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Domingo 24 de abril de 2016

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Revista Dominical

Homenaje:

Cervantes en los prólogos del Quijote (Ensayo)

24 abr 2016

Por: Demetrio Reynolds López - Escritor

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Una vez concluida la obra, ¿qué hace el autor o el artista? Un libro, cualquiera sea, es un hijo del espíritu, que busca un lugarcito siquiera en la "mansión del olvido" si no es un sitial de renombre en la memoria de las naciones. Esto nunca se sabe. No lo sabía de su Quijote Cervantes. Un prólogo parece que fuera el último toque, sin más que decir algunas palabras de rigor. Sin embargo, en opinión del ilustre "Manco de Lepanto", las páginas que preceden a la narración eran más difíciles de escribir que el texto mismo. "Porque te sé decir que, aunque (la novela) me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo�por no saber lo que escribiría".

Pero hay que decir algo, para que no se sume al silencio de los demás el del autor, por si acaso. La conspiración de esa especie es la pena capital en literatura. ¿Qué contiene? ¿Cómo lo hicimos? ¿Con qué fin o esperanza se publica? Son preguntas que están al frente, y es preciso responderlas de alguna forma. Cervantes no pudo sustraerse a esa contingencia, la misma que proviene no tanto del libro como de la tradición cultural en boga. Conforme a lo que piensa de sí mismo y de su Quijote, Cervantes redacta un prólogo breve, apenas de dos hojas, para decir unas cuantas cosas en estricta coherencia con lo que sentía entonces y el porvenir que avizoraba por delante.

Hay libros que se escriben por desahogo; una vez escritos, no necesitan nada más. Otros, son destinados expresamente al lector, buscan difundirse entre el público, sea por vanidad o por interés del retorno económico. En cualquier caso, los libros tienen su propio destino, independientemente de lo que de él espera el autor.

Cervantes demuestra una intencionalidad explicita cuando se dirige al "desocupado lector" para decirle que el Quijote se "engendró en una cárcel" y lleva el sello del "estéril y mal cultivado ingenio mío". No lo dice, pero es innegable que escribe teniendo en cuenta la pléyade de talentos como Lope de Vega, Góngora, Gracián, Calderón de la Barca, que brillan en la cumbre más alta de la reputación literaria de su tiempo, el Siglo de Oro. Como ellos o mejor que ellos, tenía que escribir Cervantes para sobrevivir. No creemos que hubiese asumido una falsa postura de modestia al manifestar "...salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de conceptos y falta de toda erudición y doctrina� aunque parezco padre, soy padrastro de ese hijo feo y sin gracia alguna, llamado don Quijote". Tampoco le servía saber lo que le falta, porque no podía remediarlo "por mi insuficiencia y pocas letras". ¡Pocas letras dice de sí mismo el más grande hombre de las letras!

Esa visión de escepticismo extremo tenía una doble fuente: la que se originaba en su propia vida "andariega y dolorosa" y la que provenía del ambiente hostil que le rodeaba. Hay en Bolivia un gran escritor al que recuerda la actitud de Cervantes. "Yo como escritor no valgo nada, decía Alcides Arguedas�"

Una cosa rara, rarísima, es que un autor decida volver a su obra para escribir una segunda parte, después de diez años, y publicarla casi a la hora del estribo para la partida. A los 68 años acomete esa empresa Cervantes. ¿Segundas partes nunca son buenas? Es una singular excepción la del autor del Quijote que, según la crítica, supera en extensión y calidad a la primera parte.

Pues bien, allí también hay un "Prólogo al lector". En 1614 aparece una versión apócrifa como segunda parte del Quijote; el autor, solapado bajo el pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda. Se sospecha hasta hoy de Lope de Vega, pero nunca se ha dicho que fuera realmente él; pudo ser cuando menos un instigador, afirma una escritora española. Tampoco se sabe con certeza si la imitación fue el único motivo que indujo a escribir la segunda parte o se mezclaron a ello otros factores menos visibles, pero también de peso considerable.

Cervantes descubrió en el camino la potencialidad de su personaje, dice Arturo Uslar Pietri. Pudo haberse quedado en el tintero, reclamándole, exigiéndole, esa parte complementaria. Tras la "ignominiosa" derrota del héroe manchego ante un falso caballero, vuelve a su aldea con la tristeza, que le pesa como un ominoso fardo en la espalda. Ya no volverá a recorrer por ningún camino de la tierra; pero encontró el de la inmortalidad, sin tiempo ni espacio.

Quizá sin proponérselo, el autor del falso Quijote le planteó un desafío crucial a Cervantes: estaba obligado a escribir la versión auténtica con indiscutible calidad superior, y lo hizo. En 1615, a los 68 años, un año antes de su muerte, cumplió don Miguel la proeza de publicarla. Debió haberle causado gran impacto lo que Avellaneda dice de él, por eso recoge y contesta refutándole con cierta acritud los calificativos del falsario.

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