse por la fuerza de algún espacio que presentan como propio. Muchas de esas tomas son acompañadas por periodistas que entrevistan a madres afligidas o a familias numerosas y el llanto general provoca la compasión de la ciudadanía.
Sin embargo, en más de una ocasión se pudo evidenciar que detrás de esa cortina humana existen otros intereses vinculados a políticos populistas, a oscuros empresarios o directamente a loteadores especializados que se mueven de un sitio a otro y sacan ventajas inmensas.
Un ejemplo lo vimos en La Paz con las personas que quisieron tomar las alturas de Llojeta hace nueve años y de un día para otro clavaron carpas azules el paisaje del cerro. Como vanguardia aparecían las mujeres desesperadas, pero pronto quedó evidente que el dirigente era dueño de casas en Villa Fátima y de radio taxis, además de comedores populares. Era el típico falso pobre que tanto abunda en el país, que no es burgués porque le faltan los dulces encantos y el buen gusto, pero le sobra el dinero.
A la ex subalcaldesa Denisse Ostermann le tocó desenmascarar a estructuras mafiosas que invadieron terrenos municipales, incluyendo áreas verdes, que son parte del oxígeno que necesita con urgencia esta metrópoli. Las fronteras paceñas están en riesgo porque estos delincuentes aprovechan la debilidad institucional de las municipalidades de Palca, Mecapaca, Achocalla y el clima propicio para la corrupción.
En Oruro, los invasores de los terrenos pertenecientes a diferentes familias se autodenominan sin tierra y han resistido los desalojos. La mayoría portan celulares y parquean vehículos de diferente marca, antigüedad y lujo a la vera de las precarias construcciones que poco a poco se venden y se convierten en un barrio.
Igual ocurre en Huajchilla con los llamados “comunarios” dirigidos, de frente, por algún ex dirigente expulsado de la zona y, utilizados, de atrás, quién sabe por cuál político o por cuál de poder local y nacional. Los loteadores llegan de un momento a otro, algunos desde El Alto, en sus propios minibuses, full celular, full equipo de música. Toman un terreno, pintan letreros, hacen su challa y destrozan lo que encuentran. Hay los otros, los loteadores de cuello blanco que se aprovechan de terrenos destinados a áreas verdes o comunitarias con el apoyo legal de una administración municipal corrompible.
El ejemplo más dramático es Santa Cruz, ciudad alterada permanentemente por loteadores, sobre todo desde la gestión de la fatal Unidad Cívica Solidaridad que favoreció el desorden y detuvo el desarrollo planificado que tenía esa urbe. Con sus banderitas azules cuántos loteadores se apropiaron de terrenos privados o públicos y negociaron con ellos. Los casos han llegado a reflejarse en bandas organizadas para utilizar la violencia contra los antiguos dueños, las fuerzas municipales, la policía. Van varias ocupaciones contaminadas con armas de fuego, heridos y muertos.
Se llaman sin tierra pero son mercanchifles con diferentes bienes y cada vez más agresivos. ¿A quién sirven?.
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