Cervantes, cuya azarosa vida, aún en la crudeza de su realismo, el de la guerra, el de las deudas y el de la prisión, construyó uno de los frescos más completos de la paradoja humana, la batalla interminable entre el ser, el deber ser y el querer ser. Para ello trabajó nuestra lengua como un fino orfebre que le saca todo su partido. Pensó el novelista en español y escribió en español, soñó en la lengua que hoy bautizamos con su apellido, lo que era en esencia una forma de ordenar su cabeza, una forma de sentir, ver, pensar y crear el mundo. La lengua nombra y al nombrar establece un vÃnculo indestructible entre significado y significante. De ese modo estructura las rutas de nuestro cerebro y nos transmite sensibilidades a la vez que organiza una determinada racionalidad.
Vargas Llosa ha abundado en el juego de espejos que es la literatura. La verdad de las mentiras dice el escritor peruano. No hay un libro más extraordinario para probar tal mirada que el Quijote, en el que la verdad narrada es una gran mentira, pero no porque el caballero enajenado crea ver cosas que no son, castillos donde hay sólo ventas y gigantes donde hay sólo molinos, sino porque en el laberinto de los fascinantes entuertos que debe deshacer, la verdad es siempre una moneda que pasa de mano en mano, que una vez está con unos y otra vez está con otros. El protagonista no tiene la razón y la verdad intrÃnseca, es un catalizador con un entrañable cable a tierra, el fiel Sancho. Es que la vida -lo sabe y lo escribe Cervantes- no es lo que parece, la vida es un mágico y terrible caleidoscopio. No en vano el humor desternillante de tantas partes del libro se apoya en la vileza, o en la maldad, o en algo más crudo todavÃa, en la aplicación pragmática de acciones que tienen que ver con la pura sobrevivencia.
Otra vez la lengua. Cervantes escribe en español (o castellano si se prefiere, el idioma que nació en Castilla): "Señores -dijo don Quijote- vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy ahora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mà se tenÃa"...No soñaba don Miguel que esa estimación lo llevó a la definitiva, a la de haber contado una historia, la historia, nuestras historias, las de todos los seres humanos y haberlo hecho transitando con tanta categorÃa por la lengua que hoy hablamos quinientos millones.
¿No nos gustarÃa acaso poder escuchar alguna vez a alguien decir de nosotros: "Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la Ãnsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero Don Quijote de la Mancha, el cual me mando presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mà a su talante"?
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