Don Juanito

De niño era lo que decía mi abuela, una gallina sin "guato", un errante de mi ciudad (La Paz), y después del colegio durante las tardes, me dedicaba a aplanar calles, y transitar por todas las aceras habidas y por haber.

Siempre había mucho por ver, y me deleitaba en las distintas vitrinas, sobre todo aquellas que ofrecían juguetes o golosinas. Había por ejemplo una que traía unos muñecos muy de moda del Brasil y los Estados Unidos y era realmente satisfactorio poder tenerlos así de cerca, aunque sea sólo para soñar con ellos. Ni qué decir de la desaparecida pastelería "La �pera", que de una forma ordenada y muy llamativa, presentaba en su cristal una enorme gama de pasteles, biscochos, tortas y panes que seguramente hacían que revolee la lengua delante de esas exquisiteces.

También gozaban de mi admiración las revisterías y librerías, pues mi afición por las letras y las fotos sobre todo de animales y ni qué decir por las historietas (no existía la palabra comic) surgió en mi temprana infancia y felizmente persiste hasta hoy.

Pero mi relato no se refiere específicamente a ello, sino que a razón de mi afición, y en mi cotidiano caminar por las avenidas, calles y callejuelas de mi ciudad también se grababan en mi mente diversos personajes cuyo día a día era trabajar y/o permanecer en cierta esquina, puerta, o lugar de una de esas pistas peatonales, ya sea para conseguirse el pan del día trabajando o como en muchos casos mendigando piedad.

Muchos de ellos ya desaparecieron, los veía tan cotidianamente durante mi vida que no me di cuenta cuándo se fueron, y pese a que eran personajes constantes del quehacer citadino, muy pocas personas los han debido extrañar, pero sí permanecen en mi memoria. En cambio hay aún muchos que se mantienen en la misma condición, rogando que quien pase por su lado, busque algún centavo en el bolsillo y lo deje en la mano extendida o el sombrero vetusto o la lata oxidada que sirve como indicio de la miseria en la que viven estos pobres hombres y mujeres.

Muchos, seguramente la mayoría de ellos, eran seres discapacitados, me acuerdo de uno al que aún veo en la misma cuadra. Se trata de un invidente, y manco de ambas manos que desde hace más de 40 años se sienta sobre un cartón, con los muñones de sus brazos extendidos y balbuceando algo, no sé si además de todo es sordo mudo, ya no quise averiguarlo, puesto que ya sería demasiado abuso del destino en un solo hombre, pero sin duda se trata de alguien que por sí solo no puede valerse y que debería recibir no solamente asistencia sino el soporte y la tolerancia del Estado, no sólo para no dar pena en la calle, sino, sobre todo porque lo necesita, y porque un Estado decente y justo, debería tener políticas no de asistencia sino de cobijo y guarda para seres humanos que viven en esas condiciones.

Otro personaje con el que me cruzaba siempre, era un caballero que transitaba en una silla de ruedas empujada por un hombre delgado algo mayor que él, que se veía muy humilde y paciente en su cotidiana actividad. A diferencia de quien usaba dicha silla y que siempre lucía vestido elegante en unos ternos limpios y muy bien puestos (nada ostentoso debo aclarar). Lo que destacaba del caballero asistido era que no tenía brazos ni piernas, era únicamente tronco y cabeza y de sus hombros brotaban tres dedos a manera de manos.

Mi mamá me contaba que cuando ella era niña, lo conocían como el "niño pingüino" por sus características físicas y era víctima de la burla de los otros infantes y que los mayores murmuraban barbaridades sugiriendo los orígenes de tales deformaciones.

Años, muchos años después, mí progenitora fue a trabajar a la empresa de ferrocarriles como asesora jurídica y allá tuvo el honor de conocer a Don Juanito Irigoyen, que no era otro que aquel pequeño ser en silla de ruedas. Pero no se equivoque por favor si cree que estaba allí pidiendo limosna o en algún trabajo que le dieron por lástima. Ocupaba la "Jefatura de Sistemas" pues el Ingeniero Irigoyen, títulos de por medio había ganado un concurso de méritos y accedió con honores a dicho cargo.

Durante varios años destacó no sólo por su pericia en el trabajo que realizaba a cargo de mucha gente, sino también como compañero de tareas y por su enorme responsabilidad. Cuando me lo presentaron fue realmente honroso tratar con él y sobre todo salir de dudas de cómo hacía para manejar una computadora quién no tenía miembros ni superiores ni inferiores.

Resulta que con los pequeños dedos que salían de sus hombros movilizaba dos palitos con tal destreza que pulsaba las teclas a una velocidad que envidiaría cualquier secretaria, y lo propio era capaz de mover hábilmente el mouse y pulsar sus botones. Sin duda alguna, Don Juanito le llenaba los ojos de emoción a cualquiera que lo conozca y sepa de su tenacidad y fuerza de voluntad para no rendirse ante las vicisitudes de la vida.

Como dije antes, a Don Juanito lo llevaba siempre su leal compañero, un personaje que se veía siempre triste y acongojado, con una paciencia infinita y se sentaba en una pequeña silla a esperar que termine de trabajar para poder llevarlo a su destino y así sucesivamente cada día de sus vidas, sin embargo no hacía absolutamente nada, ni leía, ni veía nada, sólo esperaba paciente en silencio.

Por el año 2008 me enteré que Don Juanito había muerto y en la primera persona que pensé fue en su acompañante, en lo solo que había quedado y en qué haría, cómo se iba a mantener, etc.

Evidentemente, quedó solo e inútil, puesto que lo único que había hecho en los últimos años de su vida fue proteger y conducir a su amigo, pero no se preparó en lo absoluto para una contingencia como esta, pero también me dejó sorprendido que el mismo Juan Irigoyen no lo haya preparado para algo así.

Es interesante el analizar cómo alguien tan limitado como Don Juan lo consiguió y logró todo y sin embargo, su compañero que tenía todas las posibilidades físicas (quizás no las mentales), se auto limitaba y no logró imitar a su compañero y poder no sólo valerse por sí mismo, sino hasta superarse como lo hizo el primero.

Muchas veces la incapacidad principal parte de nosotros mismos, de las limitantes que nos ponemos, por las barreras que no somos capaces de superar con fuerza y empeño, por la flojera de hacer más de lo necesario, o simplemente, porque no somos lo suficientemente agradecidos con Dios por todo lo que nos dio y nos dedicamos a desgastarlo.

De todos modos sigo pidiendo al gobierno la capacidad de ver las limitantes de quienes siguen en su puerta rogando clemencia y que deje la terquedad del miserable cálculo político.

(*) Es paceño, stronguista y liberal