Escuchando los "argumentos" de varios de los diputados brasileños que votaron en la sesión de impeachment de la presidenta Rousseff, uno se preguntaba si estaba en un paÃs democrático o en una teocracia. Las menciones a la protección de Dios, las afirmaciones de fe religiosa, las decisiones tomadas bajo su iluminada palabra se sucedÃan mezcladas con insólitas citas a los hijos, a las esposas a los nietos. "Voto por el sà por mi pequeño nietoÂ?". El cuadro surrealista de la Cámara Baja en Brasilia mostró que no importa el tamaño, ni la influencia regional, ni la dimensión del Producto Interno Bruto. A la hora de la verdad las miserias humanas y las maniobras más obvias salen a la luz del mismo modo en naciones grandes que en naciones diminutas.
La muy probable destitución de la presidenta se desarrolla en un contexto lleno de ambigüedades, de notas amargas, de manipulaciones y de un alto grado de desvergüenza polÃtica.
El ex presidente Cardoso, favorable a la salida de Dilma, afirma que todo juicio polÃtico (eso es el impeachment) tiene dos componentes indisolubles entre sÃ, el jurÃdico y el polÃtico. El elemento polÃtico tiene en este caso una fuerza extraordinaria que explica la posibilidad del desenlace que está ya casi cantado.
A este escenario, atribuido a varios errores de gestión económica del gobierno, se suma la evidencia de que el paÃs entero está sumido en una corrupción desmesurada. La operación "Lava Jato" iniciada por la PolicÃa Federal ha puesto en evidencia hechos de corrupción que involucran para empezar a Petrobras, la otrora niña mimada del Estado, y continúan con muchas megaempresas privadas y a sus cabezas de dirección. Las cifras marean por su tamaño y por la cantidad de involucrados, incluido como investigado el propio ex presidente Lula.
Ese contexto parecerÃa justificar la situación de Dilma Rousseff, si no fuera que casi el 40% de los diputados que votaron por su salida del poder están a su vez acusados de corrupción, si no fuera que quien presidÃa la sesión del impeachment, la cabeza de los diputados Eduardo Cunha, es tipificado como un gangster por varios lÃderes de opinión serios de Brasil y está, a su vez, investigado por corrupción.
La crisis brasileña es, como se puede ver, muy compleja pero pone sobre el tapete lecciones que no se pueden pasar por alto. Si bien es verdad que la corrupción ha salpicado a casi todos por igual, entre ellos al hoy principal partido de la oposición, el PMDB, el camaleónico partido que igual apoyó a la dictadura que a la izquierda (gracias a los votos que obtiene a pesar de todo), no es menos cierto que esa misma corrupción ha envuelto de modo dramático al PT, que cuando llegó al poder en 2003 hizo de la lucha contra la corrupción una de sus principales banderas. Bandera hecha girones, principios desgastados, aburguesamiento y complacencia con el estatu quo más que evidentes. Son ya trece largos años de gobierno, ocho de Lula y cinco de Dilma, que han triturado buena parte de ese discurso de esperanza que mejoró la vida de tantos brasileños sobre todo en la primera gestión de Lula.
La gente se ha cansado, ha perdido la ilusión, se encuentra con un mar de miserias humanas traducido en miles de millones de dólares robados al Estado, es decir a sus propios bolsillosÂ?Más allá de las ambigüedades, más allá del descaro de parlamentarios sin pudor y con una teatralidad circense, lo evidente es que Brasil paga las facturas que su sistema polÃtico y empresarial gastó sin pudor alguno durante tantos años.
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