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Tercera y última parte
La identidad nacional de los argentinos
Escribir sobre la identidad nacional de la Argentina desde México es un atrevimiento casi obsceno. Prefiero evitar disgustos. Por eso me limitaré a constatar las opiniones de algunos argentinos. Si apunto un rasgo común: el fútbol, Borges y el tango son lugares comunes. Cuando uno piensa en Argentina es casi imposible no evocarlos, la memoria los presenta por una asociación prácticamente automática. Yo no sé qué dirÃa Borges de esto: por un lado, detestaba el fútbol, y también el tango y a Gardel por sensiblero; por otro, sabemos que Borges experimentaba pánico por la inmortalidad. Sirva, como botón de muestra, una anécdota: una muchacha se acercó, al final de una presentación, a Borges. Mientras le pedÃa un autógrafo, le dijo: "Maestro, usted es inmortal". La muchacha se referÃa a sus letras. "Hombre, no hay por qué ser tan pesimista", le espetó el escritor.
Según Luis Scafati, pintor y dibujante, Borges, el fútbol y el tango son, como ya se dijo, lugares comunes en Argentina. A su juicio, "el imaginario popular los une para abrir las puertas del nuevo milenio. La convivencia entre los hombres no siempre es armónica, tal vez por la falta de afinidad o por lo distinto de las aspiraciones y los sueños. Tal ha sido la historia hasta el momento. Es sabido que Borges no amó el fútbol y tuvo sus diferencias con el tango. Y acaso los amantes de la música porteña por excelencia y el ubicuo deporte no hayan cultivado necesariamente la afición de leer a los clásicos. Seguramente a ellos -y a la humanidad entera- podrÃa aplicarse a lo que dijo el propio escritor, una noche, entre amigos: ´A mà me gusta la milonga, pero esta noche ustedes me han hecho reconciliarme con el tango. Siempre es bueno reconciliarse´." Sospecho que Borges podrÃa reconciliarse también con el fútbol si conociera a Jorge Valdano.
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Leopoldo Lugones y Carlos Iraguren fueron dos de "los principales opositores a estas manifestaciones populares. Rechazaban el fútbol y el polo porque las grandes estrellas argentinas se iban a jugar a los equipos nacionales de paÃses europeos, hecho que veÃan como una traición a la patria. Al tango lo atacaban más directamente, por su ambiente de burdel y la sensualidad de su danza. [...] Si partimos de la base de que fútbol, polo y tango formaron la identidad nacional, entonces el concepto tradicional de masculinidad es desafiado con una imagen ambivalente. El hombre taqueando sobre el caballo transmite coraje y destreza, pero la gambeta es una forma de eludir el contacto fÃsico y una exaltación de la fragilidad del argentino. Como decÃa Borges, el duelo criollo fue reemplazado por el hecho de que los hombres preferÃan correr tontamente detrás de una pelota. Por otro lado, en las letras de tango la que es fuerte es la mujer, la femme fatale que le es infiel a su pareja. Pero este no la mata, sino que llora su pena en un rincón." Asà razona Eduardo Archetti, investigador de la Universidad de Oslo.
Esteban Polakovic escribió la nota "La presencia de lo nacional en el campeonato Mundial", célebre por su crÃtica a Borges. La nación, según el periodista, era "uno de los remedios contra la soledad del hombre", ya que le brindaba "la sensación de abrigo y protección." Esa era la clave "para explicar la alegrÃa colectiva" y que "los racionalistas que desprecian las emociones como algo indigno del hombre maduro" menospreciaban. Como las diatribas lanzadas por Borges contra el Mundial, a quien, según Polakovic, "se le escapó el valor etno-genético de las emociones colectivas del ser nacional colectivo." El artÃculo afirmaba con cierta crueldad que si Borges "hubiera visto con sus ojos" (sic) la algarabÃa que sà vieron "todos los argentinos" seguramente "habrÃa escrito un poema para testimoniar su identificación con las multitudes que eran un solo ser..." ConcluÃa: "No hay duda de que la nación argentina entera, como ser viviente y palpitante, estaba presente en el estadio monumental."
Ahora una cita de Beatriz Sarlo: "Borges desde la década de los setenta tuvo una participación altÃsima en los medios de comunicación de masas, la radio, la televisión, las revistas del corazón, tipo Gente, Caras, etc. Eso no es ningún milagro y es perfectamente explicable: los medios descubren que Borges es muy bueno en los reportajes, un tipo que contesta siempre cosas muy graciosas, a lo que se juntó un nacionalismo que a mà me resulta muy desagradable, sobre aquello de que asà como tenemos al mejor futbolista del mundo, también tenemos al mejor escritor. Y por otro lado, Borges sentÃa un gusto perverso por esas intervenciones, y los periodistas aprovechaban para preguntarle cosas increÃbles, a lo cual él respondÃa como si estuviese hablando con el Doctor Johnson. PodrÃa decirse que en Argentina se desarrolló toda una poética de la entrevista de prensa con Borges. Y asÃ, cuando le preguntaban, por ejemplo, si consideraba que Maradona era el mejor futbolista del mundo, él contestaba con una fórmula más o menos habitual: No me extrañarÃa que asà fuese, puesto que Shakespeare -o Dante- dijo... y al cabo de un cuarto de hora ya nadie se acordaba de Maradona porque, a fin de cuentas, el que dirigÃa la entrevista de modo perverso era el mismo Borges."
Razones de fondo, si hay
"El fútbol es popular porque la estupidez es popular", sentenció Borges en una ocasión. ¿Cuál era la razón del desprecio? Una es el desclasamiento. Borges perteneció a la aristocracia porteña, y los aristócratas difÃcilmente gustan del fútbol. Hay un choque con la cultura popular. El editor de This craft of verse, el libro que compila las conferencias dictadas por Borges en Harvard, asegura que "Borges era muy crÃtico de la cultura popular del McDonald´s y la falta de interés intelectual de la población en Estados Unidos." Lamentaba que el sentido épico que habÃa impulsado la Odisea hubiera desaparecido de la literatura y que, tristemente, haya sido tomado por Hollywood. Este sentido épico, en mi opinión, no sólo fue usurpado a la literatura por Hollywood sino, también y especialmente en algunos paÃses latinoamericanos y mediterráneos, por el fútbol. Los estadios son auténticos campos de batalla; los entrenadores me hacen recordar a los antiguos capitanes que, algunos, fueron los mayores de Borges; los jugadores son soldados; las banderas son, muchas veces, y esto hay que lamentarlo, el mercado, pocas veces lo son las camisetas; los espectadores (del cine y el estadio) experimentan la catarsis purificadora.
A Borges le horrorizaba todo lo que reúne gente, como el fútbol o la polÃtica, y todo lo que la multiplica, como el espejo o el sexo (la cópula, que dice). Escribe Juan José Sebreli que "tal vez, su rasgo más destacable sea su capacidad de mantenerse inmune al contagio de esas pestes emocionales, esos delirios colectivos de unanimidad que suelen atacar a los argentinos en ciertas circunstancias de su turbulenta historia contemporánea. Su voz discordante frente al coro unánime -los escritores en primer término- que aclamaba el Mundial de Fútbol durante la dictadura de Videla, se enfervorizaba ante el amago de guerra con Chile y deliraba con la absurda y sangrienta aventura de las Malvinas."
A Borges habrÃa que contestarle como argumenta Valdano, quien recurre irónicamente a un poema del mismo escritor: "También al fútbol lo atacó el bacilo de la eficacia y hay quien se atreve a preguntar para qué sirve jugar bien. Resulta tentador contar que un dÃa osaron preguntarle a Borges para qué sirve la poesÃa y contestó con más preguntas: ¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olor del café? Cada pregunta sonaba como una sentencia: sirve para el placer, para la emoción, para vivir." Y es que el fútbol, como la poesÃa, y tantas actividades más, es algo inútil. Sólo sirve para hacer la vida más llevadera. En ese sentido se parece al sueño: dormir es necesario porque ofrece momentos de inconciencia; sin ellos, el sufrimiento se volverÃa intolerable. Borges no lo percibió: creÃa que el fútbol era un deporte bajo y un motivo de despersonalización, dos enemigos con los que no estaba dispuesto siquiera a prestarles atención.
Fin