Gigantes de barro

Cuenta la historia bíblica de un tipo realmente grande, pero grande de verdad, dicen las escrituras de entonces que su estatura era de seis codos y un palmo, lo que equivaldría a aproximadamente 2 metros con 90 centímetros de ahora. Cabría comparar que a la fecha, el récord Guinness del hombre más alto del mundo cuenta con tan sólo 2,72 metros. Sin duda se trataba de un tipo enorme. Incluso tenía un séquito para llevarle el escudo y otro para la espada. No cabe duda que las estrellas se destacaban desde aquel entonces.

Resulta que este prepotente gigantón como máxima figura de la vanguardia de los filisteos, desde la cima de Sión empezó a hacerle un "bullying" terrible al ejército israelita de Saúl. Un rey bastante farsante y con demasiadas contradicciones a la hora de dar líneas morales a sus súbditos.

Pero como le sucede a la mayoría de los constantes vencedores, los humos se le subieron a la cabeza y empezó a perder el norte, muchos nortes, entre ellos la humildad y la dimensión de los enemigos o la finalidad de sus misiones. Tal es así que en una ocasión se le dio por asumir labores que no le correspondían y ofreció un sacrificio como si fuera un sumo sacerdote, provocando la rabia de Samuel, quien lo amenazó con la profecía de su final, augurándole que moriría víctima de su propia victoria y su ambición.

Nuevamente Dios le dio una misión, esta vez se trataba de destruir y borrar de la faz de la tierra a los amalecitas, pero habían dos condiciones: la primera se trataba de no dejar vivo a ninguno de los enemigos, a ninguno, pero a la vez, no levantar para sí ninguno de los trofeos de guerra o cualquiera de las pertenencias de los abatidos.

No sólo se llevó los tesoros sino que dejó con vida al rey de los vencidos, lo que más adelante, de acuerdo a lo profetizado, le costaría su vida y el reinado.

Sin embargo, en una oportunidad previa, su valeroso ejército que vencía a quien se le ponía en el camino, no daba la talla ante el enorme soldado filisteo y durante 40 días dejaron que éste los humillara, solicitando un solo contrincante, al que además le hacía una inmejorable oferta.

Se trataba del gigante Goliat, que una y otra vez retaba a los hijos de Sem increpándoles lo siguiente: Si me vencen, seremos sus esclavos, gritaba amenazante a los israelitas que no llegaban a juntar valor para poder enfrentar a este robusto retador, hasta que apareció el héroe de esta historia. Se trataba de David, un muchacho bajito y delgado, también ungido por Samuel. Un muchacho de corta edad que volvía de pastear, por los campos, las ovejas de su padre, y dijo a sus hermanos, si no hay quién lo enfrente, pues yo iré.

La sorpresa fue mayúscula y hasta el mismo Saúl le dijo que pensara mejor su alocada iniciativa. Sin embargo, el imberbe fue claro cuando le dijo que era aún más pequeño, más joven y más débil cuando mató un león y un oso defendiendo el ganado de su padre. Será exactamente lo mismo y partió al que sería el encuentro de su vida.

Al pasar por el río recogió unas piedras lisas y las puso en su bolso, sosteniendo en su otra mano, la honda que empleaba para ahuyentar las fieras que merodeaban los corderos de su rebaño.

El gigante no podía creer lo que se le enfrentaba y hasta se burló del mismo, amenazándolo con dar su cuerpo para comida de las aves. David le encaró diciendo: "Tú vienes a mí con espada, una lanza y una jabalina, pero yo voy contra ti con el nombre de Jehová. Hoy Jehová te dará en las manos mías y yo te derribaré."

Y así fue, con una certeza maravillosa la primera losa lanzada desde la honda con una precisión mortífera, alcanzó la frente del incrédulo combatiente, e inconsciente y ante los ojos de todas sus tropas cayó derrumbándose a los pies del joven pastor.

David victorioso tomó su espada, le cortó la cabeza y la lució ante los enemigos de Dios y desde entonces su vida y obra cambiarían para siempre la historia del pueblo elegido del Señor.

Goliat se veía siempre invencible, pero más que eso, se veía peligroso por lo que podía ser capaz de hacer cuando fuera a tomar revancha del ejército o pueblo vencido. Su tamaño y su fuerza se veían siempre intimidantes, y su arrogancia hacía presa de los abusados por su ira.

Ese miedo, ese temor originado tan solo por la idea de sus dimensiones, cegaban a sus rivales, incapaces de ver que no siempre el más fuerte es el más inteligente, y mucho menos el más hábil a la hora de luchar. Su sola idea de poder, creada y generada a partir del temor de quienes lo enfrentan, le hacen sentir y creerse imbatible, y esa idea es la que generalmente lo convierte en un ser, o grupo, o ejército o poder mucho más derrocable de lo que a simple vista aparenta.

En estos días, en un cuadro desolador, angustiante y muy triste, un grupo de personas discapacitadas, luego de una penosa marcha que los trajo hasta la ciudad de La Paz, se están enfrentando ante la fuerza pública y un Estado indolente como David contra Goliat, con la diferencia que esta vez, los pequeños luchadores no están sabiendo buscar ni el arma, ni el punto débil del Gobierno, que haciendo ínfula de su enorme poderío, está viendo a este minúsculo enemigo, como un ser que va a tener que cansarse de estrellarse ante una muralla impenetrable, y al final va a retornar a sus cuarteles derrotado por el cansancio y la imposibilidad de hacerle cambiar algo a este drástico gigante de barro.

No hay peor lucha que la que no se hace, pero sí hay siempre la posibilidad de hacer la lucha inteligente y necesaria para poder lograr la victoria. Deseo de corazón que estos hombres y mujeres, con capacidades limitadas pero con corazones de acero, puedan hallar el camino adecuado, y de esa manera doblar el brazo de este gigante, que cree que puede ser más grande de lo que realmente es.

Recuerden siempre este noble dicho: El fuerte vive, hasta que el débil quiere.

(*) Paceño, stronguista y liberal