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Domingo 08 de mayo de 2016

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Cultural El Duende

BARAJA DE TINTA

De Inés, monja de claustro, al presidente Antonio José de Sucre

08 may 2016

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Sucre, 1827

"Excelentísimo señor general Libertador, Antonio José de Sucre:

Venerable Padre de la Patria:

Desde la tumba de inocentes e indiscretos seres; desde el solitario recinto de un funesto claustro, albergue sólo de la inocencia, y para mi cubierto de las horrendas sombras de la noche del pesar, del horror y del tormento; de entre estos muros espantosos, cuya vista recuerda sin cesar el alma mía que, nacida libre, sociable y señora de sí misma, para huir del mal, y buscar mi dicha, sufro un cautiverio espantoso en el reinado de la libertad, y arrastró una cadena, cuando en el último ángulo del continente sólo existen fragmentos de las que oprimían al Nuevo Mundo, yo me atrevo a elevar mi clamoroso ruego, acompañado de torrentes de lágrimas; me atrevo, digo, a elevar a los piadosos oídos de la V.E. las quejas de una víctima del fanatismo, de la violencia, del respeto, del engaño, de la inexperiencia y de la debilidad; y me lisonjero esperar de un héroe que ha consagrado su vida, su sangre, sus intereses y su quietud a la libertad de la patria y al bien de los hijos de América, que no se desdeñará de echar una mirada de compasión sobre la más desgraciada de las mortales.

En la tierna edad de quince años, cuando la débil voz de mi corazón apenas bastaba para conocer mi propia existencia, incapaz de calcular mis verdaderos intereses, ni de pesar el valor y arduidad de los tremendos votos que emiten al Señor las vírgenes que se consagran a la solitaria vida del claustro, una monja con ascendiente sobre mi espíritu, por el respeto que inspira la edad, el hábito religioso, la idea de la santidad por la gratitud que debía a sus caricias y beneficios, empezó la obra fatal de conducirme a la habitación del dolor y de la desesperación misma; ella me presentó las sendas del claustro cubiertas de flores y de los encantos de la paz y de la dicha; pero me ocultó las punzantes espinas que deben arrancar lágrimas de sangre a las almas que no poseen un temple heroico, capaz de sobreponerla a los más fuertes impulsos de la naturaleza; ella calló que un alma no persuadida es incapaz de ser humana y elevarse a la perfección de la vida monástica, era condenada en los claustros a llamas devoradoras, a tormentos atroces; ella calló que fuera de los claustros se puede, tanto como en ellos, agradar al cielo, y agradarle sin perjuicio de la naturaleza; sin luces, sin experiencia, tímida, llena de prestigios y promesas no cumplidas hasta el día, tuve que ceder aun cuando una imperiosa voz me decía desde lo más profundo del alma: ¿Qué haces? ¡Detente! Presté pues un sí fatal; pero acercándose el día horrible de mi profesión, manifesté a mi madrina, la señora doña Mercedes Gil mi absoluta repugnancia; la manifesté también a los ministros del Altar que dirigían mi conciencia; mis lágrimas, mis sollozos, mi gemir continuo, así lo publicaban; pero por causas que aún debo callar, víctima desgraciada, fui conducida al altar del sacrificio. El Padre de los seres, ese justo Dios a quien yo no puedo engañar jamás, sabe que, en 15 años transcurridos desde entonces, el coro, el claustro, la ófrica celda, han sido otros tantos lugares donde, en vez de los cantares que les dirigen las vírgenes libremente comprometidas, yo no he hecho sino derramar lágrimas y apelar a su misericordia de la violencia y de las leyes violadoras de la naturaleza, que me han impuesto un yugo que detesto y, privándome de servirle y de servir a la sociedad fuera de estos fatales muros. Mis confesores, todas las monjas y las personas del siglo, que han merecido mi confianza, todas saben. Señor, que no he dejado de mirar el hábito que visto como santo y dichoso para ciertas almas, pero como un germen de desgracias para mí. ¡Ah!, quien me lo diría.

En este estado; para no concluir mis funestos días en la desesperación; para no atacar por mí misma una existencia abominable, mientras es con tanta opresión de mis derechos, inclinaciones y sentimientos; es al héroe de Pichincha y Ayacucho, al que venció los déspotas, porque no hubiese tiranía, al que defendiendo la libertad y los derechos de la naturaleza, al que allá en su corazón ha hecho juramento solemne ante los hombres de proteger al afligido, al que ha comprobado que posee un alma justa y sensible, a él es, Señor, a quien apelo, y ruego por la presente, que consultando sus profundas luces y la ley salvadora que se ha publicado, preste un remedio a quien protesta probar cuanto expone y a quien si logra romper sus cadenas, será eternamente reconocida a V.E., de lo contrario, está resuelta a ser la víctima del claustro.

Inés.

Para tus amigos: