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Domingo 08 de mayo de 2016

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Cultural El Duende

Eduardo Chirinos

08 may 2016

Eduardo Chirinos. Perú, 4 de abril de 1960 - Estados Unidos, 17 de febrero de 2016. Poeta. Ha publicado: Cuadernos de Horacio Morell (1981), Crónicas de un ocioso (1983), Archivo de huellas digitales (1985), Sermón sobre la muerte (1986), Rituales del conocimiento y del sueño (1987), El libro de los encuentros (1988), Canciones del herrero del arca (1989), Recuerda, cuerpo� (1991), El Equilibrista de Bayard Street (1998), Abecedario del Agua (2000), Breve historia de la música (2000), Escrito en Missoula (2003), No tengo ruiseñores en el dedo (2006), Humo de incendios lejanos (2009), Mientras el lobo está (2010), Fragmentos para incendiar la quimera (2014), Incidente con perro en la calle cinco (2015), Medicinas para el quebrantamiento del halcón (2015)

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El equilibrista

de Bayard Street

Camina de puntas el equilibrista de Bayard Street, 

evita el abismo la mirada y arranca de cuajo toda pretensión, 

¿de qué sirven el heroísmo, la grandeza, el entusiasmo? 

Poca cosa es la vida para el equilibrista de Bayard Street, 

poca la indulgencia de llegar al otro lado y repetir cien veces 

la misma operación.

Una mujer lo observa sin asombro,

tras la ventana acaricia el cabello de sus hijos

y turba con su canto los oídos del equilibrista de Bayard Street

Los vecinos lo ignoran, beben latas de cerveza, conversan

hasta altas horas de la noche,

¿quién repararía en tan inútil prodigio?

Sólo los niños señalan con el dedo al equilibrista de Bayard Strccf

ellos lo admiran, contienen la respiración y aplauden hasta

espantar a los gatos.

Una iglesia presbiteriana es el orgullo de Bayard Street; 

fue construida a principios de siglo y tiene torre y campanario. 

Fija la mirada avanza hacia la iglesia el equilibrista de

Bayard Street. 

Su esposa ha preparado una pierna de pollo, ensalada de

tomates y un plato de lentejas, 

con suerte harán el amor esta noche y tendrán un instante de

feroz alegría.

Es muy joven la esposa del equilibrista de Bayard Street; 

es ella la encargada de tensar la cuerda, la que mide la 

distancia entre la ventana y la torre, la que tiene

rostro de heroína de novela de amor. 

A nada le teme el equilibrista de Bayard Street, 

pero hace varias noches que no duerme; 

dicen que soñó que sus zapatillas colgaban de la cuerda 

mientras los niños esperaban que se despanzurrara de una

vez el equilibrista de Bayard Street.

Biografía de una noche cualquiera

Atravesar un pasadizo a oscuras,

palpar la tibia humedad de sus paredes, su babosa suavidad

de recto laberinto. Hacia el fondo una luz Gritas 

pero nadie escucha tu grito. Tiemblas, 

pero nadie siente tu temblor. Tienes miedo. 

Tú que nunca lo tuviste, ahora tienes miedo. 

Has tropezado a ciegas con obstáculos, has encendido inútiles

antorchas, has maldecido y orado y vuelto a maldecir. 

Tus dedos se aferran al hilo conductor. Ese hilo 

es una larga vena en la que corre tu sangre; 

estás atado al punió de partida, 

pero algo más fuerte te impide volver.

(´¡Ariadna!, tú que ideaste este ardid, dime ahora cómo salgo

de este laberinto, dime

cómo he de palpar estas paredes sin rasgarme las manos, 

cómo es que hay un afuera que me atrae como al suicida el

vacío. Ariadna, tú que alimentaste amargamente mis deseos, tú 

que me creaste para concebir contigo, dime 

qué horrenda verdad se oculta bajo esta ciega luz, qué palabras 

moverán las columnas de este palacio derruido, que voz 

arrullará mi sueño cuando retorne al sueño. 

No dejes, Ariadna, que se corle el hilo queme ata a tu vientre,

no permitas

que el negro dolor se apodere de tu cuerpo y me destruya.) 

Ya es de noche. 

El viento mueve con furia las copas de los árboles, escuchas

sonidos inútiles y un breve jadeo índica que todo está bien, 

no tienes de qué preocuparte.

Retorno de los profetas

Los profetas han muerto.

Cuernos de guerra anuncian la pronta llegada de la peste,

nuevos tiempos de miseria y escasez.

El campo de batalla está desierto, el cielo se oscurece, la infinita

rueda se ha quebrado.

Dicen que ángeles bellos y monstruosos nos vigilan

pero ya no tenemos ojos para verlos.

Los profetas han muerto.

Atrás los sucios velos que ocultaron la verdad de nuestros rostros,

las ramas que ocultaron la Serpiente cuando rogamos placer

y nos dieron a cambio la resignación.

Textos venerables son ahora pasto de las llamas,

sólo la lechuza mira con indiferencia la corona

que rueda a los pies del más miserable de los dioses.

Sólidas estatuas se arrodillan, gimen, se arrancan los cabellos,

los mástiles que antaño sujetarán los más bravos marinos

golpean la memoria de los dioses que quedan,

¿a quién debemos acudir cuando nos coja la peste?

Los mendigos del reino asaltan los jardines, desprecian los

oráculos, reparten por igual sus pertenencias. 

Los nobles del reino conservan sus arcas, sus vinos, sus mujeres, 

el miedo que gobierna la implacable voluntad de los presagios. 

Los profetas han muerto.

Nadie ahora nos engaña, nadie nos confunde, nadie 

nos dice la verdad, y estamos solos. 

Estamos solos esperando la señal que nos indique 

dónde hemos de ir para honrar con dolor a los profetas.

Para tus amigos: