Discriminación a la mujer

Si bien se encuentran en nuestro ordenamiento jurídico disposiciones para revertir este estado de discriminación a la mujer que lastima, más a los hombres, que a las propias mujeres, no se aplican las mismas con la contundencia, la fuerza e implementación jurídicas y el escarmiento definitivo, para no seguir ofendiendo, maltratando y eliminando de este mundo, con los imparables feminicidios, al ser más importante de la creación.

Esta situación lastima, porque íntimamente se reconoce la falta de voluntad y se convive impávidamente con la negligencia moral de aceptar esta situación, pues, piensan muchos hombres que es mejor disfrutarla que afrontarla y de cuyo cambio radical el pueblo observaría tangiblemente un hecho de trascendencia que transformaría al mundo, específicamente en Bolivia, porque la equidad en los puestos de decisión posibilitaría un ostensible mejor manejo de la política, una política de bien, que es tan importante para una mejor convivencia.

La posibilidad de un total cambio, en su sentido estricto, en relación a los derechos, igualdad de género y equidad en la participación política de la mujer, aún no termina de germinar por causa de la dialéctica del hombre, cargada de propuestas inanimadas para preservar su dominio. Lo hace instintivamente, aunque, para ello, utilice una serie de planteamientos que se presentan honestos en apariencia pero inefectivos en la acción, marcando definitivamente su contenido lírico.

Para lograr esta igualdad plena de género y equidad investida de poder de decisión en la función pública, debe sentirse en los espíritus la injusticia de esa inequidad, mantenida por siglos que, como congéneres de la mujer, debería constituir en el mayor problema mundial, aún sin solución, atribuible, sin eufemismos, a la población masculina, como una herencia incómoda que posterga realizar acciones determinantes para obtener esta ansiada igualdad de género, peor aún, a sabiendas que dificulta esta situación el progreso de los estados y el bienestar del pueblo.

Es ineluctable que se comprenda que no se puede vivir más con este problema pendiente e irrenunciable como es la gracia de vivir, esperando cándidamente que se solucione por sí mismo, por decantación o por el ímpetu de la mujer que lucha exhaustiva y arduamente para abrir y romper ese esquema para vivir en un mundo con una diferente propuesta, y esta diferencia es la mujer, pues los espíritus nobles y sensibles se imaginan con genuina alegría como sería el mundo con la intervención decisiva de la mujer; naturalmente mucho mejor.

Antes que la mujer, por su propio esfuerzo de lucha que marca pasos adelante y al costado, según se manifieste la voluntad del hombre, para allanar ese campo que pertenece a la mujer definitivamente, en igual extensión que al hombre, ¿No sería inequívocamente mejor que el hombre reaccione y comprenda que ha vivido por siglos usufructuando el legítimo espacio de la mujer y cambie su conducta para elevar su espíritu al nivel que le correspondería?

(*) Es abogado, catedrático, escritor