Si usted es un poco lector, como le supongo, recuerda sin duda que el título de este artículo se parece a "La ciudad y los perros", la obra primigenia del novelista Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010. La ciudad de referencia es Lima y los "perros", los cadetes nuevos del Liceo Militar "Leoncio Prado". Vargas Llosa estuvo allí un tiempo y tuvo el coraje de denunciar los abusos que observó. Como era de esperar, la publicación causó una virulenta reacción; los mandos castrenses ordenaron hacer fogata con la novela. ¡Qué suerte tuvo don Mario! La noticia recorrió por el mundo y catapultó al autor hacia la fama.
En la bibliografía nacional existe otro libro titulado El Quijote y los perros; en la portada el subtítulo dice: Antología del terror político (1979). Cada narración se halla precedido por un dibujo del muralista Wálter Solón Romero, donde se ve al Caballero de la Mancha acosado por feroces perros, junto a policías y militares que, en sentido figurado, son los "perros" represores a que se refiere la antología. No se sabe quién seleccionó los 15 cuentos, pero hay un prólogo firmado por Adolfo Cáceres Romero. "La literatura que aquí presentamos -dice el crítico-, es la más importante del país, y sus autores, los más representativos en su género".
¿Se acuerda usted del film "Amores perros"? Otra vez la metáfora. Aquí simboliza el término "perros" la dramática contingencia de la vida pasional; tres historias de amores que se relacionan a través del común elemento que es la frustración. Pero hay el otro significado en sentido literal que reivindica una cualidad emblemática del animalito perro, el amigo más fiel del hombre, como expresa la tradición. Por lo tanto, hay el perro metafórico, malo; y el perro real, invalorable por sus virtudes.
Pero dejando las ficciones entremos a la realidad. Es memorable aquel perrito que se incorporó a los marchistas potosinos en rara acción de solidaridad; lo llamaron "Petardo" y no cabía otro nombre mejor. Se fue con ellos de retorno a Potosí como única ganancia simbólica frente a la insensibilidad despótica del gobierno. Además, el perro que descubre la droga con su fino olfato, el perro guardián de la casa, en fin, el perro que acompaña a su dueño solitario, todos ellos son merecedores del aprecio general, definitivamente.
Pero también hay otra clase de perros, de los malos dueños o los perros sin dueño. No camine nunca solo o sola por las calles desoladas de los barrios; allí deambulan jaurías sueltas de día y de noche. La inseguridad no sólo es por la delincuencia sino por los perros que sitian la calle como otros delincuentes feroces. Hasta allí no llega la jurisdicción de ninguna alcaldía. Los dueños han instalado hasta perreras al lado de las puertas de sus casas. La estadística de mordeduras es impresionante. Tienen los animales sus defensores, pero en las ciudades de Bolivia no hay nadie que defienda de los canes sueltos a los viandantes.
(*) El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia
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